viernes, 30 de diciembre de 2011

¿Por qué el divorcio?

El divorcio es la manifestación, en la culminación de un proceso en el cual se transita sin Dios.  Nadie se imagina donde puede comenzar este proceso en una relación ideal, en la que existe un amor verdadero.
El amor para ser tal, no se puede prescindir de la motivación espiritual que deviene de la Palabra de Dios, donde dice:  Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (Gal 2.20).  En este caso ambos deben sentir:  Ya no vivo yo, sino que ella/el vive en mí.
Cuando esto deja de ser así, la unión, el amor se ha apagado.  ¿Se puede determinar el momento y su causa?, si.  Lo difícil no es la determinación, sino su aceptación, porque implica reconocer culpabilidades y en consecuencia las responsabilidades no asumidas.
La causa, el origen, es cuando se cierra el corazón a los sentimientos de la pareja como una autocensura.  Esto ocurre cada vez que se omite pensar, desear, hacer, o decir algo que pueda molestar, incomodar, ofender, etc.  Cuando no está motivado por amor al conyugue, sino como una necesidad obligada para una convivencia armoniosa, debido a su “sensibilidad”.
 En realidad esta sensibilidad es el orgullo:  manifiesta una insanidad emocional que al no ser sanada coarta la libertad propia y del conyugue, y además, para poder tener la objetividad en percibir toda la realidad existencial.  Al no ser sanada, el orgullo crecerá permanentemente, hasta sofocar el amor de los dos.
Las heridas emocionales generadas por carencias afectivas, provocan condicionamientos: sometimientos, esclavitudes emocionales.  Este condicionamiento genera un desvío en el camino del crecimiento personal, una bifurcación.  En el mejor de los casos podrá llegar a ser paralelo, pero serán dos personas diferentes de lo que ambos conocieran.
Al aceptar involucrarse  y mantener una relación sentimental con una persona que tiene heridas emocionales, implícitamente está reconociendo de hecho que no se considera “digno/a” de un conyugue sano/a , porque no está en condiciones de dar respuesta (aunque esto  es  inconsciente, no por ello deja de ser real).
De esta manera está testimoniando que también tiene heridas como su pareja aunque no las pueda comprobar, debido a la defensa que hace el amor propio a través del orgullo.
Esta relación se convertirá en padre e hija, o madre e hijo, reemplazando dichas carencias en ella: hija y en el : hijo, pero nunca podrá llegar a ser una expresión madura y libre de esposo-esposa.
En la mujer, por el instinto maternal se le hace más fácil autojustificarse, de tal forma que si se le hiciera esta observación podría llegar a “sentir”:  no me toquen a mi hijo (por esposo, ¿esposo?).
El divorcio es la constatación de un hecho negado , al no poder aceptarlo por orgullo.  La persona orgullosa se siente cuestionada por la verdad (Yo soy la Verdad  Jn 14.6), se siente cuestionada espiritual e inconscientemente por Cristo en la persona de su pareja, porque es su espejo (Con el rostro reflejamos como en un espejo, la gloria del Señor  2Cor 3.18) y perfume (Somos la fragancia de Cristo  2Cor 2.15).                                                                
De tal manera esto es así, que la insanidad manifestada en el orgullo, lo lleva a sentirse víctima y al conyugue de victimario/a.
Esto genera resentimientos por el rechazo y desprecio a su amor.  Como reacción en cadena el resentimiento, a su vez genera agresividad interior y exterior.  La interior, asume todas las formas autoagresivas de las enfermedades sicosomáticas y la exterior con victimización y culpabilidad de cualquier hecho y circunstancia propia y ajena.
¿Cuál es la primer manifestación de la falta de amor?, el reproche.  Este es la demanda de un amor no correspondido:  ¿por qué hiciste?  ¿por qué no hiciste?  ¿por qué?  ¿por qué?...
El por qué se traduce en:  ¿por qué no me amás en una milanesa?, ¿en el planchado de un pantalón?, etc., o sea:  amame a través de la milanesa, en el pantalón = amame.
La demanda aquí no pasa porque no reciba, sino porque para el que tiene heridas por carencias afectivas, todo el amor del mundo es insuficiente.  Primero es necesario sanar el corazón para que pueda retenerlo, que no se diluya como el agua entre los dedos.
No aconsejo la separación, sino la sanación emocional-espiritual (posible), para tener un corazón capaz de dar y recibir amor.  De la misma manera, no es conveniente mantener esta unión con un conyugue que conociéndolo, no pone voluntad en la sanación de esta herida, porque sabotea todo empeño y esfuerzo realizado por su conyugue.
Jesús es causa de unión (Donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos. Mt 18.20), pero en el corazón donde hay orgullo, se transforma en causa de división:  De ahora en adelante cinco miembros de una familia estarán divididos.  Lc 12.52
Esto lleva a la persona que vive su compromiso de fe con el Señor, a la tristeza, angustia, depresión, desesperación y por último a sentimientos suicidas, aunque estos no sean conscientes.
A veces nos mentimos y por el orgullo, no nos damos cuenta de que lo hacemos.
TESTIMONIO:  Mi esposa no quería tener hijos y tuve que aceptarlo.  Miraba la televisión hasta tarde esperando que me duerma para no tener relaciones, y las aceptaba solamente cuando su nivel hormonal se lo pedía.  Pese a ello me justificaba a mi mismo, diciéndome:  me quiere a su manera.
No existe una manera de amar.  Se ama, o no.  Pero el error fundamental no consiste en esto, sino en el término “querer”.  Existe una forma personal de querer, esta lo da el sentido egoísta y utilitario.  El querer no compromete a la persona y no le importa del otro, más que su propio interés. 
Con esto quiero expresar que estamos condicionados por distintos factores a los cuales justificamos, para conculcar la verdad, cayendo en complicidad con la mentira:  Ustedes tienen por padre al demonio y quieren cumplir los deseos de su padre.  Cuando miente, habla conforme a lo que es, porque es mentiroso y padre de la mentira.  Jn 8.44
Nosotros somos el templo del Dios viviente (y no podemos transar con la mentira).  Por eso, salgan de en medio de esa gente y pónganse aparte, dice el Señor.  2Cor 6.16-17   

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