viernes, 30 de diciembre de 2011

El dolor y el sufrimiento

Me duele el alma. Me duele el alma por la mentira, deseo la verdad, Tú, Señor, La Vedad.  Por la falsedad, la hipocresía, deseo serte fiel; por la corrupción, deseo tu perfección; por la muerte, deseo tu Vida, por…, por…
Me duele que no me duela,
no amarte como quisiera,
pero mucho más me duele,
no amarte como tú quisieras.

El dolor es la consecuencia de elecciones mal hechas (pecado), caminos herrados que se contraponen a los caminos correctos (que nos propone Dios) y que para nuestra protección, Dios se ve obligado a obstruir y al chocar con nuestra resistencia produce un dolor, dándonos la oportunidad de que cambiemos al camino correcto.
El dolor es un misterio, es una oportunidad más que propicia que nos permite manifestar e incrementar nuestra confianza en los designios providenciales de Dios sobre nuestras vidas.
No es querido por Dios, es la consecuencia del pecado.  Como Dios respeta la libertad, para hacer de ella un elemento meritorio en su plan salvador, utiliza al dolor como una herramienta (espiritual) para construir el hombre interior y renovar nuestro espíritu:  Nuestro hombre interior se va renovando día a día.  2Cor 4.16
También, por medio del dolor cancelamos nuestras deudas (redimimos) contraídas con la Divina Justicia, como consecuencia de los pecados, aunque estos hayan sido perdonados.  Esto es reparar el daño cometido al cuerpo de Cristo (la Iglesia).  Así como un pecado daña a toda la Iglesia, de la misma manera lo repara uno virtuoso:  Convenía que Cristo, a fin de llevar a la gloria a un gran número de hijos,  perfeccionara (humanamente) por medio del sufrimiento, al que los conduciría a la salvación.  Heb 2.10
Con el dolor aceptado por fe reparamos el cuerpo de Cristo, asociándonos a su obra redentora, contribuyendo a salvar a muchos hermanos nuestros que de otra manera no alcanzarían la misericordia de Dios.  Además esta participación en el “dolor de Dios”, nos hace partícipes en justicia de “su gozo”, al haber participado en el amor de Dios por la corredención.
El rechazo del dolor produce en el corazón un estado de rebeldía inconsciente, para hacerlo comprensible lo expresaré de la siguiente manera:
1. Culpamos a Dios (siendo que él se hizo “la víctima” ocupando nuestro lugar, dándole un valor salvador).
2. Maldecimos a Dios (no alcanzarían todas las palabras, todo el odio del mundo, crucificando eternamente a Cristo).

Existen distintas intensidades en la virtud del amor, no es lo mismo con el odio, es total.  Existen distintos grados de rebeldías que son los atenuante y/o agravantes, según sus motivaciones:  ignorancia, debilidad, cobardía, miedo, premeditación, etc.
Al conocer Dios las profundidades de nuestros corazones, también conoce los condicionamientos de cada uno y los va preparando permanente y paulatinamente, para que aceptemos los dolores que según su proyecto providencial personal, nos conviene aceptar y ofrecer como una ofrenda de amor, como camino de santificación:  Alégrense profundamente cuando se vean sometidos a cualquier clase de pruebas, sabiendo que la fe, al ser probada, produce la paciencia.  Y la paciencia debe ir acompañada de obras perfectas, a fin de que ustedes lleguen a la perfección y a la madurez, sin que les falte nada.  Sant 1.2-4
Si Dios no nos ayudara con su gracia, ninguno podríamos aceptar el dolor.  Esto se concreta con la fe ejercitada en la prueba permanente, por la que se va fortaleciendo, para recibir la gracia necesaria y de esta manera poder aceptar el dolor con paz en el corazón.  Es una enseñanza personal e individual que el Señor hace con cada uno, todos sus hijos
También es necesaria la virtud de la humildad, para abrirse a los designios de Dios en una actitud de disponibilidad:  Mi poder triunfa en la debilidad.  2Cor 12.8
¿Qué pasaría si no existiera el dolor?  ¿Cómo podríamos quedar justificados en el amor, si no presentáramos ante la Divina Justicia las obras que testimonien el amor a nuestros hermanos?  Estas obras para que sean de amor, de alguna manera deben dolernos, porque el amor duele.  Si no nos duele puede ser cualquier cosa buena, pero no es amor.
Según el diccionario, sufrimiento es tener un padecimiento, es sentir un daño o dolor físico o moral, resistir, soportar, aguantar.  Según el Espíritu, es padecer en el alma.  Lo primero que sufre es el espíritu humano al sentirse humillado en su autosuficiencia.  El espíritu del hombre es un manojo de orgullo que el Espíritu de Dios va modelando:  Si, como la arcilla en la mano del alfarero, así están ustedes en mi mano.  Jer 18.6
Nuestra naturaleza espiritual es muy sensible y todo nos afecta para que sea fuente de mérito y demérito (para bien y para mal).  Dios es un eximio equilibrista y está permanentemente ocupado en todos, en cada uno de sus hijos, para que aprovechen la gracia que les concede para su salvación, y lleguen al máximo grado de santificación mereciendo proporcionalmente la mayor glorificación, y sus méritos alcancen además para la salvación de otra persona.
Dios es una persona muy sensible y sufre con y por nosotros.  Sufre porque sufrimos y se goza con nuestro gozo.
La ira del Señor se encendió contra Israel.  Jc 2.20
Yo no recrimino para siempre, ni me irrito eternamente.  Is 57.16    
Si la nación se convierte de su maldad, entonces me arrepentiré del mal que había pensado infligirle.  Jer 18.8
Cuando Israel era niño yo lo llamé y de Egipto llamé a mi hijo.  Era para ellos como los que alzan una criatura contra sus mejillas, se enciende toda mi ternura.  Os 11.1, 4, 8
Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y e conmovió profundamente.  Lc 15.20
¡Qué hermosa eres amada mía! ¡Me has robado el corazón!  Eres mi amor y mi delicia. Cant 4.1, 9; 7.7
Tú eres de gran precio a mis ojos, porque eres valioso, y yo te amo.  Is 43.4

Somos la perla por la cual pagó con la vida de su Hijo (Mt 13.45-46).
La oveja perdida y encontrada que cargó sobre sus hombros (Lc 15.1-7).
Somos el sueño eterno, de un Dios eterno, que nos pensó eternamente y cuando nos pensó, nos amó con un amor eterno.
El dolor que Dios permite en nuestras vidas no es un mal que nos perjudique, como creemos, por el contrario, lo permite porque es lo mejor para el crecimiento en el amor.  No podría existir otro medio que lo supere en beneficios, de lo contrario lo hubiera reemplazado:  Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman.  Rom 8.28
En realidad subestimamos y menospreciamos todo lo que viene de Dios, porque en nuestro orgullo no podemos aceptar que estamos equivocados.  Su máximo exponente es el rebelde premeditado.  Al menospreciar el dolor como instrumento de salvación, en el fondo hay un juicio implícito a Dios.  Al juzgar a Dios lo tratamos de mentiroso:  El que no le cree a Dios lo hace pasar por mentiroso.  1Jn 5.10
Si ustedes tienen que sufrir es para su corrección, porque Dios los trata como a hijos, y ¿hay algún hijo que no sea corregido por su padre?  Si Dios no los corrigiera, como lo hace con todos, ustedes serían bastardos y no hijos.  Después de todo, nuestros padres carnales nos corregían, y no por eso dejábamos de respetarlos.  Con mayor razón entonces, debemos someternos al Padre de nuestro espíritu, para poseer la Vida.  Porque nuestros padres sólo nos corrigen por un breve tiempo y de acuerdo con su criterio.  Dios, en cambio, nos corrige para nuestro bien, a fin de comunicarnos su santidad.  Es verdad que toda corrección, en el momento de recibirla, es motivo de tristeza y no de alegría; pero más tarde, produce frutos de paz y de justicia en los que han sido adiestrados por ella.  Heb 12.7-11
Te oculté mi rostro por un instante, pero me compadecí de ti (ponga aquí su nombre) con amor eterno.  Is 54.8
Fuimos llamados a ser imagen y semejanza de Jesús: a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el Primogénito entre muchos hermanos (Rom 8.29).  Al no serlo por docilidad espiritual, la otra alternativa, es serlo como hombre de dolor.
Por el misterio eucarístico somos la sangre viva del Dios Vivo, la sangre palpitante de Cristo; la Pasión que se consuma hoy en cada uno de sus hijos (la Iglesia). 
Somos el Cristo sufriente que se reproduce en cada uno que sufre solidariamente con él, por y con amor.
“¡Oh!, Si al alma que sufre le fuera dado saber cuánto la ama Dios, se moriría de gusto y de exceso de felicidad.  Un día sabremos el valor del sufrimiento, pero para entonces, ya el alma será incapaz de sufrir más.  Ahora es nuestra oportunidad”.
Palabras de Santa Faustina Kowalsca, a quién el Señor reveló la devoción de La Divina Misericordia.    

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