viernes, 30 de diciembre de 2011

¿Qué hay que hacer para alcanzar la salvación?

Si se le hiciera esta pregunta a un católico, salvo algunas excepciones, respondería: ir a Misa, recibir todos los sacramentos, rezar el Rosario, consagrarse al Sagrado Corazón de Jesús, consagrarse a la devoción de las Divinas Llagas de Jesús, etc., pertenecer a un movimiento o asociación de la Iglesia: Cáritas, Legión de María, Movimiento Familiar Cristiano, Liga de Madres de Familia, Movimiento de Cursillos; Movimiento de la Palabra, Renovación Carismática, etc.

No son los que me dicen: Señor, Señor, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre? Entonces yo le manifestaré: Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal.  Mt 7.21- 23

Según esta Palabra, lo único que nos justifica delante de Dios, es hacer «su» voluntad. ¿Cuál es la voluntad del Padre? Jesús nos dice: Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el Cielo. Mt 5.48

La perfección que Jesús nos pide no se refiere a la naturaleza humana, pues sabe que es imposible, porque la carne es débil (Mt 26.41). Por el contrario, se refiere específicamente sobre la naturaleza espiritual. Consiste en el amor, expresado a través de la obediencia. Los únicos que pueden lograrla son los que se dejan conducir por el Espíritu de Dios, (porque) son hijos de Dios (Rom 8.14). En esto consiste la santidad a la que estamos llamados.

Por medio de la obediencia, el mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también somos herederos de Dios y coherederos de Cristo, porque sufrimos con él para ser glorificados con él.  Rom 8.16-17

La obediencia es la mayor alabanza que el hombre puede tributar a Dios, porque se reconoce a sí mismo como creatura y a Dios como Padre, y porque somete libremente su voluntad, a la voluntad de Dios, por y con amor, dejando de lado el hacer proyectos propios para asumir como tales a los suyos.

Este proyecto que Dios tiene para cada uno, está profunda, misteriosa y providencialmente relacionado con el proyecto salvador-redentor de cada persona y de toda la creación.

La obediencia es generada por la adhesión de nuestro espíritu al Espíritu Santo que acude a nuestro auxilio a través de la gracia, que es proporcional a la disponibilidad, generosidad y docilidad espiritual. De tal manera esto es así, que se convierten en los elementos de juicio para el discernimiento de lo que es obediencia.

La evangelización de Jesús ocupó sus últimos tres años, es lo que llamamos vida pública. El Evangelio hace solamente siete menciones de su vida privada: visita de los pastores, circuncisión, visita de los magos, presentación en el Templo, el regreso a Nazaret, y su encuentro en el Templo con los Doctores de la Ley. Desde los doce años hasta los treinta en que comienza su vida pública, existe un vacío de información, es el período gestatorio, el más fructífero: El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos….. Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres.  Lc 2.51-52

La expresión “sujeto a ellos” se refiere a la obediencia como virtud, como dependencia espiritual. La plenitud de ella le hizo decir: Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra (Jn 4.34). En la «comida» simboliza que la obediencia se convierte en una necesidad vital. Ella nos permite manifestar la fe, ejercitar la humildad y la caridad; alabar y glorificar a Dios; servirlo en tiempo y forma que él estime oportuno y conveniente y con disponibilidad. También es amar sin límites ni condiciones.

¿La obra de Dios, Jesús la concretó más en la vida pública que en la privada? La vida pública fue la consecuencia final de la privada, al igual que un nacimiento biológico, después de un período gestatorio.

Mientras hacemos la voluntad de Dios en nosotros con y por amor, estamos trabajando para él, aunque pareciera que no hacemos nada.

La unión de los corazones enamorados hace sentir como propios los deseos del amado, hasta adelantarse en el deseo de complacerlo. Esto vulgarmente se dice: le roba la voluntad. De la misma manera para con Dios, el discípulo no espera que su Maestro, Jesús, le diga que debe hacer, porque el amor le motiva a responder al Amor.

Es tener el pensamiento de Cristo (1Cor 2.16), los mismos sentimientos (Flp 2.5), un mismo corazón, identificarse hasta hacerse uno con él: Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí.  Gal 2.20

El llamado de Dios se traduce en una respuesta en la que el don personal es puesto al servicio, y se concreta por medio de la permanente y constante generosidad, en la disponibilidad y docilidad espiritual. Esto expresado en pocas líneas parece sencillo, fácil, pero en realidad, la fe con el auxilio de la gracia es probada al máximo, por lo cual la Iglesia al canonizar a uno de sus hijos reconoce en ella su grado heroico. Desde la humano es imposible, es la gracia de Dios que al no ser rechazada o despreciada sino absorbida como tierra reseca, por la fertilidad (disponibilidad) de la tierra (alma), hace producir una cosecha abundante.

Todos estamos llamados a la santidad: Ustedes serán santos, porque yo soy santo (Lev 11.45), pues la voluntad de Dios es que sean santos.  1Tes 4.3

Surge natural y espontáneamente la pregunta, ¿qué tengo que hacer para ser santo?

La justificación no es por las obras (1), sino por la fe (Gal 2.16), testimoniada a través de ellas, porque a los ojos de Dios, nadie será justificado por las obras.  Rom 3.20

(1) Contrariamente a lo que dicen en sus predicaciones la gran mayoría de los sacerdotes. Esto no implica juicio, sino la constatación de un hecho objetivo a la luz de la Palabra.

Por medio de Cristo, el amor y misericordia de Dios cubre multitud de pecados y nos justifica ante el Padre: Todo depende no del querer o del esfuerzo del hombre (2), sino de la misericordia de Dios.  Rom 9.16

(2) De lo contrario se caería en el pelagianismo, secta del hereje Pelagio (Siglo V): Aseguraba bastar con guardar todos los mandamientos, practicar las obras virtuosas, y de esta manera alcanzar la vida eterna, descartando la gracia santificante.

Por lo tanto, la santidad no consiste en algo que yo tengo que lograr por mi mismo, sino en «dejar» que Dios lo haga por mí y para ello debo brindar mi colaboración activa.

El primer ejemplo lo tenemos en Jesús cuando a la oposición de Adán al proyecto de Dios, Jesús, como segundo Adán, se contrapone con las palabras: Padre mío, si es posible que pase lejos de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Mt 26.39

El segundo lo tenemos en María, cuando dijo al ángel: Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho.  Lc 1.38

Desde entonces y a partir de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo (santificador) fue derramado en el corazón de toda la Iglesia, no necesitamos dar el sí ganado por Jesús y manifestado en la Santísima Virgen.

¿Cómo se entiende esto? Desde Pentecostés, el sí de Jesús lo tiene el Espíritu Santo en nuestro corazón y continúa en forma desapercibida su obra divina en cada uno de los hijos de Dios, cuando no nos oponemos a su voluntad, “entristeciéndolo” (Ef 4.30), “extinguiéndolo” (1Tes 5.19): El que sondea los corazones (Jesús) conoce el deseo del Espíritu Santo y sabe que su intercesión en favor de los santos está de acuerdo con la voluntad divina.  Rom 8.27

Consiste en dejarse guiar, impulsar, manejar, movidos por mociones, inspiraciones, insinuaciones, etc. que el Espíritu pone en el corazón de los que aman a Dios en justicia y verdad: Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Rom 8.14

Toda iniciativa parte de Dios, pues todo lo que es bueno y perfecto es un don de lo alto y desciende del Padre (Sant 1.17). Porque es Dios el que produce el querer y el hacer, conforme a su designio de amor (Flp 2.13). Una de sus misiones, consiste en crear oportunidades para que hagamos opciones a través de pensamientos, sentimientos y actos virtuosos que motiven el crecimiento espiritual del amor.

Ante las opciones negativas, el Espíritu Santo vuelve a comenzar su actividad siempre renovada en la eterna misión sanadora, liberadora y santificadora. Esto construye diariamente y minuto a minuto la santidad, el hombre nuevo, el castillo interior. En algunos se manifiesta en forma más evidente porque la generosidad y disponibilidad de su amor permite la aceptación y distribución de mayores gracias que los demás, en beneficio de toda la Iglesia.

¿Cómo se logra esto? Es el pequeño camino espiritual propuesto por Santa Teresita, que el Espíritu Santo desarrolla en cada uno de los hijos de Dios. Esto se puede comprobar a través del testimonio de santificación personal de cada uno.

Al decir oren incesantemente (Lc 21.36), parece que Jesús estuviera pidiendo algo imposible porque no disponemos del tiempo. La oración no consiste únicamente en dedicar tiempo al Señor, sino fundamentalmente vivir en su presencia. Lo que está diciendo es que toda «nuestra vida» se tiene que convertir en oración, al ofrecerle todo lo que hagamos.

Al pedir que oremos incesantemente, nos está proponiendo la contemplación, que consiste en ir descubriendo en todos los detalles de nuestra vida, la Providencia de Dios. Esta es una visión espiritual por la cual el Señor se manifiesta permanentemente. Nos está proponiendo la posibilidad de verlo y escucharlo, desde la limitación propia de la naturaleza humana.

La persona de fe debe «contemplar» la acción de Dios en «todo» (en cada cosa) y en «toda» su vida. A través de esta disponibilidad en «escuchar y ver», el Señor irá mostrando su voluntad, a la que con el corazón y sentimiento de Cristo (: Ya no vivo, sino que Cristo vive en mí. Gal 2.20), por gracia del Espíritu Santo permitirá obedecerlo, logrando la felicidad eterna, ya aquí y desde ahora, y la plena realización como persona, según el designio de salvación, proyectado por Dios desde la eternidad: camino exclusivo de santificación personal.

Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde.  Jn 15.4-6

El que permanece en mí… : Nuestros pensamientos, decisiones y acciones, si los hacemos con amor, por los méritos de Cristo, dan frutos proporcionalmente a ese amor. En realidad, todo lo que es bueno y perfecto desciende del Padre (Sant 1.17), para lo cual el Espíritu Santo obra en nuestro corazón. Únicamente por nuestra disponibilidad y docilidad hacia él, adquirimos méritos ante Dios.

El que permanece en mí… : Muchos podrán decir: yo hago muchas obras buenas. Pérdida de tiempo, trabajos y sacrificios inútiles que debido a la ceguera espiritual por el orgullo, recién podrán verlo cuando estén ante la presencia de Dios. Entonces, ya será tarde par corregir el error.

Jesús al decirnos: Y yo haré todo lo que ustedes pidan en mi Nombre para que el Padre sea glorificado en el Hijo (Jn 14.13), está expresando que nos utiliza como instrumentos privilegiados para glorificar al Padre. ¡Qué dignidad y responsabilidad!...

Por este motivo cuando pretendemos hace algo por nuestra propia cuenta, estamos:

1- despreciando al amor de Dios, 2- robándole al Padre la gloria que deberíamos tributarle en nombre de Jesús, 3- atribuyéndonos esa gloria, por soberbia, 4- condenándonos nosotros mismos.

Al comienzo pregunté qué respondería un católico (y no un cristiano), si se le preguntara qué hay que hacer para alcanzar la salvación. Si se le preguntara a un protestante no habría respondido de la misma forma. Ellos conocen al Espíritu Santo y para ellos es un Dios vivo, pues tienen la experiencia vital del Pentecostés personal (testimoniado en 1 Cor 14.26-33) que «reiteradamente» ha pedido el santo Papa Juan Pablo II y los obispos y sacerdotes se han negado a obedecer.

La Virgen dice*: Es la rebelión abierta y pública contra el Magisterio auténtico de la Iglesia, sobre todo al Magisterio del Papa.  (Mensaje del  13-3-90)


* Extraído de pág. 850 del libro de los mensajes: A los Sacerdotes Hijos Predilectos de la Santísima Virgen, 3ra. Edic. Latinoamericana (1995). Editado por el Padre Esteban Gobbi, fundador del Movimiento Sacerdotal Mariano, cuyo responsable en Argentina es Monseñor Rubén Héctor Di Monte.

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