viernes, 30 de diciembre de 2011

¿Qué nos dicen los santos hoy?

Los hijos de Dios que crecieron en su amor y a su servicio con generosidad, él los santificó desde el principio de la creación, antes de que existiera la Iglesia (comunidad de fieles).
Antes de Cristo, a través del Espíritu Santo los utilizó como intercesores en la dispensación de su gracia:  Elías se quitó el manto, lo enrolló y golpeó las aguas.  Estas se dividieron hacia uno y otro lado, y así pasaron los dos (con Eliseo) por el suelo seco.  Después, con el manto que se le había caído a Elías (Eliseo), golpeó las aguas, pero estas no se dividieron.  Entonces dijo:  ¿Dónde está el Señor, el Dios de Elías?  El golpeó otra vez las aguas; estas se dividieron hacia uno y otro lado.  2Re 2.8, 14
A partir de Cristo, único mediador entre Dios y los hombres, utiliza la mediación privilegiada de la Santísima Virgen, la de todos sus hijos que viven en la plenitud del amor (santos) y la de las almas del purgatorio:  Por intermedio de Pablo, Dios realizaba milagros hasta tal punto que al aplicarse sobre los enfermos pañuelos o lienzos que habían tocado su cuerpo, aquellos se curaban y quedaban libres de los malos espíritus.  Hch 19.11-12
La intercesión o mediación tiene dos raíces:  se llega por indignidad  (el pueblo cuando pecaba le pedía a Moisés su intercesión ante Dios), o la intercesión sacerdotal (a la que todos estamos llamados) que consiste en recurrir a alguien más amigo de Dios.  
Dios no necesita de ningún santo para hacer su obra, pero quiere servirse de ellos para ayudarnos a crecer en la fe y también como una excusa para derramar bendiciones con las que nos desea beneficiar.
Atribuir las gracias recibidas directamente a los santos, es atribuirle méritos que son exclusivos de Dios.  Esto es idolatría.  Es un error al que caen no pocos cristianos por ignorancia.
Al canonizar a los santos, la Iglesia los propone como ejemplos de virtudes a imitar, manifestando que la santidad aún es posible y para todos.
En ellos, el llamado del amor de Dios se traduce en una respuesta en la que el don personal es puesto al servicio y es desarrollado con y por amor.  Esto se concreta por medio de la constante generosidad en la disponibilidad y docilidad espiritual.
Esto expresado en pocas líneas parece sencillo, fácil, pero en realidad la fe es probada con el auxilio de la gracia, en su grado máximo.  Por este motivo cuando la Iglesia canoniza a uno de sus hijos, reconoce en él alguna virtud en grado heroico.
Desde lo humano es absolutamente imposible.  Es el fruto de la gracia que al no ser rechazada o despreciada, sino absorbida como tierra reseca y sedienta; por la fertilidad (disponibilidad),  hace producir una abundante cosecha.  Si, todos estamos llamados a la santidad:  Ustedes serán santos, porque yo soy santo.  Lev 11.45
Surge natural y espontánea la pregunta:  ¿qué tengo que hacer para ser santo?
QUE NO SE DEBE HACER:
‘La justificación es por las fe en Cristo y no por las obras’ (Gal 2.16), pero testimoniada a través de ellas.
Por medio de Cristo, el amor y misericordia de Dios, cubre multitud de pecados y nos justifica ante el Padre:  Todo depende no del querer o del esfuerzo del hombre, sino de la misericordia de Dios.  Rom 9.16
Por lo tanto la santidad no consiste en algo que yo tengo que lograr por mi mismo, sino en “dejar” que Dios lo haga por mí y para ello debo brindar mi colaboración activa.
QUE SE DEBE HACER:
El primer ejemplo lo tenemos en Jesús cuando a la oposición de Adán al proyecto de Dios, Jesús como segundo Adán, se contrapone con las palabras:  Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.  Mt 26.39
El segundo lo tenemos en María, cuando dijo al ángel:  Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho.  Lc 1.38
Desde entonces y a partir de Pentecostés cuando el Espíritu Santo (santificador) fue derramado en el corazón de toda la Iglesia, no necesitamos dar el si ganado por Jesús y manifestado en la Santísima Virgen.
¿Cómo se entiende esto?  Desde Pentecostés, el si de Jesús lo tiene el Espíritu Santo en nuestro corazón y al no hacer violencia con la oposición, ‘entristeciéndolo’ (Ef 4.30), continúa en forma desapercibida su obra divina en cada uno, todos los hijos de Dios:  El que sondea los corazones conoce el deseo del Espíritu Santo y sabe que su intercesión a favor de los santos está de acuerdo con la voluntad divina.  Rom 8.27
En algunos se manifiesta en forma más evidente porque la generosidad y disponibilidad de su amor permite la aceptación y distribución de mayores gracias que los demás, en beneficio de toda la Iglesia.
Para hacerlo vivencial lo compararé a la energía eléctrica que pasa por los cables de la red domiciliaria y entre la que lo hace por los cables que transportan la alta tensión.
Todo cristiano está llamado a transportar la gracia (amor y poder de Dios) como un cable de alta tensión y no como uno de la red domiciliaria.
¿Cómo se logra esto?  Es el pequeño camino espiritual propuesto por santa Teresita, que el Espíritu Santo desarrolla en cada uno de los Hijos de Dios.  Esto se puede comprobar en forma mucho más evidente, debido al testimonio de la gracia, por medio de los frutos de santificación personal, en los distintos grupos de oración.
Consiste en dejarse guiar, impulsar, organizar, manejar, movidos por las mociones, inspiraciones, insinuaciones, etc., que el Espíritu Santo pone en el corazón de los que aman a Dios en justicia y verdad:  Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios.  Rom 8.14
Esto construye diariamente y minuto a minuto la santidad, el hombre nuevo, el castillo interior.
La evangelización de Jesús ocupó sus últimos tres años, es lo que llamamos vida pública.  En el Evangelio hace solamente siete menciones de su vida privada:  visita de los pastores, circuncisión, visita de los magos, presentación en el templo, exilio a Egipto, su regreso y hablando con los doctores de la Ley.
Desde los doce años hasta los treinta en que comienza su vida pública, existe un vacio de información, es el período gestatorio, el más fructífero:  Regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos.  Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres.  Lc 2.51-52
La expresión “sujeto a ellos” se refiere a la obediencia como virtud, como dependencia espiritual.  La plenitud de ella le hará decir:  Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra.  Jn 4.34
En la “comida” simboliza que la obediencia se convierte en una necesidad vital al igual que el alimento del cuerpo para:  conservar la vida, crecer y procrear.  A nosotros, la obediencia nos permite manifestar la fe, ejercitar la humildad y la caridad; alabar u glorificar a Dios; servirlo en tiempo y forma que él estime oportuno y conveniente y con disponibilidad.
También es amar sin límites y condiciones, y luchar con el enemigo que está dentro nuestro, en el propio corazón, con la ayuda de la gracia.
¿La obra de Dios, Jesús la concretó más en la vida pública que en la privada?  La vida pública fue la consecuencia final de la privada, al igual que un nacimiento biológico, después de su período gestatorio.
Mientras hacemos la voluntad de Dios en nosotros con y por amor, estamos trabajando para él, aunque humanamente pareciera que no hacemos nada.
El trabajo es una particularidad consustancial a la naturaleza humana y su fin es para que sea el medio idóneo capaz de asociarnos por y con amor a su empresa creadora, salvadora y redentora.    
El trabajo no tiene valor en si mismo, sino que se lo da el motivo que lo inspira.  Jesús lo dignifica al darle un sentido espiritual trascendente:  Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo.  Jn 5.17
A partir de estas palabras, por medio del amor que ponemos en cada actividad, estas adquieren un valor infinito.  El valor está expresado en el amor expresado, y por este mismo amor, permite a Jesús agregar sus méritos infinitos, justificándonos proporcionalmente a ese amor.
Cuando la Iglesia propone a uno de sus hijos para la canonización y veneración pública, es porque primero Dios lo decidió y con su propia firma lo confirmó, a través del milagro.
Para Dios, santo es el que con el cuerpo, alma y espíritu cumple con su voluntad, para lo cual Cristo se ha hecho camino:  Yo soy el Camino.  Jn 14.6
A los que aman a Dios, el Espíritu Santo reproduce a Cristo en ellos, lo que les permite participar de la filiación divina y la santidad, como hijos de Dios.  

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