viernes, 30 de diciembre de 2011

Amar al prójimo, ¡pero de verdad!...

La Madre Teresa de Calcuta nos dice:  Hay diferentes clases de pobreza.  En la India algunas personas viven y mueren hambrientas.  En esos lugares, hasta un puñado de arroz es valioso.  En los países occidentales no hay ese tipo de miseria material.  Allí nadie se muere de hambre, ni siquiera se conoce el hambre como se conoce en la India y en algunos otros países.
Pero en Occidente hay otra clase de  pobreza: la pobreza espiritual que es mucho peor. La gente no cree en Dios,  no  reza.  A la gente no le importa nada del prójimo.  En Occidente tenemos la pobreza de aquellos  que no están  satisfechos con lo  que tienen, que no saben como enfrentar el sufrimiento, que enseguida se abandonan a la desesperación.
La pobreza del corazón es muchas veces más difícil de aliviar y exterminar que la pobreza material.  En Occidente hay una gran cantidad de hogares desunidos, de niños abandonados, y el divorcio es moneda corriente.
La pobreza espiritual del mundo occidental es mucho mayor que la pobreza física de nuestra gente. Ustedes, en Occidente, tienen millones de personas que sufren terrible soledad, un tremendo vacío.  Sienten que nadie los ama, que son rechazados.
Esta gente no padece hambre en el sentido físico, pero está hambrienta de otras cosas.  Saben  que necesitan algo mas que dinero, pero no saben qué es.  Lo que en el fondo extraña es una relación real y viva con Dios.
Si nuestros pobres han muerto de hambre, no es porque Dios no cuidó de ellos, sino porque ustedes y yo no fuimos capaces de dar.  No fuimos instrumentos en las manos de Dios para darle ese pan, esa ropa; no supimos reconocer a Cristo, cuando, una vez más, vino hacia nosotros bajo ese terrible disfraz: hambriento del hombre solitario, el niño solitario buscando alimento y abrigo.
El tema de nuestro juicio será constituido por el amor que hayamos demostrado.  Ellos son nuestra esperanza y salvación. 
Tenemos que ir a ellos y tratar a cada uno como trataríamos a Jesús.  No importa quiénes son o donde se encuentran.  Tenemos que ver en ellos a Cristo.
Tenemos que llegar a conocer a los pobres de nuestro entorno, porque solo conociéndolos seremos capaces de comprenderlos y amarlos.  Sólo cuando los amamos, podemos servirlos.
Lo que los pobres necesitan son nuestras manos para servirlos y nuestro corazón para amarlos.  La religión de Cristo es el amor y la difusión de ese amor.
Nuestra misión  requiere que sepamos ver a Jesús  en todo ser humano.  Nos ha dicho que es el hambriento, el desnudo, el sediento.  Es Él quién carece de hogar, quién sufre…  Todos los que padecen como Él, son Jesús en su terrible y sufriente disfraz.
Hambriento de amor, te mira.  Sediento de cariño, te implora.  Desnudo de lealtad, pone sus esperanzas en ti.  Enfermo y prisionero, espera tu amistad.  Busca abrigo en tu corazón.  ¿Le abrirás tu corazón y te brindarás a Él?
Los marginados, los rechazados, los que no son amados por nadie, los alcohólicos, los desahuciados moribundos, los abandonados y los solitarios, los descastados, los intocables, los que sufren de lepra… todos aquellos que son una carga para la sociedad, que han perdido toda esperanza y toda fe en la vida, que se han olvidado de lo que es una sonrisa, que han perdido la sensibilidad de la cálida mano de un amigo… todos ellos esperan un consuelo de nosotros.  Si les volvemos la espalda, es como si se la volviésemos a Cristo y en la hora de nuestra muerte seremos juzgados por la forma en que supimos conocer a Cristo y en  lo que le hemos sabido brindar.  Sólo habrá dos alternativas “ven” o “vete”.
Por eso, les ruego a todos y a cada uno de ustedes pobres y ricos, jóvenes y viejos que ofrezcan sus manos para servir a Cristo en los pobres, y que abran sus corazones para amarlo en ellos.  Pueden estar lejos o cerca, sufrir de pobreza física o espiritual, estar hambriento de amor y de amistad; pueden ignorar la riqueza del amor de Dios, pueden necesitar de un hogar de amor en tu corazón.  Y dado que el amor comienza por casa, quizás este Cristo hambriento, desnudo, enfermo o desamparado, se encuentre en tu propio corazón, en tu familia.
Tenemos que aceptar y reafirmar  la dignidad de los pobres, respetarlos, estimarlos, amarlos y servirlos…  Tenemos una deuda con los pobres.  A menudo pienso que es a ellos a quienes debemos nuestra máxima gratitud.  Nos permiten ayudarlos.  Y haciéndolo, estamos sirviendo a Jesús.
Sólo en el cielo sabremos cuánto le debemos a los pobres, por ayudarnos a amar a Dios a través de ellos.
Nunca olvidaré a un pequeñín hindú que me enseñó a amar a lo grande.  En Calcuta no había azúcar, y ese niño hindú, de cuatro años de edad, escuchó no sé dónde que la Madre Teresa tampoco tenía azúcar para sus niños pobres.  Entonces fue a su casa y le dijo a sus padres:  No comeré azúcar durante tres días.  Voy a dar esa azúcar a la Madre Teresa.
Después de tres días sus padres trajeron al niño a nuestro Hogar.  En su mano llevaba un pequeño frasco de azúcar, el azúcar que él no había comido.  El pequeño apenas podía pronunciar mi nombre, pero sabía ya lo que era amar de verdad, porque el amó hasta el dolor.  Le dolió privarse de azúcar durante tres días.  Pero ese niño me  enseñó como vivir el amor   a lo grande, porque no importa cuánto damos, sino cuánto amor ponemos en lo que damos.
                                                                                        
…¡pero de verdad!...

 A través de su Palabra, el Señor nos sigue pidiendo el diezmo:  Lleven el diezmo.  Mal 3.10 Este pedido implica un desafío para que hagamos una opción de fe, que a su vez es un acto de confianza en su Palabra. El desafío se concreta donde dice:  Sométanme a esta prueba y verán  si no les abro las compuertas del cielo y derramo para ustedes mi bendición en abundancia.  Mal 3.10
Al hacer este acto de amorosa confianza, implícitamente estamos autorizando a que la Divina Justicia pueda manifestarse misericordiosamente como Divina Providencia.
El Señor desea beneficiarnos a cada uno y por nuestro intermedio ser la mano providencial de Dios que se extiende a todos nuestros hermanos.
También nos pide que haciendo uso de nuestra libertad, nos asociemos a su proyecto providencial, tomando la iniciativa de solidarizarnos con las necesidades de cada uno y de todos ellos:
…porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed…  Los justos les responderán:  Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber?  Y el Rey les responderá:  Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo.  Mt 25.35-40
En este texto Jesús nos hace comprender que a Él se lo encuentra en el necesitado y que el amor hacia Él debe ser expresado en el hermano con obras, para que nuestra fe sea coherente.
¿De que sirve si uno de ustedes, al ver a un hermano o a una hermana desnudos, o sin alimento necesario, les dicen: vayan en paz, caliéntense y coman y no les dan lo que necesitan para el cuerpo?  Lo mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta.  Sant 2.15-17
De lo contrario…: Hacen profesión de conocer a Dios, pero con sus actos lo niegan: son personas abominables, rebeldes, incapaces de cualquier obra buena.  Tit 1.16
Concreta y específicamente, ¿qué nos pide el Señor, aquí en la Iglesia de Buenos Aires, Nueva York, etc. (donde estemos).
Ahora voy a Jerusalén (o a los mas carenciados de tu ciudad) para llevar una ayuda a los santos de allí porque Macedonia y Acaya (los hermanos de las iglesias de Buenos Aires, Nueva York, etc.) resolvieron hacer una colecta a favor de los santos de Jerusalén que están necesitados.  Lo hicieron espontáneamente.  Rom 15.25-27
No es que yo busque regalos (para favorecer a los más necesitados, que de hecho son los beneficiados), solamente quiero  darles la ocasión de que ustedes se enriquezcan cada vez más delante de Dios.  Flp 4.17
…den con generosidad, sepan compartir sus riquezas.  Así adquirirán para el futuro un tesoro que les permitirá alcanzar la verdadera Vida.  Ecli 29.11
Por mi parte yo he experimentado una gran alegría y me he sentido reconfortado por tu amor (testimoniado), viendo como tú, querido hermano, aliviabas las necesidades de los santos.  Fil 7

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