viernes, 30 de diciembre de 2011

¡Socorro!... ¡Auxilio!... ¡Ámenme!...

Las carencias de amor que se tienen en la niñez marcará emocional y afectivamente a la persona durante el resto de su vida. Si a esto se le suman agresiones y/o abusos de cualquier índole, esto se agravará, condicionando a una vida dolorosa. Por el contrario, si con posterioridad recibe el amor  que antes no tuvo, y tiene la oportunidad de compartirlo, comienza un proceso sanador.

Donde hubo heridas generadas por carencias de amor, estas se van sanando parcialmente, como parches sobre las pinchaduras en la cámara de una rueda.

A través de los años el Espíritu Santo van creando las condiciones para que se generen crisis emocionales, con la intención de que se produzcan desestabilizaciones: problemas económicos o laboral, accidente o enfermedad, conflicto familiar, matrimonial o pérdida de un ser querido, etc. Estas condicionan y favorecen a la persona para una apertura espiritual y a una disponibilidad espiritual, en una búsqueda inconsciente de Dios.

A veces un hombre al que consideramos normal, comete una infidelidad, o tiene una búsqueda morbosa del sexo, ¿por qué?

Esto lo comparo con una cámara que tiene varios parches por las reiteradas pinchaduras a través del tiempo. Al pasar los años ya no puede mantener constante la presión necesaria, los parches acortan y condicionan su vida.

La infidelidad, o la búsqueda de sexo, son las evidencias emocionales en la búsqueda «desesperada» de amor, del amor no recibido en los primeros años de la infancia y que recién ahora está reclamando sin saberlo, ni comprenderlo la persona.

Cuando la persona comienza esta crisis, está sensibilizada como si una llaga cubriera todo su cuerpo, si, todo su cuerpo le duele, porque le duele el alma.

Cualquier palabra la hiere, y cualquier afecto lo agarra con desesperación como un náufrago en el medio del mar, a su salvavidas.

Por este motivo no debe extrañarnos que dentro de la insanidad miren a las mujeres con deseos sexuales, las desnuden con la mirada, insinúen una intimidad física, etc.

Dentro de esta insanidad, este comportamiento es normal, por lo tanto al comprenderlo no debemos caer en el error de hacer un juicio. Por el contrario esto debería hacernos tomar la decisión de descubrirle la verdad que ellos no pueden ver.

Esta es nuestra responsabilidad que el Espíritu nos pone en «ese» momento, y no de escaparnos como el toro que embiste la capa del torero, aunque esto provoque asco y repulsión.

Estos hombres pueden tener una hermosa esposa e hijos, pero también no conocer, o tener la experiencia vital de lo que es el amor y menos aún la capacidad para poder amar.

Para muchos hombres amar es tener una relación sexual. Otros lo conocen por la televisión, pero no llega a su corazón. Esto es mucho más común de lo que uno se podría imaginar, por eso las separaciones matrimoniales degradan a la sociedad a un clima de odio e intolerancia.

Como medida defensiva el orgullo cierra el corazón a todo sentimiento amoroso, porque lo hace vulnerable, está en un callejón sin salida. Es una permanente tortura.

No es exagerado decir que cuando uno habla del sentimiento de amor cristiano, lo interpreten para el carajo. *

Lo que para nosotros es el color blanco, para ellos es el negro, esa es su realidad emocional-afectiva y espiritual.

A ellos no debemos hablarles de Dios, sino a Dios de ellos y solamente darles el testimonio de vida, otra cosa no pueden comprender.

Las mismas carencias afectivas padecen las mujeres, e inciden en las relaciones sexuales, pero pasan desapercibidas, ¿por qué?


* Lugar de castigo del marinero, en lo alto del palo mayor de la vela del barco.
La sexualidad femenina por su naturaleza no manifiesta «directamente» la falta de amor, sino que lo hace a través del estímulo, que recibe o deja de recibir el esposo.

Estos consisten en ausencias de besos, caricias, frialdad y poca frecuencia en las relaciones sexuales.

La ignorancia hace que la mujer asuma la posición de víctima, cuando en realidad es victimaria y el esposo, por esa ignorancia, cae en complicidad.

Ante esta situación, el esposo al consumar cada unión sexual, recibe una profunda humillación, porque representa una negación al amor. Siente que está haciendo el amor con una prostituta, es más, él mismo se siente prostituido, aunque no sea consciente de ello.

Para el orgullo del hombre es muy difícil admitir conscientemente esta terrible frustración y fracaso que inconscientemente siente en su corazón.

Para el esposo esta relación tiene poca diferencia con respecto a acostarse con una prostituta. A esto se le suma la insanidad propia del esposo, que en vez de acudir al médico divino (Jesús= Dios Sana- Dios Salva), busca a alguien que reemplace el amor que no recibe en casa.

Para completar, debo testimoniar lo que el Señor ha hecho en mí:

He recibido muy poco amor por parte de mi madre, solamente rechazo por parte de mi padre y no tuve testimonio de amor en mi familia. Fui tímido, introvertido, acomplejado.

Cuando el Señor me sanó, me dio un corazón misericordioso y lleno de amor. Soy testigo de que El me pone mucho amor para dar a cada persona que lo necesita.

Estoy separado y no solamente no siento la ausencia del amor conyugal, sino que tengo amor para llenar a los corazones de los esposos que tengan carencias y acepten el amor de Cristo, que El pone en mi corazón para ellos.

Al pasar por esta experiencia, me ha permitido comprender las heridas producidas en el corazón de los conyugues, cuando la relación sexual no es el fruto de un amor entregado, sino la demanda de un amor frustrado.

He tenido la experiencia del corazón de un esposo que se siente usado como una prostituta y de esta manera también puedo comprender como se siente la esposa.

Esta unión lleva a la degradación del amor, porque la pasión, a partir del resentimiento, se transforma en odio.

En esta situación conyugal, el desplazamiento afectivo hacia el hijo es un engaño para la madre y una frustración para el hijo.

El engaño consiste en creer que se puede dar amor al hijo, cuando no se es capaz de darlo al conyugue. La incapacidad no está en el otro, sino en la falta de honestidad por el orgullo, para reconocer la verdad: nadie puede dar lo que no tiene.

Mi suegro fue criado como interno en un colegio religioso y sin el amor de sus padres. Un abandono. Se casó sin amor. Trató de ser el mejor padre y al apoyarse emocionalmente en la hija le impidió madurar. A los 36 años era emocionalmente una niña y así le fue. Y así nos fue. Falleció a los 82 años en la casa de su amante de un ataque al corazón y yo fui el único que le dio el beso de despedida en la clínica, antes de llevarlo, sin velatorio, a la cremación.

Le dio todo lo que pudo darle, pero no le dio lo único que necesitaba: amor.

Esto es lo que sucede con los padres que reemplazan al conyugue con el hijo.

El hombre que se vuelve a Dios, como dice la Escritura: santificará (salvará) a su mujer (o a su marido) (1Cor 7.14), y como en las bodas de Caná, hay buen vino (Jn 2.10) y el de mejor calidad, esperando a los matrimonios renacidos en Cristo.

Hay matrimonios dispuestos a dar testimonio, transmitiendo su gozo espiritual, basta que sean convocados y le den permiso en sus corazones: Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa. Ap 3.20

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