Introducción
No ha sabido dar un testimonio coherente del amor de Dios, porque ¿Dios es amor (1Jn 4.16), no?
Este amor de Dios no se ve en los templos católicos y menciono esto no como una crítica, sino como un hecho real y objetivo que utilizo para desarrollar el tema.
¿La letra o el espíritu?
De niños nos enseñaron a “cumplir los mandamientos”, obedeciendo la letra, por la que de hecho se niega al Espiritu. Nos enseñaron a cumplir con la Ley como a los judíos, con lo cual negamos la redención de Cristo: Si ustedes buscan la justicia por medio de la Ley , han roto con Cristo, y él ha muerto inútilmente. Gal. 5.4; 2.22
Jesús nos dice: No piensen que vine para abolir la Ley , sino a dar cumplimiento (Mt. 5.17) (a través del Espíritu), pero de hecho esta abolición se produjo con su pasión y muerte: Cristo abolió en su propia carne la Ley con sus mandamientos y prescripciones (Ef 2.15), por este motivo, delante de Dios nadie es justificado por la Ley (Gal 3.11), porque ella fue nuestro preceptor (guía y disciplinador) hasta la llegada de Cristo. Gal 3.24
Esto hace que la Ley adquiera una nueva identidad por obra del Espíritu. No es más lo que era, es algo nuevo: Hemos sido liberados por la Ley , de manera que podamos servir a Dios con un espíritu nuevo y no según una letra envejecida. Rom 7.6
La plenitud de la Ley es el amor, por lo tanto la nueva Ley, el nuevo mandato que Jesús trajo al mundo es: Amarás (Lc 10.27), pero desde el Espíritu Santo.
La Ley no fue establecida para los justos (1Tim 1.8-9), pero sí, para ayudarnos a denunciar en qué no amamos, dándonos la oportunidad de tomar conciencia y así podamos corregir conductas: ya que la Ley se limita a hacernos conocer el pecado. Rom 3.20
*Sinónimo: sobresalir, aventajar.
Amarás: ¿de palabras o con hechos?
En la primitiva comunidad de cristianos se vivía y respiraba el amor a Dios, que se manifestaba en la unidad, generosidad y servicio mutuo:
La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo era común entre ellos. Ninguno padecía necesidad, porque todos los que poseían tierras o casas las vendían y ponían el dinero a disposición de los Apóstoles, para que se distribuyera a cada uno según sus necesidades. Hch 4.32, 34-35
Las Iglesias de Macedonia, a pesar de su extrema pobreza, han desbordado en generosidad. Puedo asegurarles que están dispuestos a dar según sus posibilidades y más todavía: por iniciativa propia. Ellos nos pidieron con viva insistencia, que les permitiéramos participar de este servicio en favor de los hermanos de Jerusalén. 2Co 8.1-4
El ayudar económicamente a alguien, desde la fe no es un acto meritorio, sino una obligación, porque ella “nos hace considerar como propias las necesidades de los demás”. Rom 12.13.
Esta obligación no es por una imposición, sino como una necesidad de responder a un llamado interior de Dios. Un llamado amoroso a amar: Manifiesten la sinceridad de su amor, mediante la solicitud por los demás. 2 Cor 8.8
Este llamado está fundamentado en las Escrituras, y se concreta en el corazón dispuesto a ser interpelado por el amor (1Co 13): “El amor no busca su propio interés, sino que es servicial”. 1Cor 13.4-5
El amor de padre se manifiesta en preveer las necesidades de los hijos, y el de la madre, en proveerlas. El amor de Dios incluye a las dos con la Providencia que dispone la ayuda adecuada en tiempo y forma. Esta ayuda está en su misterioso plan de salvación personal e individual con cada uno de sus hijos.
Dios desea darnos todo, la totalidad de sus bienes: el Reino (Lc 12.32), pero nuestra naturaleza debilitada por el pecado no lo puede recibir. En realidad, toda nuestra vida en esta tierra consiste en una preparación para ello
El Señor desea darnos mucho más de lo que podamos pedir o incluso imaginar, pero existen límites que se autoimpone para no perjudicarnos: el uso de nuestra libertad para aceptar o rechazar lo que El nos quiera dar, y que esto no condicione espiritualmente a la persona.
Al interpretar esto, recién entonces puedo comprender que cuando deseo ayudar a alguien, en realidad este deseo no es mío, sino que es de Dios que se manifiesta a través mío: Todo lo que es bueno desciende del Padre. Sant 1.17
El hecho de que no sea conciente de esta realidad no la altera, pero si lo soy, me permite colaborar desde la voluntad, para que la Providencia sea más pródiga en sus manifestaciones. Es decir, que de un canal ordinario, esta disposición me convierta en extraordinario, ya sea en forma ocasional y para hechos puntuales, o en forma permanente.
El cristiano que vive unido a Cristo a través de la docilidad al Espiritu Santo, se hace uno con él (Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí Gal 2.20), llegando a participar de sus mismos sentimientos, porque es Dios el que produce en nosotros el querer y el hacer (Flp 2.13). La persona no es consiente de ello porque Dios es humilde y también para que no se envanezca.
El Señor nos hace cómplices, más que colaboradores en la dispensación de la gracia, en su emprendimiento providencial, porque desea utilizarnos como intercesores. Esta intercesión se origina con la disposición de nuestra voluntad, por la libertad, al aceptar como propios los mínimos deseos del corazón amante de Dios.
Por este motivo al tener un corazón que late con el de Jesús, siente como propias las necesidades de cada uno, todos sus hermanos.
Cuando el Señor me hace comprender algo en especial, la capacidad de escucha me hace interpretar como si me estuviera señalando: “aquí quiero”, “es esto”. No es el momento de hacer preguntas, sino de dar respuestas concretas y efectivas.
También quiero que se distingan en generosidad 2Cor 8.7.
El Evangelio de Mateo en el pasaje sobre la multiplicación de los panes (Mt. 14.14-22) aparte de ser una prefigura de la Eucarística , nos trasmite una imagen de abundancia y generosidad.
Y efectivamente Dios es amor y amor en abundancia. Nos creo de la nada, por amor. Nos infunde su aliento de vida, por amor. Nos sana y libera, por amor y nos nutre con su Palabra, con la Eucaristía y los alimentos, por amor. Dios, por amor, crea todo y multiplica todo.
Todo lo que somos y poseemos lo hemos recibido de Dios, como un don que proviene de lo alto (Sant. 1.17). ¿Y qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te glorias como si no lo hubieras recibido? 1Cor 4.7
Así como recibimos en abundancia y generosidad de Dios, debemos compartirlo todo con los demás con la misma generosidad de Dios. Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo. Mt. 5.48
Cuando decimos compartir, automáticamente pensamos en bienes materiales; pero en realidad estamos invitados a compartir también los dones espirituales, nuestros talentos, nuestro tiempo, nuestra misma vida para el bien de los demás y de toda la Iglesia. A muchos, Dios nos pide aún más “la vida misma”, el sacerdote, los religiosos y todos los consagrados, entregan toda su vida que como una vela se consume para iluminar a los demás.
Dios nos quiere generosos y no calculadores o comerciantes: “te doy si me das”. Dios quiere una entrega gratuita: Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente. Mt. 10.8
Dios nos ama tanto, que lo único que quiere es que también nosotros lo amemos, confiemos en él, lo busquemos, lo alabemos y pasemos tiempo con él en oración. Como premio nos promete darnos todo el resto: Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. Mt 6.33
Lamentablemente nuestra falta de fe nos lleva con voracidad a buscar el resto, dejando el Reino de lado. Invertimos los valores y perdemos de vista al Padre generoso y enamorado de sus criaturas.
Al no reconocer a Dios como fuente y Dador de todos los bienes, no sólo corremos el riesgo de buscar el resto, la añadidura, en lugar del dador, sino también de no estar dispuestos a compartir con los demás lo que hemos recibido. Y esta actitud nos cierra el canal para seguir recibiendo. San Pablo nos describe con claridad esta idea: Dios ama al que da con alegría. Por otra parte, Dios tiene poder para colmarlos de todos sus dones, a fin de que siempre tengan lo que les hace falta, y aún les sobre para hacer toda clase de buenas obras. 2Cor 9.7-8
También nos enseña que al negarnos a compartir con los demás lo que hemos recibido, obstaculizamos el camino para seguir recibiendo de Dios: sepan que el que siembra mezquinamente, tendrá una cosecha muy pobre. 2Cor 9.6
El Señor nos provee de toda clase de bienes, multiplica los panes y nos quiere generosos, no porque él lo necesite, sino para que seamos testigo y reflejo de un Dios Padre, amoroso y generoso. Para que el mundo crea.
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