La gloria del hombre consiste en que conozca el verdadero valor de su persona (con sus posibilidades y limitaciones) y al mismo tiempo este hombre conoce quién es Dios; en esto consiste el éxito: conocer a Dios, a uno mismo y a los demás en la justa dimensión.
El criterio de Dios está basado en el amor. Este amor no puede quedar encerrado en sí mismo, sino que es creador. Por este motivo se expresa en toda la creación u especialmente en su creatura, el hombre.
Para Dios el éxito del hombre consiste en que este descubra en él a su aliado en su proyecto de vida, que esto se concrete en el crecimiento de las virtudes espirituales que están en el amor cristiano.
El criterio humano de lo que es el éxito, se opone totalmente al criterio de Dios, porque este lleva a un exitismo, que no es otra cosa que el crecimiento del orgullo, exacerbación del dios yo, a cualquier precio en donde ni el prójimo y menos Dios, alcanzan mi misma estatura. Esto se comprueba en alguna expresiones vulgares que lo demuestran: ¡Ah, yo!… ¡Que bárbaro que soy!... ¡Soy el mejor!...
Es muy difícil en este caso poder conservar un espíritu humilde. La única forma es manteniendo una vida espiritual activa, donde naturalmente todo sea atribuido a un acto providencial de Dios (¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido? 1Cor 4.7), y del cual se deberá responder como un administrador: Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes. Lo llamó y le dijo: ¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración porque ya no ocuparás más ese puesto. Lc 16.1-2
Si la persona beneficiada por el éxito lo interpreta con este criterio espiritual, al vivir en la verdad no puede atribuirse ningún mérito y menos aún participar en los elogios y reconocimientos hacia su persona por un mérito que no le corresponde. En este caso se hace usurpador de los méritos que por justicia le corresponden a Dios por su Divina Providencia, y Dios es un Dios celoso. Ex 20.5
Dios no necesita que le hagan grandes agradecimientos, solamente desea un corazón generoso por amor y como el amor es su debilidad, se conforma con un acto de amor en lo profundo del corazón. Amor verdadero, desinteresado, incondicional.
Debido a que los “tiempos de Dios” ya están muy cercanos, él desea acelerar nuestros tiempos, los tiempos de cada uno de nosotros, para que coincida con los suyos, porque debido a nuestra natural rebeldía todos somos muy lentos para su divino proyecto salvador.
A muchos no les alcanza ochenta años de vida, sólo a unos pocos Dios se los lleva providencialmente por medio de accidentes o enfermedades, porque su tiempo de prueba fue suficiente y ya es “tiempo de siega” para la cosecha, tiempo de recoger los frutos, no vaya a ser que se pierdan: Porque se hizo agradable a Dios, el justo fue amado por él, y como vivía entre los pecadores, fue trasladado de este mundo. Fue arrebatado para que la maldad no pervirtiera su inteligencia ni el engaño sedujera su alma. Porque el atractivo del mal oscurece el bien y el torbellino de la pasión altera la mente sin malicia. Llegado a la perfección en poco tempo, alcanzó la plenitud de una larga vida. Su alma era agradable al Señor, por eso, él se apresuró a sacarlo de en medio de la maldad. Sab 4.10-14
El fracaso en muchos órdenes de la vida puede llevar a la humillación del ego, o puede conducir al rencor y resentimiento; a aceptar nuestra dependencia a los designios providenciales de Dios, en el mejor de los casos. Lo mismo se podría decir sobre la salud y las personas en las que depositamos todos nuestros afectos, al punto de depender emocionalmente de ellas, invalidándonos; esto también nos perjudica espiritualmente.
Estamos en un período de la historia de la humanidad en que el éxito para el hombre se transforma en un absoluto, en un dios para ser adorado por toda inteligencia humana.
Justamente por este motivo será que el fracaso humano se transformará de manera inversa en el absoluto triunfo de Dios al venir como salvador del hombre. Encontrará en él al origen, centro y diseñador de la obra más hermosa que la inteligencia más portentosa pudiera imaginar sobre lo que Dios tiene pensado para el hombre.
Al presente el fracaso y la frustración son las semillas espirituales que muchos sembramos (compulsivamente) y que regamos por medio de la fe (= perseverancia en los valores ético-morales), con la participación como cuerpo místico en el misterio de la corredención por medio de nuestro sufrimiento aceptado y ofrecido. De esta manera nos hacemos acreedores del premio destinado a los justos, porque nadie se salva solo, sino que todos participamos solidariamente, y de esta manera alcanzamos la justificación ante la Divina Misericordia.
La expresión perfecta del fracaso humano y éxito espiritual, está sintetizada en la cruz de Cristo.
El mayor fracasado del mundo fue Cristo que murió en el suplicio más grande que haya existido y existirá jamás, pero era el precio que junto con el sufrimiento aceptado y ofrecido al Padre “como una libación”, conseguiría salvar, redimir y ganar los corazones de todos los hijos de Dios, haciéndose acreedor de la gloria de toda la creación. El fracaso de Cristo (desde lo humano) ha sido y será el mayor triunfo de Dios, por los siglos de los siglos: Predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios. 1Cor 1.23-24
Madre Teresa de Calcuta
No hacemos nada. El lo hace todo (en nosotros y a través nuestro). Toda la glorias vuelve a él. Dios nunca me ha llamado para ser exitosa. Me ha llamado para serle fiel (por amor).
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