viernes, 30 de diciembre de 2011

A nosotros, Dios no puede condenarnos

La prueba de que Dios nos ama, es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores.  Y ahora que estamos justificados por su sangre, con mayor razón seremos librados por él de la ira de Dios.  Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida.  Rom 5.8-10
¿Quién podrá acusar a los elegidos de Dios?  ¿Quién se atreverá a condenarlos?  ¿Será acaso Jesucristo, el que murió, más aún, el que resucitó y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros?  Rom 8.33-34
Si Cristo murió para salvarnos, ¿cómo podría condenarnos?, no tendría sentido.  La condenación parte de nosotros mismos, al enfrentarnos en la condición de culpables ante la Divina Justicia, porque:
El que no vive en la verdad, es como si viviera en la oscuridad y cuando es llamado a la presencia de Cristo queda encandilado por la luz que emana de su divinidad, lo cual produce un rechazo.  De la misma manera es la condenación.
El que vive en la verdad vive en la presencia de Dios, no se siente cuestionado por su conciencia, vive en paz con Dios, consigo mismo y con los demás.  Esto le brinda confianza en sentirse amado por él, por este motivo cuando es llamado a su presencia, puede mirarlo cara a cara.  1Cor 13.12
Nuestro juicio personal lo realiza nuestra propia conciencia ante la Divina Justicia y como atenuantes y agravantes será la unidad de medida empleada en nuestros juicios:  La medida con que midan se usará para ustedes.  Mt 7.2
La medida del perdón que otorgamos, se nos concederá y la misericordia que tuvimos, obtendremos.  Cada vez que rezamos el Padrenuestro, estamos confirmando La Palabra en Mt 7.2:  “perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos… (= de la misma manera).  
La condenación es la consecuencia del juicio inapelable de nuestra propia conciencia (Cuando se haga el recuento de sus pecados, llegarán aterrorizados y sus iniquidades se levantarán contra ellos para acusarlos. Sab 4.20), a la que el Espíritu Santo Paráclito (= abogado defensor) no pudo justificar y Cristo tampoco pudo interceder, por misericordia y con mirada triste e impotente, es como si dijera:  “Se cumpla tu voluntad”.
En ese momento la soberbia permite la entrada de los demonios que llevan el alma a un odio humanamente inconcebible, que le precipita al infierno.
La Palabra nos dice que cuando regrese Jesús, también tendremos un juicio como familia humana:  Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos sus ángeles, se sentará en su trono glorioso.  Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y el separará a unos de otros.  Dirá a los de la izquierda:  Aléjense de mi malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron.  Mt 25.31-32,  41-43
Si en el personal ya fuimos condenados, en este otro, ya no tendremos la posibilidad de quedar justificados.   
¡Nos condenamos a nosotros mismos!...  pese a la defensa que nos hace Dios mismo en la Divina Persona del Espíritu Santo e intercesión de Jesús ante el Padre, por los méritos infinitos de su Pasión.  Esto es mucho mas humillante y por toda la eternidad.
Señor, pese a tu infinita misericordia, Tu abandonas a los que se desvían de tus preceptos, porque todo lo que piensan es mentira.  Porque el santo espíritu huye de la falsedad, se aparta de los razonamientos insensatos y siente rechazo cuando sobreviene la injusticia.  Sal 119.118; Sab 1.5
La falta de oración, recepción frecuente de los sacramentos:  Confesión, Eucaristía, del criterio espiritual y disponibilidad, por falta de generosidad, impide la docilidad para poder responder a las mociones e inspiraciones del Espíritu Santo en el corazón.
El que desea seguir a Cristo no debe guiarse con criterio humano, esto lo hace incoherente con su fe (Hacen profesión de conocer a Dios, pero con sus actos lo niegan.  Tit 1.16), debe “vivir” esta Palabra:  Ya no conocemos a nadie (ya no juzgamos nada) con criterios puramente humanos.  2Cor 5.16
Tampoco podemos poner excusas, que consideramos legítimas:  problemas de salud, obligaciones laborales, familiares, etc. para no brindar un servicio, o el simple seguimiento a Jesús.  La disponibilidad exige generosidad y las excusas por más legítimas que estas sean, en definitiva son para justificar la falta de generosidad por egoísmo.
El Espíritu Santo activa la conciencia , y por ausencia de la gracia, la tibieza se convierte en indolencia, pereza, hasta llegar a negar el amor: pecado.  Aquí se comienza a generar una verdad propia, para justificarse ante la conciencia, por este motivo:
La ira de Dios se revela desde el cielo contra la impiedad y la injusticia de los hombres, que por su injusticia retienen prisionera la verdad.  No tienen ninguna excusa:  habiendo conocido a Dios, se extraviaron en vanos razonamientos y su mente insensata quedó en la oscuridad.  Haciendo alarde de sabios se convirtieron en necios y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por imágenes que representan a hombres corruptibles (glorificación propia).  Los dejó abandonados a los deseos de su corazón.  Los entregó a su mente depravada, para que hicieran lo que no se debe, por no haber amado la verdad que los podía salvar.  Por eso, Dios les envía un poder engañoso que les hace creer en la mentira, a fin de que sean condenados, todos los que se negaron a creer en la verdad y se complacieron en el mal.  Rom 1.18, 20-24, 28; 2Tes 2.10-12
Este poder engañoso está en el padre de la mentira (Ustedes tienen por padre al demonio. Jn 8.44), para que hagamos una opción contra Dios, porque su amor no puede aceptar una indiferencia:  ¡Ojalá fueras frío o caliente!  Por eso, porque eres tibio, te vomitaré de mi boca.  Ap 3.15-16
El que busca la verdad, inconscientemente dispone su corazón para interpretarla, e implícitamente está invitando a Cristo, La Verdad (Jn 14.6) a manifestarse y él lo concreta con la gracia necesaria para que se cumpla este deseo, a través del Espíritu Santo.
Por el contrario, el que no la acepta o rechaza, rechaza a Cristo.  Al rechazar la verdad, acepta la mentira, hasta ahora no se inventó una tercera posición:  El que no está conmigo, está contra mí.  Lc 11.23
Cristianos de la iglesia xx insensatos,* ¿han sido tan insensatos que llegaron al extremo de comenzar por el Espíritu para acabar ahora en la carne? ¿Habrá sido en vano que recibieron tantos favores?   ¡Ojalá no haya sido en vano!  Gal 3.1, 3-4
* Sinónimos: tonto, terco, porfiado. 
La sabiduría se mantiene alejada del orgullo.  Ecli 15.1, 8
El orgullo lleva al hombre a la humillación.  Prov  29.23
El Señor derriba la casa de los soberbios.  Prov 15.25
No hay remedio para el mal del orgulloso, porque una planta maligna ha echado raíces en él.  Ecli 3.28

El orgullo comienza cuando el hombre se aparta del Señor y su corazón se aleja de aquel que lo creó.  Porque el comienzo del orgullo es el pecado y el que persiste en el, hace llover la abominación:  por eso el Señor envió calamidades imprevistas y arrasó a los soberbios hasta aniquilarlos.  Ecli 10.12-13

Si después de haber recibido el pleno conocimiento de la verdad, pecamos deliberadamente, ya no hay más sacrificio por los pecados.  Solo resta esperar con terror el juicio y el fuego ardiente que consumirá a los rebeldes,  ¿Verdaderamente es algo terrible caer en las manos del Dios viviente!  Heb 10.26-27, 31 
El espíritu del hombre lo sostiene en su enfermedad, pero ¿quién levantará a un espíritu abatido? (Prov 18.14).  Si el espíritu está asociado a las tinieblas, es ese espíritu el que “retiene” a la enfermedad, es decir, impide recibir la sanación que Dios desea conceder.  Porque él nos quiere sanos y felices.
El que se apoya en si mismo es como el que ha construido una casa sobre la arena:  El que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa:  esta se derrumbó, y su ruina fue grande.  Mt 7.26-27
En cambio, el que se apoya en Cristo, él lo sostiene, impulsa y estimula desde la Cruz y como Resucitado, con su amor y con su gracia, a través de su Espíritu, lo santifica y sana.
Esto me llevó a cuestionarme en el Espíritu:  ¿Cuántos de los que están internados, o tienen problemas siquiátricos, lo están por el orgullo de no aceptar La Verdad (Cristo) en sus corazones?  Al tener la respuesta por una revelación en que me confirmó que es del 99 por ciento, me permitió comprobar y comprender las graves consecuencias del rechazo de la verdad que proviene de Dios. Una cosa es relatarlo y por escrito y otra muy distinta es pasar por esta experiencia que es intransferible..
Al saber que la responsabilidad total de estos problemas siquiátricos es por haber negado la verdad, me soqueó muy fuerte, tanto que inconscientemente se transformó en agradecimiento al Señor, por haberme preservado de la mentira.  También en alabanza, porque la verdad se transforma en justicia, que es “fuerte” y dolorosa, pero “necesaria”, para preservar la verdad, la suya santa e inefable.
Debo reprocharte que hayas dejado enfriar el amor que tenías al comienzo.  Fíjate bien desde donde has caído, conviértete y observa tu conducta anterior.  Ap 2.4-5
Conozco tus obras:  aparentemente vives, pero en realidad estás muerto.  Permanece alerta y reanima lo que todavía puedes rescatar de la muerte, porque veo que tu conducta no es perfecta delante de Dios.  Recuerda cómo has recibido y escuchado la Palabra:  consérvala fielmente y arrepiéntete.  Porque si no vigilas, llegaré como un ladrón, y no sabrás a que hora te sorprenderé.  Ap 3.1-3 

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