Según el diccionario: Falta de compañía, pesar por la ausencia o pérdida de alguna persona o cosa. Lugar desierto, tierra no habitada.
Esta definición, es la interpretación de un hecho real y objetivo y también subjetivo. No es solamente un hecho concreto, sino que además cuenta el juicio de lo que interpretamos de el, según el estado emocional de cada persona.
También analizado espiritualmente es el corazón desierto, por no querer o no poder escuchar a Dios, porque tiene otros valores e intereses.
Nacemos, vivimos y morimos en la soledad de nuestro yo interior. Todo lo ajeno es circunstancial a él. Los afectos más queridos son solamente un apoyo emocional de nuestro yo para recuperar las fuerzas y estimularnos en el duro camino de la vida.
Al igual que los apetitos fisiológicos: sed, hambre, sexo, descanso, sueño, es para cumplir un proyecto providencialmente establecido.
La soledad está proyectada para recibir al huésped del alma, al Espíritu Santo, que en la mimetización con el espíritu humano se convierte en el amigo-amante que lo acompañará toda la vida: ¿O no saben que sus cuerpos son templo del Espíritu Santo, que habita en ustedes y que han recibido de Dios? 1Cor 6.19
De esta manera, la soledad se convierte en la oportunidad para un diálogo sin palabras entre el yo y el Espíritu Santo, quién nos sugiere todo lo bueno que sale del corazón: Todo lo que es bueno y perfecto es un don de lo alto y desciende del Padre. Sant 1.17
Este diálogo puede ser inconsciente o consciente, pero es indispensable para crecer como persona. En la medida en que la persona se repliega dentro de su yo, se desconecta de la verdad que Dios hace conocer al hombre a través de su Espíritu.
Esto produce una detención o inmadurez emocional-afectiva que es ocasionada por alguna situación traumática.
La soledad de la niñez es la oportunidad para adquirir los conocimientos básicos, de los adolescentes, para una apertura todo el mundo nuevo que se le presenta. La del adulto es para la comprensión, organización, planificación y construcción del amor,
Como nadie puede dar lo que no tiene, este tiempo es la construcción para adentro, de lo que después podremos dar a los demás.
Para un adulto, espiritualmente se transforma en el descanso para recuperar fuerzas, reparar, reconstruir y equipar el espíritu para volver a la batalla.
Si esto se hace con amor produce gozo, y cuando sale a la lucha lo testimonia físicamente y con los gestos, mucho más que con palabras, de lo contrario se lo padece y no puede testimoniar un amor inexistente. Esto produce compasión: ¡pobrecito/a!...
Al que tiene espíritu humilde la soledad se transforma en una escuela que le enseña a vivir, a mayor humildad, mayor capacidad de aprendizaje. Por el contrario, el orgulloso no aprende, porque tiene tapados sus oídos y ha cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean y sus oídos no oigan. Mt 13.15
De esta manera la soledad se convierte en la prisión del alma y la condena a las consecuencias que se desprenden de la mentira, el mal y el maligno.
No hay peor soledad que la de uno mal acompañado, porque tiene un enemigo a su lado y debe cerrar el corazón para no recibir heridas que le privan de la compañía de si mismo y del diálogo interno con el amante del alma.
La soledad subjetiva está basada en la distorsión emocional provocada por heridas emocionales, que hacen cerrar el corazón como medida defensiva, para evitar nuevas heridas. Se transforma en una tortura para el alma, porque oprime al espíritu, al impedir aceptar las sugerencias del Espíritu Santo para crecer en el amor.
Esta generalización adquiere una particularidad muy diferenciada, que hace a la identidad de la historia personal. Para unos es más o menos dolorosa, pero siempre frustrante, si no sirve para el crecimiento interior.
La soledad de los afectos es una desgracia, que por la fe vivida, se convierte en una gracia o bendición de Dios.
Esto sucede porque por el acto de fe le otorgamos autoridad a Dios sobre nosotros, para que se cumpla el espíritu de la Palabra donde dice: Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman (Rom 8.28). De tal manera que lo que antes era tenido por pérdida, ahora se convierte realmente y en forma concreta, en una ganancia.
Esta soledad al ser sanada por el amor de Dios, se transforma en una riqueza con la cual el Señor enriquece a todos nuestros hermanos y fundamentalmente a nosotros mismos. Al que le faltó madre, padre, hermanos, esposo/a, hijos, pone amor para que sobreabunde como agua viva. Jn 4.10
El corazón tiene una capacidad y necesidad de amar y ser amado bien diferenciadas, por un lado están los afectos humanos y por el otro a Dios, amor absoluto y excluyente. En este último, el hombre no puede identificar el objeto de esta necesidad de ser amado, que se manifiesta como una profunda soledad, como muy bien lo dice san Agustín en sus Confesiones: Porque nos hiciste para ti y está inquieto mi corazón, hasta que no descanse en ti.
Esta soledad no tiene relación con los afectos humanos, porque lo trasciende, es como si alguien desnutrido pretendiera mitigar el hambre con un caramelo.
A esta soledad la denomino apetito (hambre-sed), de Dios. Este es el apetito insaciable, eterno, que solamente puede llenarlo él: En mi lecho (corazón) durante la noche (soledad del alma), busqué al amado de mi alma. Cant 3.1
El alma sufre la soledad por falta de el Amor y al no reconocerlo porque no lo busca en Dios, es como un ciego que camina a tientas, busca cualquier amor humano y cualquier evasión para calmar la soledad profunda, su hambre y sed de Dios y al igual que el ciego que se choca con todo, va de fracaso en fracaso y de frustración en frustración.
La persona que la padece, a veces no es consciente de ello, porque inconscientemente ha adquirido el hábito del aturdimiento de la consciencia.
¿Cómo se aturde la conciencia? La conciencia se aturde cuando no existe el silencio interior, donde el Espíritu de Dios le habla: Retírate a tu habitación (corazón), cierra la puerta (deja los pensamientos afuera) y ora. Mt 6.6
Para evitar esta posibilidad, se vive constantemente con música, radio, tele, salidas, etc., no como distracción organizada o programada, sino en forma indiscriminada como evasión. A esto se le suman las adicciones, entre las que se deben incluir a la compu.
El que vive en la presencia de Dios y ama con el amor de Jesús, también sufre la soledad, pero esta no es por carencia, sino como síntoma de crecimiento, como necesidad de entregar a los demás tanto amor que hay en el corazón, al que se llega a sentir como que va a estallar.
Estas personas llenas de amor y alegría, su corazón las impulsa y obliga a compartirlo con los que puedan recibirlo, porque el amor los va identificando con Cristo hasta llegar a decir: Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Gal 2.20
Está la soledad dentro de la multitud y en la inmensidad del espacio, mares, selvas y llanuras, pero siempre es la misma, es para viajar dentro de nosotros, para encontrar el tesoro escondido: El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo. Mt 13.44
Busca tu tesoro escondido dentro de ti mismo y nunca sentirás la soledad como carencia, ¡ojala la sufras porque no consigas poder entregar tanto amor que Dios ponga en tu corazón!
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