viernes, 30 de diciembre de 2011

¿Por qué quieres sufrir?

La voluntad de Dios es:  Transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto.  Rom 12.2
Lo que es bueno:  nunca ocasionará perjuicio, o mal alguno.
Lo que le agrada:  como buen Padre, Dios sabe dar los deseos del corazón de sus hijos:  El Señor cumple los deseos de sus fieles.  Sal 145.19
Lo perfecto:  no tiene defecto y encajan como piezas de un rompecabezas, sin obstáculos ni dificultad, porque Dios dispone todas las cosas para el bien.  Rom 8.28
No hacer la voluntad de Dios es exactamente todo lo contrario:
Es malo:  genera el mal, daño, perjuicio.
Es desagradable:  siempre produce dolor, sufrimiento.
Es imperfecto:  ocasiona fracasos, frustraciones.

Por todo ello, hacer la voluntad de Dios nos ahorra el error y su consecuencia en dolor y sufrimientos.  Ahora bien, dejarse conducir por el error nos lleva necesariamente al sufrimiento como correctivo disciplinador.
Al oír la voz del Señor que se paseaba por el jardín (Adán y Eva) de ocultaron de él, entre los árboles.  Pero el Señor Dios llamó al hombre y le dijo:  ¿Dónde estás?  Oí tus pasos por el jardín, respondió él, y tuve miedo porque estaba desnudo.  Gn 3.8-10
La vergüenza de Adán no era por la desnudez física, sino espiritual, porque se sentía acusado por su conciencia ante Dios, que lo hacía sentir culpable.
Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo:  Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador.  El temor se había apoderado de él.  Lc 5.8-9
Al descubrir la divinidad de Jesús, Pedro siente temor.  Esta es la actitud natural de la conciencia humana al reconocerse pecadora ante su creador, porque el pecado ha abierto un abismo entre Dios y el hombre.
La redención obtenida por la Pasión de Jesús, lo convirtió en un puente para que a través de él alcancemos la salvación.
La conciencia de pecado produce miedo al castigo merecido por justicia, a las ofensas provocada por nuestro pecado, contra el amor a Dios.
Si la persona es humilde y hay en su corazón hay disponibilidad, pone la confianza en Jesús, y en su misericordia encuentra la justificación.
A la persona orgullosa le cuesta abrir su corazón para poder confiar en él, por lo tanto el temor se convierte en un estímulo, a través del remordimiento, por el sentimiento de culpa.
Cuando la historia personal condiciona a una actitud orgullosa, se produce una pertinaz resistencia a la gracia, con la que el Señor llama a la persona.
Es como un juego de niños en el cual tiran de los extremos opuestos de una cuerda para desestabilizar al oponente.  Esto es agotador, extenuante y su persistencia genera dolor en manos y brazos.
La resistencia a la voluntad de Dios produce dolor y sufrimientos, porque la rebeldía generada por el orgullo rechaza la fe, la paz, y la ayuda de la Divina Providencia a través de la gracia.
El Señor provoca situaciones en las que algunos muestran una actitud de búsqueda “desesperada” y en forma “contradictoria”.
La llamo desesperada, porque su espíritu se manifiesta a pesar de estar encadenado en el corazón, por odios y resentimientos de muchos años, que no quiere perdonar.
También es contradictoria, porque pese a gustar y saborear los frutos del Espíritu Santo por (un capricho) el orgullo no quiere asumir su compromiso de fe.
Ante estas circunstancias la alternativa que le deja a Dios, es la escuela del dolor y el sufrimiento.
El amor de Dios por sus hijos, no puede permitir que se autodestruyan, condenándose a si mismos, sin haber hecho todo lo posible por intentar salvarlos; y de hecho lo hace con cada uno, constantemente.
El plan pedagógico y providencial que Dios diseña para cada uno, respeta totalmente la libertad, pero la condiciona favorablemente para que tome la opción más conveniente en cada caso.  Esto se concreta con el consentimiento del hombre y la ayuda oportuna y conveniente de la gracia.  

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