viernes, 30 de diciembre de 2011

¿Qué es ceguera espiritual?

De la boca del necio brota el orgullo.  Prov 14.3
La necedad no trama más que el pecado.  Prov 24.9

Necedad:  Imprudente. Falto de razón y porfiado en lo que dice. Ignorante y no sabe lo que podía y debía saber.
Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud.  Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas.  Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.  Enseguida, obligó a los discípulos a que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud.  Después subió a la montaña para orar a solas.  Y al atardecer, todavía estaba allí, solo.  La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra.  A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar.  Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron.  Es un fantasma, dijeron, y llenos de temor, se pusieron a gritar.  Pero Jesús les dijo:  Tranquilícense, soy yo; no teman.  Entonces Pedro le respondió:  Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua.  Ven, le dijo Jesús.  Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él.  Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó:  Señor, sálvame.  Enseguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía:  Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?  En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó.  Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo:  Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios.  Mt 14.19-33
La versión del evangelista Marcos agrega:  Luego subió a la barca con ellos y el viento se calmó.  Así llegaron al colmo de su estupor, porque no habían comprendido el milagro de los panes y su mente estaba enceguecida.  Mc 6.51-52
Los apóstoles que convivían con Jesús, eran testigos privilegiados de todos sus milagros, signos y prodigios, y pese a ello les costaba mucho poder comprenderlo.  ¿Por qué sucede esto?.
El pecado cometido por Adán y Eva originó una ruptura del orden espiritual en toda la creación.  En el hombre, se manifiesta en la independencia entre la razón y el espíritu.
El orgullo, en principio es un espíritu de rebeldía, por este motivo es diabólico, y aunque la persona no lo comprenda, su espíritu se opone al Espíritu Santo de Dios.  Para esa persona es como si estuviera suspendida con una soga al cuello.  Por mas que trate de evitarlo por la fuerza de gravedad y el agotamiento físico se produce su estrangulamiento.
A todos, Dios nos concede infinitas oportunidades para aceptar su misericordia y alcanzar la salvación, pero la historia personal, junto con la vida de pecado es una mochila tan pesada que por más fuerte que sea la frenada, por el impulso de la inercia, el pecado continua acrecentando la soberbia.
La soberbia es hacer del orgullo una rueda de auxilio de uso permanente, en alta velocidad, y con un peso excesivo.  Esta rueda termina por hacer reventar la cubierta, y con un accidente por negligencia.  Al principio brinda una seguridad prestada, que de hacerla permanente, impide asumir las responsabilidades sobre el área afectada y que el orgullo hizo de rueda de auxilio.
Cuando por heridas emocionales la persona ha crecido en el orgullo, le suma una vida de rechazo sistemático a la fe, esto favorece para que el culto al ego se desarrolle por medio de la soberbia, derivando hacia una egolatría.
Si utilizamos a la razón para intentar lograr autonomía, creyendo que se obtendría una mayor libertad, se cae en el libertinaje y bajo el dominio de Satanás, por medio del orgullo:  El que vive aislado sigue sus caprichos y se irrita contra todo sano consejo.  Prov 18.1
Nadie puede vivir para si mismo:  Ninguno de nosotros vive para si, ni tampoco muere para si.  Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor:  Tanto en la vida como en la muerte, pertenecemos al Señor.  Porque Cristo murió y volvió a la vida para ser Señor de los vivos y de los muertos.  Rom 14.7-9
La ceguera generada por el orgullo, hace que no se reconozca un error o equivocación propia, siempre existe una excusa justificadora.  Si no se pudiera negar por las evidencias, el último recurso será quitarle toda importancia, como justificación.
A la independencia de la razón con respecto al espíritu, se debe responder desde la razón por medio de la voluntad, y desde el espíritu por la fe, justamente, ejercitando la voluntad.
El orgullo comienza cuando el hombre se aparta del Señor y su corazón se aleja de aquel que lo creó.  Ecli 10.12
El comienzo del orgullo es el pecado y el que persiste en él, hace llover la abominación.  Ecli 10.13  (Abominación: rechazo y condenación).
La falta de moral (generada con el antitestimonio cristiano), produce una moral permisiva, que a través de los años degrada espiritualmente a la persona.  Esta situación es un terreno fértil para que germine con mucha fuerza el orgullo:  No hay remedio para el mal del orgulloso porque una planta maligna ha hecho raíces en él.  Ecli 3.28
No procedan como los paganos, que se dejan llevar por la frivolidad de sus pensamientos y tienen la mente oscurecida (enceguecida).  Ellos están apartados de la Vida de Dios por su ignorancia y su obstinación, y habiendo perdido el sentido moral, se han entregado al vicio.  Ef 4.17-19
Para el soberbio nada tiene importancia, solo él es importante y nadie más.  No conoce la verdad, porque tiene a la mentira por verdad y toda su vida está orientada hacia ella.  Si la reconociera, debería aceptarla y si esto sucediera sería un gesto de humildad.  Es girar ciento ochenta grados y espiritualmente se llama conversión.
Por este motivo para el orgulloso no existe la Ley de Dios, ni conciencia del respeto hacia él.  El pecado habla al impío en el fondo del corazón; para él no hay temor de Dios, porque se mira con tan buenos ojos que no puede descubrir ni aborrecer su culpa (Sl 36.2-3).  Se obstinan en sus malos propósitos y esconden sus trampas con astucia, pensando:  ¿Quién podrá verlo?.  Sl 64.6
El malvado se jacta de su ambición, el codicioso blasfema y menosprecia al Señor; el impío exclama en el colmo de su arrogancia:  No hay ningún Dios que me pida cuenta.  Esto es lo único que piensa. Sus caminos prosperan constantemente; tus juicios, lo tienen sin cuidado; elimina de un soplo a sus rivales y se dice a si mismo:  No vacilaré, seré siempre feliz, no tendré contrariedades.  Su boca está llena de maldiciones, engaños y violencias; detrás de sus palabras hay malicia y opresión.  Sl 10.3-7
La ceguera intelectual y espiritual que provoca el orgullo, impide comprender las razones filosóficas fundamentales:  para que existimos y hacia donde vamos.
Estas personas que pueden autodenominarse cristianas, construyen un Cristo a su medida, que satisfaga sus necesidades egocéntricas, transformándolo en un comodín, que lo tiene guardado, en espera de la oportunidad para ser utilizado.
A esta persona si se le preguntara:  ¿usted cree en la otra vida, la vida eterna?, aunque diga que si, muy pocos creen en esta promesa de Jesús, no creen en él como revelación del Padre.
Esto se comprueba por la incoherencia de sus vidas.  El que cree en Cristo, está orientado hacia él por el amor, y sus obras hablan por si mismas:  Hacen profesión de conocer a Dios, pero con sus actos lo niegan:  son personas abominables, rebeldes, incapaces de cualquier obra buena.  Tit 1.16
Existen desviaciones, errores, y accidentes en todo camino, pero la orientación es clara, no es contradictoria.
El que no conoce a Cristo y se rige por la moral, a través de ella lo reconoce como la Verdad de Dios.  Su buena voluntad permite al Espíritu Santo obrar para su justificación en el amor, dando lugar a la Divina Misericordia.
El orgulloso a través de los años va formando una moral propia, que es el resultado de todas las connivencias con el mal, y se traducen en :  mentira, traición, calumnia, delación, soborno, estafa, chantaje, peculado, robo, etc.
Por más que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán.  Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se conviertan, y yo los cure.  Mt 13.15
Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes.  A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas.  El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham.  El rico también murió y fue sepultado.  En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él.  Entonces exclamó:  Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan.  Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento.  Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo.  De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí.  Lc 16.19-26
La distancia que pone la soberbia, es un gran abismo que se interpone con la humildad de Dios.  La Divina Misericordia hace milagros para salvar a la persona, pero esta no puede pasar sobre la Divina Justicia.
Dios puede justificar la mala voluntad motivada por heridas y carencias afectivas, que condicionan a una vida orgullosa y basada en el error.  Pero si a esto se le suma una conducta cómplice y complaciente con el mal y lo malo, aquí entra en el plano de la Divina Justicia.
Aquí entra el misterio del amor de Dios que conoce los condicionamientos a la libertad interior de cada uno, todos sus hijos, por medio del Espíritu Santo, para que cada uno pueda quedar justificado en el amor, por Justicia y Misericordia. 
Los malvados no entienden lo que es recto, los que buscan al Señor lo entienden todo.  Prov 28.5
El que no está conmigo está contra mí.  Lc 11.23
La ira*  de Dios se revela desde el cielo contra la impiedad y la injusticia de los hombres, que por su injusticia retienen prisionera la verdad.  Porque todo cuanto se puede conocer acerca de Dios está patente ante ellos:  Dios mismo se lo dio a conocer, ya que sus atributos invisibles  -su poder eterno y su divinidad-  se hacen visibles a los ojos de la inteligencia, desde la creación del mundo, por medio de sus obras.  Por lo tanto, aquellos no tienen ninguna excusa:  en efecto, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron ni le dieron gracias como corresponde.  Por el contrario, se extraviaron en vanos razonamientos y su mente insensata quedó en la oscuridad.  Haciendo alarde de sabios se convirtieron en necios y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por imágenes que representan a hombres corruptibles, aves, cuadrúpedos y reptiles.  Rom 1.18-23
* La ira no es más que la actitud de Dios frente al pecado:  la santidad de Dios y el pecado son incompatibles y no puede menos que pronunciar un juicio condenatorio sobre los que conocen la verdad y no obran conforme a ella.
Al expresar esto último en nuestra realidad contemporánea, es así:  Haciendo alarde de sabios se convirtieron en necios y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por la gloria humana, a través del orgullo, dinero, poder, sexo gula, etc.
Por eso, los dejó abandonados a los deseos de su corazón, ya que han sustituido la verdad de Dios por la mentira, adorando y sirviendo a las criaturas en lugar del Creador, que es bendito eternamente.  Y como no se preocuparon por reconocer a Dios, él los entregó a su mente depravada para que hicieran lo que no se debe.  Están llenos de toda clase de injusticia, iniquidad, ambición y maldad:  colmados de envidia, crímenes, peleas, engaños, depravación, difamaciones.  Son detractores, enemigos de Dios, insolentes, arrogantes, vanidosos, hábiles para el mal, rebeldes con sus padres, insensatos, desleales, insensibles, despiadados.  Y a pesar de que conocen el decreto de Dios, que declara dignos de muerte a los que hacen estas cosas, no sólo las practican, sino que también aprueban a los que las hacen.  Rom 1.24-25, 28-32
Por eso, Dios les envía un poder engañoso que les hace creer en la mentira, a fin de que sean condenados los que se negaron a creer en la verdad y se complacieron en el mal.  2Tes 2.11-12
En los últimos tiempos los hombres serán egoístas, amigos del dinero, jactanciosos, soberbios, difamadores, rebeldes con sus padres, desagradecidos, impíos, incapaces de amar, implacables, calumniadores, desenfrenados, crueles, enemigos del bien, traidores, aventureros, obcecados, mas amantes de los placeres que de Dios; y aunque harán ostentación de piedad, carecerán realmente de ella.  2Tim 3.1-5
Nosotros también nos comportábamos así en otro tiempo, satisfaciendo nuestras malas inclinaciones, de manera que por nuestra condición estábamos condenados a la ira, igual que los demás.  Ef 2.3
El orgullo lleva al hombre a la humillación, el de espíritu humilde alcanzará honores.  Prov 29.23
El que respeta la instrucción camina hacia la vida, pero el que rechaza la reprensión se extravía.  Prov 10.17
La verdad cuestiona al orgulloso, lo desestabiliza, le quita sustento a la Torre de Babel que construyó con su ego.  Por este motivo para los incrédulos, ha llegado a ser piedra de tropiezo y roca de escándalo (1Pe 2.7-8), porque Cristo, la Verdad (Jn 14.6), es cuestionador y cuestionante.
Cuando Jesús nos dice:  Si me persiguieron a mí, también los perseguirán a ustedes (Jn 15.20), se refiere precisamente a esto; a la persecución por ser testigos de la verdad, en un mundo que está regido por la mentira, porque tienen por padre al mentiroso:  Ustedes tienen por padre al demonio y quieren cumplir los deseos de su padre.  Cuando miente habla conforme a lo que es porque es mentiroso y padre de la mentira.  Jn 8.44
El malvado urde intrigas contra el justo, y al verlo, rechinan sus dientes.  Sl 37.12
El mundo no tiene por que odiarlos a ustedes; me odia a mí, porque atestiguo contra él que sus obras son malas.  Jn 7.7
El que conoce a Dios nos escucha, pero el que no es de Dios no nos escucha.  1Jn 4.6

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