Un hombre le preguntó a Jesús: ¿Maestro, que debo hacer para heredar la vida eterna?. Jesús le dijo: Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme. El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. Mc 10.17, 21-22
Si nos sentimos justificados porque no tenemos el corazón apegado a bienes materiales, nos engañamos y mentimos a nosotros mismos, porque el mayor bien hoy no consiste en lo material, aunque todo indique que así sea.
Hoy en forma inconsciente (porque es una realidad espiritual), el mayor de todos los bienes y por lo tanto lo que más nos cuesta renunciar es el orgullo, autojustificado desde el racionalismo aristotélico de una civilización pagana.
El hedonismo, egoísmo, inmoralidad, etc., es una forma normal de vida. El pecado se lo justifica y es exaltada la desobediencia a Dios, propagándosela cada vez más sobre las personas y naciones. (Mens. De la Sma. Virgen al Padre Esteban Gobbi del 22-05-94).
El orgullo se ha transformado en el dios de nuestra civilización, al igual que en el tiempo en que se construyó la Torre de Babel: Edifiquemos una ciudad, y también una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo, para perpetuar nuestro nombre. Gn 11.4
Para perpetuar nuestro nombre: es la expresión del orgullo humano que pretende darse el mismo honor y gloria, que corresponden al nombre de Dios.
Las ciudades de Mesopotamia, tenían un templo con una torre escalonada que estaba construida en forma de pirámide y su parte más alta era considerada como un lazo de unión entre el cielo y la tierra. En el presente relato, esa torre no aparece como un templo o un símbolo religioso; es mas bien, la expresión de la soberbia humana, que se propone construir una civilización para la gloria del hombre, sin tener en cuenta a Dios. Nota al pie de la Biblia Dios Habla Hoy.
Jesús nos dice: El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a si mismo y me siga. Mc 8.34
El que quiera: Dios no obliga ni presiona a nadie, por el contrario, respeta la libertad humana hasta el último instante de vida, dando infinitas oportunidades para que acepte su designio amoroso. Para ello, nos invita, aconseja, exhorta.
…que renuncie: Para seguir a Cristo es necesario renunciar al dios que construimos en nuestro ego, con el orgullo. Por este motivo, Jesús al invitarnos a seguirlo, condiciona esta invitación a que renunciemos a nosotros mismos, a nuestro dios, porque nadie puede servir a dos señores. Mt 6.24
La renuncia consiste en no querer, desear, esperar, etc., nada y de nadie, pero si esperarlo todo del designio amoroso de Dios como Cristo Rey de “toda” la vida, para llegar a decir junto a San Ignacio de Loyola: Señor, que todas mis motivaciones, decisiones y actuaciones sean ordenadas en tu servicio y alabanza.
La persona de fe debe “contemplar” la acción de Dios en “todo”, en cada cosa y en toda su vida. A través de esta disponibilidad en “escuchar y ver”, el Señor irá mostrando su voluntad, a la que con el corazón y sentimientos de Cristo (Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí Gal 2.20), por gracia del Espíritu Santo, permitirá obedecerlo, logrando la felicidad eterna, ya aquí y desde ahora, y la plena realización humana como persona, según el designio providencial de salvación, proyectado por Dios desde toda la eternidad = camino exclusivo e inédito de santificación personal.
Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Mt 18.3
En esta Palabra, la clave está en el “deseo” (que el Señor toma a través de la voluntad, como un hecho consumado) de querer ser humildes. El se encargará de poner hechos y circunstancias oportunas para ir enseñando, sanando y liberando de las ataduras emocionales por una vida fundamentada y construida sobre el orgullo.
Las excusas son las oposiciones que sugiere el enemigo de Dios, que trabaja en la razón, intentando negar lo que siente el corazón, donde está el Sagrario del Dios Vivo, Dios Trino.
Los constructores de la Torre de Babel están más justificados que nosotros por la Divina Misericordia, porque no han conocido a Cristo, no han recibido sus palabras, no tenido el testimonio de sus milagros, ni la manifestación del Espíritu Santo.
Nosotros, en cambio, no tenemos justificación, como lo ha expresado Jesús: ¡Ay de ti, Corazain! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si los milagros realizados entre ustedes se hubieran hecho en Tiro y en Sidón, hace tiempo que se habrían convertido. Yo les aseguro que en el día del Juicio, Tiro y Sidón serán tratadas menos rigurosamente que ustedes. Mt 11.21-22
Esto quiere decir que Jesús, contra su deseo no podría justificarnos con su Divina Misericordia, porque no puede violar la Divina Justicia: Porque si después de haber recibido el pleno conocimiento de la verdad, pecamos deliberadamente, ya no hay más sacrificio por los pecados, ya que volvemos a crucificar al Hijo de Dios y lo exponemos a la burla de todos. Heb 10.26; 6.6
La pregunta que ahora me impele, es: ¿dónde está mi tesoro?
Oración:
Amadísimo Señor Jesús, hoy te entrego mi vida,
tú me amas y me conoces como nadie,
sáname y libérame de todo desorden, y
dame un corazón nuevo,
en donde tú seas mi único tesoro. Amén
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