viernes, 30 de diciembre de 2011

¿Quieres vivir el cielo o el infierno, aquí y ahora?

Si Dios vive en medio de la alabanza (reinas entre las alabanzas de Israel  Sl 22.4) y yo vivo alabando, él vive en mí y puedo vivir un cielo hoy aquí.
Tenemos una natural tendencia a asociarnos al pecado, que lleva al dolor y la oscuridad del alma.  Esto no estaba previsto en el proyecto original de Dios, pero al conceder la libertad al hombre tuvo que aceptar las consecuencias del mal uso que le daría. 
De esta manera, el pecado, el dolor y la muerte es un mal no querido por Dios.  Es más, el pecado y sus consecuencias, por la redención de Cristo, los utiliza misteriosa y providencialmente, como herramienta para construir la salvación de cada uno de sus hijos.
¿Tenemos en claro cual fue el pecado cometido por Adán y Eva?  Este pecado fue la soberbia por desobedecer a Dios, querer hacer su voluntad.  De esta manera la soberbia es la autonomía, la independencia de los criterios de Dios.
Interpretamos erróneamente el concepto de libertad, que consiste en no tener límites, lo que la hace perjudicial y hasta nos destruye.  Esto es libertinaje.
El criterio de Dios evita el libertinaje, porque sus límites son la justicia y la misericordia.  La misericordia como estímulo y la justicia para evitar la autodestrucción.
Después del pecado original, al ser bautizados fuimos sanados de su consecuencia, pero quedamos espiritualmente debilitados, lo que nos produce recaídas permanentes, constantes.
Si bien desde la creación y por el pecado original se inició una lucha en el corazón del hombre: Estén siempre alerta, porque su enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar (1Pe 5.8), en esta etapa de la historia, en la que se acerca el tiempo del regreso de Cristo, se ha convertido en una guerra, que cada día es más violenta y cruenta.
La violencia se pone de manifiesto en las distintas formas de agresiones, pero si las analizamos con honestidad y ante Dios, comprobaremos que cualquier hecho o circunstancia por más trivial o insignificante, es suficiente para hacernos perder la paz.
La paz es el canal espiritual (y por lo tanto invisible) imprescindible por el cual recibimos la gracia que procede de Dios.  Al perderla, automáticamente el corazón se cierra emocionalmente como medida precautoria y en forma provisoria, hasta que cese la causa que lo originó.
Esta paz si no se interrumpe, al ir creciendo se transforma en fuente de gozo espiritual permanente.
Si la persona adquirió odios, rencores, etc., como son sentimientos contrarios al amor, la paz no puede regresar.  De la misma manera si la persona tiene pensamientos que giran sobre si misma, convirtiéndose tal vez no con intención, pero si de hecho en ególatra, aunque sea ocasional.
Hoy son pocas las personas que tienen una paz permanente, ¿por qué sucede esto?  Hay que sintonizar nuestra frecuencia receptiva (la oración) con respecto a la frecuencia emisora (amor) de Dios.  Por medio de la oración recibimos el Amor, y así podemos trasmitirlo en primer lugar a Dios y después a todos los demás.
Este planteo mínimo, hoy ante la envergadura que ha tomado la guerra espiritual, se ha convertido en insuficiente.
A partir del Concilio Vaticano II, surgió una corriente de gracia como un nuevo Pentecostés sobre la humanidad.  Es una efusión del Espíritu Santo que renueva todo corazón dispuesto a recibirlo.
Al participar de esta corriente de gracia llamada carismática, porque en ella se manifiestan los distintos carismas del Espíritu Santo, se logran sanar heridas emocionales por carencias de amor y también llenarse del Amor.
Pero es “mucho más” que eso, porque al sanar esas heridas otorga libertad, seguridad y fortaleza interior, y una mayor disponibilidad y docilidad espiritual.  En una palabra, se goza de los frutos del espíritu y se produce un crecimiento en las virtudes.
Si se participa semanalmente de un grupo de oración, alcanza para mantener la salud emocional-espiritual, eso si, sin descuidar la oración diaria y de los actos de fe que la Providencia disponga para nuestro crecimiento.  Esto nos garantiza el cielo, ya desde aquí y ahora.
Al abandonar irresponsablemente tal dispensación de gracia, nos castigamos a nosotros mismos, por nuestra inconsciencia a una vida de oscuridad espiritual, tristeza, angustia, ansiedad y depresión que son las consecuencias de la falta del amor a Dios, a los hermanos y un amor desordenado a nosotros mismos.  Esto es el infierno ya aquí, y desde ahora.
Dios no nos creó para que vivamos como niños pegados a la pollera de mamá.  Eso es lo que hacemos cuando nos amamos desordenadamente a nosotros mismos; estamos reclamando que nos suban en los brazos, recamando besos, caricias, mimos, si, hasta con violencia y agresiones.
Si se quiere obtener miel, no es pateando la colmena como se la obtiene.  Si deseamos recibir amor, debemos estar disponibles para recibirlo y si nuestro corazón no lo está, primero debe ser sanado, y las condiciones no las pone el paciente, sino el médico divino.
Así como Dios nos dotó la conciencia del pudor para el recato de la intimidad sexual, de la misma manera debemos tenerlo espiritualmente con nuestro corazón.
El corazón humano es el templo del Espíritu Santo:  El templo de Dios es sagrado y ustedes son ese templo (1Cor 3.17), en el que reside Dios y la cámara nupcial donde se produce el místico desposorio de Dios con el alma.
Por este motivo nuestro corazón es muy sensible, tanto para el amor, como para el odio, por ser la sede humana del trono de Dios, aquí en la tierra.  Misterio profundo.
Nuestra responsabilidad nos exige tratar de evitar, en lo que nos sea posible, las situaciones que nos puedan hacer perder la paz.
Al participar de un grupo de oración nos facilita poder vivir en docilidad al Espíritu Santo, pero la mayoría que no participan de esta corriente de gracia, no tienen este privilegio.
El que no es dócil al Espíritu Santo, es rebelde (El que no está conmigo, está contra mí. Lc 11.23), todavía no se creó una tercera posición.
A través de Pablo el Señor nos dice:  Yo los exhorto a que se dejen conducir por el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne:  fornicación, impureza y libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas, rivalidades y violencias, ambiciones y discordias, sectarismos, disensiones y envidias, ebriedades y orgías, y todos los excesos de esa naturaleza.  El fruto del Espíritu es:  amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia.  Si vivimos animados por el Espíritu, dejémonos conducir también por él.  Gal 5.16, 19-23, 25
El hecho de que una persona salga de Misa y haya recibido el Cuerpo Eucarístico del Señor, o sea carismática, no nos garantiza que sea dócil al Espíritu.
No debemos exponer el corazón como a una intervención quirúrgica, debemos protegernos constantemente con la oración y con todos.
La persona que no es dócil, se siente “muy” cuestionada por el Señor, a través nuestro, a quién no puede identificar espiritualmente.
No es necesario siquiera que abramos la boca, porque nosotros somos la fragancia de Cristo al servicio de Dios, tanto entre los que se salvan, como entre los que se pierden.  2Cor 2.15
Y también somos un espejo:  Nosotros con el rostro descubierto, reflejamos, como en un espejo, la gloria del Señor, y somos transfigurados a su propia imagen con un esplendor cada vez más glorioso.  2Cor 3.18
Significa que espiritualmente ven en nosotros al mismo Jesús y proporcionalmente a nuestro crecimiento en el amor, lo vamos reflejando con una imagen cada vez más fiel.
Por este motivo como “fragancia” y “espejo” somos el dedo acusador de Dios en Las conciencias culpables.  Esto genera rechazo, odio, persecución y muerte.
Estas personas al vivir al servicio de “sus intereses”, centran sus vidas sobre si mismas, afirmándose en el orgullo, de manera que cualquier palabra la cuestiona, porque toda su vida está invertida al proyecto de Dios.
Reaccionan como si se echara agua en un sartén con aceite hirviendo, no se puede esperar otra cosa más que rebeldía y rechazo.  Esperar otra cosa sería contra la lógica y la razón, aunque lo sea espiritualmente.
Debemos seguir las indicaciones del Manual del Usuario: La Palabra, contenida en las Sagradas Escrituras, que el Divino Ingeniero redactó desde la eternidad, para su obra maestra de la creación, la máquina humana y que su Hijo Jesús, como segundo Adán vino a restaurar:
-  Amar a Dios con toda el alma, corazón y espíritu.  Mt 22.37
-  Amar al prójimo como a uno mismo.  Mt 22.39
-  Todo lo que hicieron al mas pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo.  Mt 25.40

Al dar, por obra de la gracia recibimos mucho más de lo que damos, de esta manera desde la praxis de la fe, por medio de la caridad ejercida por y con amor vamos creciendo en el camino del amor con gozo y paz.
Al convertirse esto en un círculo virtuoso, se suma gracia sobre gracia, retroalimentándose a si mismo.  Esto no es otra cosa que la santidad.
Análogamente y en sentido contrario el círculo vicioso del orgullo, genera egoísmo que se transforma en egocentrismo, egolatría que lleva a negar al Amor, y a la suma de todos los pecados.
Ante tales casos, no siempre la Divina Misericordia puede detener el brazo de la Divina Justicia, si fuera así se especularía comerciando la salvación, esto es un pecado contra el amor de Dios que no tiene perdón.
Nuestra existencia consiste en aprender a amar y crecer en este amor, para recibir el premio merecido en justicia y por misericordia.  Cuanto antes y mejor lo comprendamos, tanto mayor será la respuesta a la gracia, que nos permita ganar el cielo, ya desde aquí y ahora.    

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