viernes, 30 de diciembre de 2011

El don del perdón, único camino al amor

En tiempos pasados, fue necesaria la Ley de la prohibición, pero llegado a la plenitud de los tiempos, esto es, cuando Dios ya había alcanzado la intimidad de su Pueblo, Jesús vino a instaurar la ley nueva, la ley positiva, la Ley del Amor.

Los tiempos son nuevos, nueva es la Alianza, nuevo es el Pueblo, y aunque viejo, nuevo es el “mandamiento del amor”.  Tan es así, que en un corazón que lo ama todo y con todo, no hay lugar para el odio-rencor:  Amarás con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tus fuerzas.  Deut 6.5

Intentarlo desde uno mismo es imposible, pero desde la Cruz de Cristo ya fue hecho, solo debemos apropiarnos de la Gracia que Él nos ganó e invocar aquel perdón que proclamó de una vez y para siempre:  Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.  Lc 23.34   

Es allí donde me apropio de la Gracia, es desde allí donde debo vivir el amor, es  desde allí donde brota el río de agua viva de mi perdón y de mi amor.  Es desde       Él, por Él, y para Él, pues fue quién nos abrió a una dimensión de Poder y Gracia con hechura de eternidad a la cual nosotros no podemos alcanzar por nuestras propias fuerzas jamás.

Amar es sinónimo de perdonar y su consecuencia es:  vivir en paz; en paz con Dios, con los hombres y con uno mismo.  Además es mantener el corazón abierto a la Gracia que constantemente Dios derrama sobre nosotros.  

Perdonar “de verdad” no es fácil; para muchos es un proceso que dura años y para otros toda la vida.  Solamente con la ayuda de Señor y “con la fuerza interior que nos da el Espíritu Santo” podemos perdonar.  Sólo el Espíritu Santo puede cambiarnos el corazón, transformar nuestro corazón: les arrancaré de su cuerpo el  corazón de piedra y les daré un corazón de carne.    Ez 36.26

Tener un “corazón de piedra” significa por ejemplo, no poder perdonar ni aceptar ninguna disculpa del hermano que nos ha ofendido, o que se “supone” que nos ofendió, o que la susceptibilidad hace que nos sintamos ofendidos por cualquier motivo, inclusive sea un hecho de poca importancia, dicho en lenguaje común por alguna “estupidez”.  Son esas estupideces detrás de las cuales andamos perdiendo un montón de tiempo cuando aún no nos hemos negado a nosotros mismos, ni aceptamos cargar con ninguna cruz (El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mt 16,24): falta en nosotros una auténtica conversión.

En cambio tener un “corazón de carne” (Ez 11.19), es vibrar con el otro, sentir con el otro, comprenderlo, disculparlo, perdonarlo.

El Señor quiere darnos ese “corazón de carne”, un corazón semejante al de Jesús, un corazón que perdona siempre, aun a los enemigos (Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian  Lc 6.27), aun a los que nos hacen mal, a los que no nos quieren, a los que nos rechazan, a los que no nos aceptan…

Perdonar quiere decir quedar “libre de todo rencor, de todo resentimiento, de todo deseo de venganza”.  Sólo quien perdona es “verdaderamente libre”, porque perdonar es romper las cadenas que nos mantienen atados, nos oprimen y no nos dejan ser felices.

Muchas veces andamos por la vida tristes, angustiados y enfermos por falta de perdón.  Nuestro cuerpo y nuestra psiquis no pueden tolerar el peso de tantas cargas (resentimientos) y nos enfermamos de diversas maneras: física, psíquica y espiritualmente.  El perdón no sólo nos hace libres, sino también nos hace “sanos”.

La persona que perdona se llena de ”luz” porque en ella resplandece la luz del Espíritu Santo que nos hace santos y de Jesús que nos llama a ser luz del mundo(Ustedes son la luz del mundo. Mt 5.14).

Ofrecemos a continuación una reflexión, como ejemplo, que puede ayudarnos en nuestro proceso de sanación interior y de perdón.

Es conveniente hacerla en un lugar silencioso y a solas, como nos dice Jesús: Cuando ores ve a tu habitación, cierra la puerta y ora en lo secreto y tu Padre que ve en lo secreto te escuchará.  Mt 6.6

REFLEXIÓN:
· Repaso mi historia personal.  Descubro, con la ayuda del Señor y la luz del Espíritu Santo, esas heridas que me marcaron a lo largo de mi vida: en mi infancia, aún antes de nacer, en mi adolescencia, en mi juventud, en mi edad adulta…  Les pongo nombre a cada una.
· Se las entrego a Jesús y le pido que me sane: “SEÑOR, SI TU QUIERES, PUDES SANARME”.
· Siento en mi corazón que Él me dice: SÍ, QUIERO, QUEDA SANO.
· Nombro a las personas que me causaron esas heridas (tal vez mis padres, mis hermanos, una maestra, una persona a la que amé, etc…).  trato de “perdonar” con “el mismo perdón que perdona Jesús”.  Lo pido pues solo no puedo, pero con Él todo se hace posible. Veo delante de mí a la persona que más daño me ha hecho e la vida.  La miro a los ojos; trato de verla con la MISMA MIRADA DE JESÚS y le digo: “YO TE PERDONO Y TE AMO CON EL AMOR DE JESÚS”.
· La abrazo y siento su calor y su amor, siento que la “Sangre de Jesús” se derrama sobre ella y sobre mí y me limpia, me sana, me libera…
· Me siento otra persona, “me siento libre, me siento en paz”.
· Le doy gracias a Jesús por esa liberación.
· Hago una oración con mis palabras (puede ser una oración de perdón, de acción de gracias, de alabanza…).  Si quiero puedo escribirla.

Esta reflexión es sólo un ejemplo de lo que se debería hacer.  La oración de petición debe ser espontánea.  Lo importante es manifestarle al Señor el deseo de querer perdonar y la impotencia que uno siente cuando lo intenta hacer por su cuenta y le es imposible alcanzar el auténtico perdón.

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