Así como la gracia al servicio del hombre es infinita, de la misma manera lo es la “buena” voluntad del hombre hacia ella.
Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. Jn 1.1-3
El hombre al ser imagen y semejanza (Gn 1.26), participa de su obra creadora por medio de la procreación física y la cocreación espiritual, por medio de la palabra.
La palabra es como un imaginario vehículo que no puede ser conducido sin acompañante. Para poder llegar a destino es necesario llevar a alguien por medio del cual a través de la libertad se pone a prueba la voluntad.
Como acompañante se puede invitar a Jesús, por medio del amor altruista, generoso, o al adversario, por el amor egoísta.
Este es el camino que adquiere mérito para el premio, por este motivo cada palabra es creadora, eternamente creadora, para mérito o castigo eterno.
La palabra es creadora, cuando está inspirada por el amor que sale del corazón de Dios, para ello no es indispensable que la persona conozca a Dios, sino que sea dócil a lo que él manifiesta en su corazón.
La palabra no tiene valor en si misma, sino la voluntad de Dios es la que le da la dimensión y medida, según su proyecto providencial creador, salvador y redentor.
Así como un cuadro o escultura es la expresión del pensamiento de su autor, de la misma manera la palabra de Dios es expresión de su pensamiento.
Por este motivo en el hombre, por su libertad, el pensamiento generador, no solamente se expresa por la palabra, sino en toda opción que comprometa su voluntad, por acción u omisión. Ejemplos: hacer un regalo, brindar una ayuda o dejar de hacerlo.
Estos actos por medio de la opción nos obtienen méritos, o deméritos, sumándose unos a otros y condicionándonos a conductas espirituales de crecimiento en el amor y docilidad al Espíritu Santo, por la obediencia a sus mociones e inspiraciones.
Las opciones negativas, sabotean el trabajo espiritual del Espíritu Santo, que constantemente brinda infinitas y renovadas oportunidades de opciones para el crecimiento espiritual en el amor, porque su función es la santificación de todo hijo de Dios.
Por este motivo el pensamiento es generador de vida o muerte, vida eterna que comienza hoy, pero, pero que no tiene fin y también muerte eterna que comienza aquí y ahora mismo.
Para Dios no existe el tiempo. El tiempo es una prolongación natural de nuestra naturaleza biológica. A nadie se le ocurriría pensar que un pez pudiera vivir fuera del agua, de la misma manera lo es la limitación del tiempo al ciclo biológico de la naturaleza humana.
El espíritu humano no está sujeto a los límites del tiempo, no tiene edad, porque está en otra dimensión. Está en la dimensión espiritual donde el tiempo no tiene límites, como el que conocemos. Esto es difícil comprenderlo, es como si un pez teniendo la capacidad de razonar, quisiera imaginar lo que sería poder vivir sin agua.
Cada pensamiento, cada acción u omisión tiene una proyección espiritual eterna, porque van escribiendo nuestra propia historia de salvación, lo que la hace única e irrepetible.
Es como si cada una de ellas tuviera el valor equivalente a una nota de calificación escolar. Al cabo de nuestra vida esta nota nos diría si aprobamos el examen y con que calificaciones.
Además con el correr de la vida vamos teniendo exámenes parciales, por medio de los cuales nos brindan la oportunidad de hacer las correcciones oportunas (conversión), para llegar al aplazo.
Se suma a esto la intervención directa de Dios cuando es invitado, porque: Donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos (Mt 18.20). También, lo hacemos presente con el simple acto de.
La intervención de Dios produce profundos cambios de hechos y situaciones, pero no se agota en ellos. La infinita riqueza de su amor inagotable, hace que su paso deje una huella de infinitas transformaciones. Para ampliar está idea lo compararé con un juego de billar:
El jugador comienza una partida del juego tocando a la bola blanca, que hace juego con las demás. Estas salen disparadas para todas las direcciones, disponiéndose a ocupar las posiciones desde las cuales harán juego con la blanca.
En un juego imaginario, Dios toca la bola blanca (el corazón de una persona) que hace juego directo con todas las demás, cada una de ellas portadora de la gracia de Dios para un fin específico y excluyente.
Esto se concreta de dos maneras, a través del testimonio y del don personal con el que Dios a dotado a cada persona y por medio del cual él se manifiesta.
Este juego imaginario nunca termina, porque la bola sigue rodando derramando la gracia de Dios y no podemos seguir su curso; porque al penetrar dentro de su designio providencial, corresponde al misterio de su amor misericordioso.
En estas pocas líneas he mencionado solamente dos elementos: el humano proveniente de la consecuencia infinita y eterna de la voluntad del hombre, y el divino, proveniente de la voluntad infinita del amor de Dios, que produce consecuencias eternas.
Dentro del misterio de Dios existen muchos otros elementos y recursos mediante los cuales teje una intrincada red que abarca a “toda” la creación y forma el recurso providencial de su infinito amor misericordioso, con el que llena todo y está en todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario