Cuando Él (el Señor: la Palabra Jn 1.3) señalaba límites a los mares, para que no se desbordaran sus aguas; cuando asentaba los fundamentos de la tierra: yo estaba con Él en la obra, y era su encanto cotidiano, y de continuo desarrollaba mis juegos en su presencia, hallando mis delicias en estar con los hijos de los hombres. Prov 8.29-31
Según el diccionario jugar es: Hacer algo por espíritu de alegría con el fin de entretenerse o divertirse. Divertirse tomando parte en un juego sometido a reglas.
Y delicia: Placer muy intenso del ánimo. Deleite, goce.
Cuando Jesucristo (la Palabra) señalaba los límites a los mares, para que no se desbordaran sus aguas; cuando asentaba los fundamentos de la tierra: yo el Espíritu Santo (:El soplo de Dios se cernía sobre las aguas . Gn 1.2) estaba con Él… Continuamente jugaba en su presencia y mi placer es estar con los hijos de los hombres.
Si, Dios juega con nosotros. Esto es literalmente así, pero no es una expresión peyorativa, muy por el contrario se goza viendo el éxito en cada empresa humana y en el progreso espiritual y la salvación de cada uno, todos sus hijos.
En este divino juego tenemos todas las de ganar y si perdemos es por necios. En ese caso nos lo merecemos y Dios no puede hacer nada por librarnos de esta decisión libre y voluntaria.
En este juego como en el de los naipes, contamos con comodines que nos facilitan el poder hacer juego: la intercesión de la Santísima Virgen y el defensor ante el Padre, Nuestro Señor Jesucristo.
Además contamos con la ayuda imponderable del Espíritu Santo, quién acompaña a todo aquel que se deje motivar y movilizar por el amor. También Jesús cruza su brazo sobre el hombro de quién a ese amor lo identifique con su Divina Persona, porque el acto de fe lo hace presente.
Así como al participar en el juego de la ruleta rusa, al apretar el gatillo se arriesga al suicidio, al participar del sagrado juego de Dios, por los infinitos méritos de Cristo, participamos de un éxito seguro y con un gozo y felicidad que no tienen fin.
El premio no tiene relación con parámetros humanos conocidos, porque no está basado en méritos personales, sino que es Cristo el que justifica a todo aquel que lo acepte por fe y amor. Esta aceptación de Cristo implica un compromiso vital en una vida coherente con el espíritu de amor que continúa clamando a través de su mensaje a través de todos los tiempos.
Dios se goza con cada uno de nosotros y en cada uno de los éxitos en nuestro crecimiento en el amor. Es como un juego, un divino juego, en el que amar es la clave para ganar, con la única diferencia que en este caso el amar requiere morir a si mismo, para poder encontrar el Amor en el otro y en los otros.
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