viernes, 30 de diciembre de 2011

No se angustien por nada, alégrense siempre Flp 4.6, 4

Estas palabras son un consejo que el apóstol Pablo dirigió en su carta a la comunidad cristiana de Filipos, fundada por él en el año 50.
Si creemos por fe que la palabra de Dios está contenida en las Sagradas Escrituras, debemos asumirla que es para cada uno de los que nos denominamos cristianos, y como un mandato de Dios.
Si, un mandato de Dios a las comunidades cristianas, que partiendo de Filipos, a través de Pablo, se dirige a la “gran comunidad cristiana” de todos los tiempos: la Iglesia.
La angustia pone en evidencia que no confiamos en los designios providenciales de Dios sobre nuestras vidas.  Si, sobre “toda” nuestra vida, cada minuto y segundo.  Todo está previsto como un bien para nosotros, aunque no lo podamos ver:  Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman  (Rom 8.28).  No tenemos que verlo, pero si lo logramos es porque estamos crecidos en docilidad al Espíritu Santo, que nos hace comprender “todo” lo que hace Dios en nosotros y a través nuestro:  El Espíritu Santo que el Padre enviará en mi Nombre les enseñará todo.  Jn 14.26
Si como cristianos nos angustiamos, somos unos cristianos tibios (por no decir fríos).  Somos  un antitestimonio de fe:  No eres frío ni caliente. Por eso, porque eres tibio te vomitaré de mi boca.  Ap 3.15-16
La persona de fe no se maneja por medio de suposiciones, sino con la convicción de la certeza que le da la verdad y el amor de Dios, manifestados en la Persona de Jesús.  Si no tenemos esta convicción, no podemos llamarnos cristianos, porque ser cristiano es creerle a Cristo, implica seguirlo a Él, seguir su camino.  Por eso El mismo se hizo Camino:  Yo soy el Camino.  Jn 14.6
Si seguimos a Cristo, no pretendemos éxito personal alguno.  Esto no significa no aspirar a los legítimos logros que debemos buscar en cada emprendimiento.  Consiste en poner lo mejor de nosotros, obrando con amor y por amor, para que se logre el mejor resultado, pero disponiéndonos a recibir lo que la providencia disponga para ese momento.  De esta manera se escribe la historia de Dios en nuestras vidas.  Y, si colaboramos consciente y responsablemente con fe, lograremos un mayor crecimiento espiritual, gozando de los frutos del Espíritu Santo.
Si estamos tristes, ¿qué estamos testimoniando?, que creemos en un muerto como los discípulos de Emaús:  Jesús se acercó a dos discípulos que iban a un pueblo llamado Emaús, los encontró con el semblante triste (Lc 24.17).  Cuando los dejó, ellos se decían:  ¿No ardía acaso nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino? (Lc 24.32).  Esto lo decían porque no lo habían reconocido.
No estén tristes como los que no tienen esperanza, porque nosotros creemos que Jesús murió y resucitó.  1Tes 4.13-14
El que está triste, está manifestando que no cree que Jesús gobierna su vida providencialmente, y las limitaciones humanas que condicionan a toda persona, son suficientes como para quitarle la alegría de sentirse libre de ser y hacer lo que desea, esto es autosuficiencia, orgullo: yo soy dios.
Las heridas emocionales que tenemos en el corazón afectan distintas áreas de nuestra personalidad.  Estas heridas condicionan la libertad interior y una de ellas está relacionada con la capacidad de soportar y recuperarse del sufrimiento ocasionado por:  equivocaciones, errores, fracasos y frustraciones.  Dios nos sana y libera de estas heridas.
Por medio de la aceptación de la voluntad de Dios expresada en su providencia, la entrega de la propia voluntad, como una ofrenda espontánea que el ego hace desde el fondo del corazón, acompañada con la oración agradeciendo por su designio amoroso, nos permiten evitar la angustia y tristeza, e ir sanando en tiempo y forma estas heridas.  Esto está resumido en el consejo:  Estén siempre alegres.  Oren sin cesar.  Den gracias a Dios en toda ocasión (1Tes 5.16-18), porque: Honrar al Señor alegra el corazón.  Ecli 1.12
Estén siempre alegres...:  Es un mandato, es una obligación aceptar esto por fe, no es:  ya se me va a pasar, mañana será otro día, estoy preocupado por un problema, etc.
Oren sin cesar…: Aquí no se refiere a la oración diaria que debemos tener, sino a las pequeñas oraciones que constantemente podemos hacer mientras estamos en cualquier ocupación.  Es un diálogo con otra persona, sí, es un diálogo con Jesús, a quién vamos participando y ofreciendo todas nuestras inquietudes, sentimientos, ilusiones, proyectos, etc., esperando que se concreten en tiempo y forma según sus designios:  Descarguen en él todas sus inquietudes, ya que él se ocupa de ustedes.  1Ped 5.7
Den gracias a Dios…:  Por todo lo que El es, porque es infinito su amor.  Aunque no se cumplan mis deseos, y como se que los deseos de Dios es lo mejor para mí, acepto éstos como propios, le agradezco y le doy gracias con el corazón, por lo que Él me da y dará, aunque todavía no lo pueda comprender con la razón.
La alegría consiste en que pese a ser lo que soy y como soy, Dios me ama desde que me pensó:  desde toda la eternidad y por toda la eternidad.  Hasta se dejó matar para con su vida comprar la mía y regalarme la suya.  Y… yo no miro mas allá de mi nariz, me pongo triste por el dolor, la muerte, el hambre, etc., que son consecuencia del pecado provocado por el orgullo humano.
No se puede negar la realidad, pero esta no es la que vemos nosotros, sino la que ve Dios y esto es lo que Él, en su infinita sabiduría, dispone para este momento.  Si miramos con los ojos de Cristo, debemos estar alegres, no con una alegría ficticia y forzada, que sería una hipocresía, sino con la alegría que da el Espíritu Santo (1Tes 1.6), de sabernos asociados a la voluntad de Dios.
La alegría cristiana se alimenta de la esperanza.  Esperanza en las palabras y promesas de Dios Padre, cumplidas en su Hijo Jesús, a trasvés del Espíritu Santo:  Por eso, ustedes se regocijan a pesar de las adversas pruebas que deben sufrir momentáneamente.  1Pe 1.6
Si bien es cierto que la alegría verdadera se lleva dentro del corazón y que no es necesario manifestarla, también lo es que la boca revela lo que hay en el mismo, porque de la abundancia del corazón habla la boca.  Lc 6.45       
La angustia ante las dificultades y problemas de la rutina diaria de la vida, pone en evidencia que nuestra existencia gira en torno a nuestro yo, y de hecho, a la visión intrascendente de la realidad cotidiana y a la duda sobre el amor de Dios hacia nosotros; lo que se convierte en un pecado.
Hoy nuestra cultura olvida y prescinde de Dios, haciéndose infinidad de falsos dioses que avalen su orgullosa autosuficiencia.  Para salvarnos de nuestra autodestrucción, Dios debe intervenir provocándonos distintos tipos de inseguridades.  De esta manera nos brinda la oportunidad de que la recuperemos apoyándonos en Él, y a través de su dependencia, por y con amor.
El orgullo enceguece la razón, le impide comprender, para poder aceptar el error, la equivocación y el fracaso:  Por más que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán.  Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tiene tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean y sus oídos no oigan y su corazón no comprenda.  Mt 13.14-15
La persona se justifica buscando a alguien para cargarle la culpa, porque alguien debe cargar con ella, no importa quien sea, es lo de menos.
Lo importante es encontrar un culpable para descargar la ira y el resentimiento ocasionado por la frustración, que se engancha con “todos” los dolores y sufrimientos de toda la historia de la vida de esa persona hasta el presente, olvidando “toda” felicidad y momentos gratos y placenteros que pertenecen a esa misma historia.
Para salir de ese estado de muerte espiritual, es necesario un fuerte shock emocional, que al igual que un electroshock al corazón, permite su reanimación, de la misma manera Dios debe hacerlo espiritualmente.
Al brindarnos la oportunidad providencial de tener una fuerte humillación, Dios nos pone espiritualmente de pie.  De esta manera ya estamos en condiciones de poder aprender  a partir de los errores, equivocaciones, fracasos y frustraciones, y estas pasan a ser aliados que trabajan a favor nuestro.
Si se aceptan humildemente las limitaciones con que nos condicionan las heridas emocionales, estamos en condiciones psicológico-espirituales para poder abrirnos emocionalmente, e intentar su superación desde la voluntad y con la ayuda de la gracia.
El secreto para no sufrir la angustia que produce cualquier frustración lo posee el cristiano que no desea nada por y para si mismo.  ¿Cómo se logra esto?  Viviendo en unión con Jesús, de tal manera que pueda decir:  Ya no vivo yo,  sino que Cristo vive en mí.  Gal 2.20
Esta unión vacía el corazón de si mismo, de tal manera que ya no tiene deseos propios, intereses propios lo que de hecho permite al Espíritu Santo poner en el a los de Jesús.

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