Según el diccionario: Virtud que hace compadecerse de los que sufren, e inclina a aliviarles o a ayudarles.
Según la fe: Bondad del corazón hacia la persona que tiene problemas, dificultades y miserias.
Las consecuencias del pecado original de Adán y Eva produjo la muerte del espíritu a la gracia y Dios los castiga a ellos y a nosotros, sus descendientes, con la muerte y destrucción del cuerpo.
También castiga a la mujer en su condición de madre y esposa, y al hombre a trabajar: El Señor dijo a la mujer: Darás a luz a tus hijos con dolor y tu marido te dominará. Y dijo al hombre: Ganarás el pan con el sudor de tu frente. Gn 3.16, 19
Además de condenarlos los arroja del paraíso (imagen de exclusión del paraíso celestial) y por lo tanto, la pérdida de la amistad divina: Entonces expulsó al hombre del jardín de Edén, para que trabajara la tierra de la que había sido sacado. Gn 3.23
Por la privación de la gracia se ha corrompido la moral, degradado lo espiritual, conocieron el dolor, la muerte del espíritu y la carne fue privada de la inmortalidad.
Dios al compadecerse del hombre, en su misericordia le dice a la serpiente: Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. El te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón. Gn 3.15
La Sagrada Escritura testimonia toda la historia de rebeldías del pueblo de Israel, sus castigos y la misericordia de Dios, que siempre acudía en su ayuda.
Los judíos, desconociendo la justicia de Dios y tratando de afirmar la suya, rehusaron someterse a la justicia de Dios, ya que el término de la Ley es Cristo, para justificación de todo el que cree. Por ese motivo, yo los pondré celosos con algo que no es un pueblo, los irritaré con una nación insensata. Rom 10.3-4, 19
Esto es lo que dice Dios por medio de Oseas: Al que no era mi pueblo, lo llamaré “Mi pueblo”, y a la que no era mi amada, la llamaré “Mi amada” y serán llamados “Hijos del Dios viviente”. E Isaías se atreve a decir: Me encontraron los que no me buscaban y me manifesté a aquellos que no preguntaban por mí. De Israel, en cambio, afirma: Durante todo el día tendí mis manos a un pueblo infiel y rebelde. Rom 9.25-26; 10.20-21
En efecto, ustedes (los que no son judíos) antes desobedecieron a Dios, pero a causa de la desobediencia de ellos (los judíos), han alcanzado misericordia. De la misma manera, ahora que ustedes han alcanzado misericordia, ellos se niegan a obedecer a Dios. Pero esto es para que ellos también alcancen misericordia. Porque Dios sometió a todos a la desobediencia (a causa del pecado), para tener misericordia de todos. Rom 11.30-32
La bondad de Dios y su amor a los hombres se manifestó, no por las obras de justicia que habíamos realizado, sino solamente por su misericordia. Todo depende no del querer o del esfuerzo del hombre, sino de la misericordia de Dios, a través de la justificación por la fe. Tit 3.4-5; Rom 9.16
El Señor es bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de gran misericordia; no acusa de manera inapelable ni guarda rencor eternamente; no nos trata según nuestros pecados ni nos paga conforme a nuestras culpas. Cuanto dista el oriente del occidente, así aparta de nosotros nuestros pecados. Sl 103.8-12
Para ello nos pone una condición: El que encubre sus delitos no prosperará, pero el que los confiesa y abandona, obtendrá misericordia. Prov 28.13
Pablo testimonia que debido a su ignorancia quedó justificado: A pesar de mis blasfemias, persecuciones e insolencias fui tratado con misericordia, porque cuando no tenía fe, actuaba así por ignorancia. 1Tim 1.13
La justicia de Dios nos muestra su misericordia y lo enseña como un ejemplo a seguir. Además al ser misericordiosos, nos hacemos acreedores por justicia, para esperarla sobre nosotros: Cuando castigas a nuestros enemigos con moderación, nos instruyes a fin de que, al juzgar a los otros, recordemos tu bondad, y al ser juzgados, contemos con tu misericordia. Sab 12.22
Si no existe el amor y la justicia, no puede haber misericordia: El Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: Señor, dame un plazo y te pagaré todo. El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda. Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: Págame lo que me debes. El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: Dame un plazo y te pagaré la deuda. Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Este lo mandó llamar y le dijo: ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?. E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía. Mt 18.23-34
Juan Pablo II en su Encíclica “Dives in Misericordia” nos dice: “La justicia por si sola no es suficiente, más aún, puede conducir a la negación y al aniquilamiento de si misma, si no se le permite a esa forma mas profunda que es el amor, plasmar la vida humana” (n.12).
La justicia y la caridad están tan unidas que una sostiene a la otra. La justicia sin misericordia acaba por ser cruel e indiferente.
No solamente la justicia es enriquecida por la misericordia, sino que sin esta la justicia quedaría desvirtuada.
La justicia sin misericordia, sin perdón, deriva en un sistema de opresión de los más débiles por los más fuertes, o en una lucha permanente de unos contra otros (n.14); un mundo del que se eliminase el perdón, seria solamente un mundo de fría e irrespetuosa justicia, en nombre de la cual uno reivindicaría sus propios derechos respecto a los demás.
A veces queriendo ser justos dando a los otros lo que es debido, por falta de caridad, las personas quedan heridas. Podrá parecer que hemos sido justos, que no debemos nada al otro, porque creímos dar lo que corresponde, pero si la caridad no la acompaña, no se produce el sabor del amor y la comprensión que lo dulcifica todo. Es más, por el amor omitido caeremos en una “deuda de amor”, amor que pueda hacer un mundo mejor, pues solo el lo puede cambiar.
Cuando Dios obra con misericordia no obra contra su justicia, sino que hace algo más que está por encima de la justicia. Si yo, teniendo una deuda doy el doble de lo que debo no actúo contra la justicia, sino que obro con grandeza de espíritu. De la misma manera cuando perdonamos la ofensa, nunca perdonamos en la medida que Dios nos ha perdonado.
El que no tiene misericordia será juzgado sin misericordia, pero la misericordia triunfa sobre el juicio. Sant 2.13
Los que siguen a Jesús como ovejas a su pastor, pueden desviarse del camino por debilidad, más que por intencionalidad. Estos despiertan en él un profundo sentimiento de misericordia: Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido. Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. Lc 15.4-7
La misericordia, como toda virtud es un don de Dios, que él concede por medio de la gracia, cuando hay un corazón dispuesto por medio del deseo y la voluntad. Es fundamentalmente el amor testimoniado por las obras, porque amor es servicio: Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver. Los justos le responderán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte. Y el Rey les responderá: Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo. Mt 25.34-40
El otro extremo es el amor egocéntrico, poniéndose en el centro de la creación, desplazando a Dios del corazón, para poner al “yo” en su lugar.
El amor según el proyecto de Dios, es tenerlo a él en nuestro corazón, de tal manera que él se reproduce a si mismo en cada uno de nosotros, sus hijos, sin dejar de tener nuestra propia identidad personal, fundiendo las dos en una. Esto lo testimonia Pablo cuando dice: Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (Gal 2.20), convirtiendo las palabras de Dios en “actuales y vigentes”, porque son de un Dios vivo, mucho más vivo que nuestra propia vida.
También es humildad, para poder ubicarme en el lugar sicológico-espiritual del miserable y con su miseria.
El amor que Dios desea en nosotros, que Jesús vino a donarnos (don gratuito), y por medio del Espíritu Santo a capacitarnos, consiste en meternos afectiva y emocionalmente en el corazón de los demás con la “mirada” de Jesús: Acuérdense de los que están presos, como si ustedes lo estuvieran con ellos, y de los que son maltratados, como si ustedes estuvieran en su mismo cuerpo. Heb 13.3
Al compartir sus sentimientos estamos en comunión de espíritus. Esto se concreta en el mandato: Sean misericordiosos (Lc 6.36). Al hacer este acto de fe, el Espíritu Santo nos concede la gracia para “poder” tener misericordia.
Dios quiere que tengamos un corazón misericordioso semejante al suyo, para poder ayudar en todas las necesidades humanas y espirituales, porque nos hace solícitos al dolor y sufrimiento de todos y cada uno de los hermanos.
Como el hambre al estómago, y la sed a la garganta, la misericordia es el ardiente deseo del corazón por amar con el amor de Cristo, en el corazón del otro, ubicándose en su propio lugar emocional-afectivo y comprendiéndolo totalmente por el amor.
En definitiva, la misericordia nos capacita para poder amar, ayudándonos a prepararnos para el gran examen de amor que Cristo nos hará, cuando seamos juzgados por nuestras propias conciencias ante “La Verdad” (Jesús). Jesús tratará de justificarnos ante el Padre por el amor que hayamos brindado.
Dios al hacernos a su imagen y semejanza, nos ha hecho un corazón semejante al suyo en el amor. Por este motivo al asociarnos a su obra salvadora-redentora, lo ha proyectado para que podamos crecer en el amor, a través del amor a los hermanos.
Para tal fin nos aconseja que participemos de su amor por todos sus hijos, participando de sus mismos sentimientos. Dicho de otra manera, que participemos de los sentimientos de Cristo (Flp 2.5), al igual que el samaritano que se conmovió y tuvo compasión del hombre herido:
Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos bandidos, que lo despojaron de todo, y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver. ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?. El que tuvo compasión de él, le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: Ve, y procede tú de la misma manera. Lc 10.30-37
¿Puedo estar tan cerrado en mi mismo, que llegue hasta la terrible actitud egoísta de Caín?: Y a mí, ¡que me importa mi hermano! Yo no soy responsable de él. Gn 4.9
Ante Dios y ante la vida, todos somos corresponsables de todos.
Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles, sobre los que esperan en su misericordia. Los elegidos del Señor encuentran gracia y misericordia. Sl 33.18; Sab 4.15
Manténganse en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para la Vida eterna. Js 21
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