viernes, 30 de diciembre de 2011

Pescadores de hombres…

El Espíritu Santo nos utiliza como su instrumento para llevar a cabo la obra evangelizadora, con lo cual nos hace evangelios vivientes, somos evangelio hecho carne en nuestra carne.

Nuestra participación no es indispensable, pero Dios la hace necesaria para darnos la oportunidad de ejercitar la caridad, porque por medio de ella adquirimos los méritos para quedar justificados en el amor. Además, al asociarnos de esta manera al proyecto salvador de Cristo, nos hacemos solidariamente beneficiarios de sus méritos infinitos.

En esta misión se puede contribuir pasiva o activamente:

PASIVA: Consiste en que la persona no aporta su voluntad y tampoco es necesario que sea creyente. El Espíritu Santo inspira palabras y acciones que la persona, utilizada como instrumento, no registra concientemente, pero sí la destinataria, en la que el Espíritu Santo dispone su corazón. Ejemplo: una persona que no conozco puede decirme una palabra que el Espíritu Santo me hace comprender que es de Dios, por la forma en la que impactó en mi espíritu, y no puedo desentenderme.

ACTIVA: Consiste en que la voluntad del instrumento contribuye dócilmente a toda inspiración del Espíritu Santo, predisponiéndose, o sea, invitándolo para que se manifieste. El resultado no solamente es mucho más fructífero, sino que se convierte en un instrumento privilegiado por obra de la gracia.

Conviene aclarar que la forma pasiva no deja de cumplir providencialmente con cada uno de sus objetivos. De esta manera, sea pasiva o activamente el designio evangelizador del Espíritu Santo, se realiza en forma providencial y se cumple su designio misericordiosamente en justicia y por amor.

La Iglesia de Cristo nace con el testimonio de los apóstoles, pero el que nosotros conocemos se lo debemos fundamentalmente al que Cristo hizo por medio de Pablo: Me he aparecido a ti para hacerte testigo de las cosas que has visto.  Hch 26.16

Por medio de «este» testigo privilegiado, los cristianos de todos los tiempos hemos conocido el valor, la medida y poder del testimonio que Dios le quiso dar.

Contemporáneamente, a partir del año 1966, cuando nace la «corriente de gracia» llamada Renovación Carismática, se redescubre el valor evangélico-evangelizador, sanador y de alabanza del testimonio activo.

Este consiste en vitalizar la fe, demostrando su resultado aquí y ahora, y no como el fruto de las teorías racionalistas y abstractas. Es demostrar lo que Dios hizo en mí porque él lo quiso y por amor.

La experiencia nos ha demostrado que gran parte del valor de la fe consiste en el poder que se encuentra dentro del testimonio.

Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente.  Mt 4.23

Jesús utilizaba y utiliza «aún hoy» a los milagros para testimoniar con su poder, que él es Dios y lo hace tanto para estimular en el crecimiento de la fe, como también para premiar, confirmar o aumentar la confianza en su Divina Persona.

Jesús no ha cambiado su metodología. No podemos inventar un método pedagógico mejor que el suyo. Suprimir un elemento del Evangelio es creer que nuestros métodos son mejores que los de Jesús. Suprimir la sanación y el testimonio activo es una traición al Evangelio.

Para todo cristiano brindar un testimonio activo es inherente a su fe: una obligación moral, un motivo para agradecimiento y alabanza, evitar un pecado de omisión, y una fuente de sanación:

OBLIGACIÓN MORAL: Para los beneficiados por algún  «regalito espiritual» (dones y carismas), o sanidad  física están obligados moralmente en justicia y por amor, a su reconocimiento y manifestación pública. No es excusa válida el respeto humano y la timidez. Si lo es durante un lapso hasta que sanen las heridas que condicionan la libertad del corazón, para poder dar el testimonio con gozosa alegría.

Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero yo renegaré ante mi Padre de aquel que reniegue de mí ante los hombres.  Mt 10.32-33

AGRADECIMIENTO Y ALABANZA: Para los verdaderos hijos de Dios, es una forma  muy especial de alabar y reconocer  lo que Dios hizo y hace por la gratuidad de su amor. El agradecimiento, no solamente es un acto de justicia, sino que lleva implícita la alabanza  y adoración de la Misericordia de Dios.

Diez leprosos, a distancia empezaron a gritarle: ¡Jesús, Maestro, ten  compasión de nosotros!.  Al verlos, Jesús les dijo: Vayan a presentarse a los sacerdotes y en el camino quedaron purificados. Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. Jesús le dijo entonces: ¿Cómo, no quedaron purificados los diez?  Los otros nueve, ¿dónde están?  ¿Ninguno volvió e dar gracias a Dios, sino este extranjero?   Lc 17.12-18

Para acentuar este mensaje,  Jesús eligió el agradecimiento de un samaritano, porque entre ellos y los judíos había una profunda enemistad que se remontaba a la historia de Israel. Con las palabras: ¿Ninguno volvió a dar gracias…, somos interpelados todos, cada uno? ¿Seré yo uno de ellos?

PECADO DE OMISIÓN: El pecado consiste en no hacer el bien que podemos y debemos hacer: Si no hablas del malvado para que abandone la mala conducta, a ti te pediré cuenta de su sangre (vida). Si le adviertes y no se convierte él morirá por su culpa, pero tu habrás salvado tu vida. Ez 3.18-19

FUENTE DE SANACIÓN:   Es un instrumento muy poderoso para la sanación espiritual y física, porque los testimonios ayudan a abrir el corazón a Cristo. Dios se vale del deseo que expresa la voluntad del testigo, para aplicar los méritos de la Pasión a través del Cuerpo Místico de la Iglesia, y de esta manera producir sanaciones.

La persona que no conoce  a Cristo, inconcientemente piensa: no sé qué tiene este, pero yo también deseo (=quiero) «eso». ¿Por qué yo no puedo tener «eso»? esto produce una motivación por la que su espíritu permite obrar al Espíritu Santo, y derramar su gracia.


No me atrevería a hablar de aquello que hizo Cristo por mi intermedio (testimonio), para conducir a los paganos a la obediencia mediante la palabra y acción, por el poder de signos y prodigios (con la firma…) y por la fuerza del Espíritu de Dios (… de puño y letra del Espíritu, con la que avala esta predicación).  Rom 15.18-19

La palabra que sale de mi boca no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé.  Is 55.11

Por medio del testimonio, Dios mismo hace un proselitismo amoroso. Si nosotros fuéramos los agentes evangelizadores, con nuestro pobre criterio humano, sería un proselitismo egocéntrico, como resultado del orgullo  natural que existe en el corazón y es inherente a la condición humana. En este  proselitismo que el Señor hace por sí mismo, nos utiliza como sus instrumentos idóneos y privilegiados, en tiempo, forma y lugar previamente dispuestos por su Providencia.

De esta manera, el Señor está diciendo a los demás: Todavía sigo liberando, sanando… Este hijo lo testimonia para la gloria de mi Padre, y si tú quieres compartir su gozo también estás invitado al banquete, donde distribuyo mi gracia a través de la fe.

Los sacerdotes al no obedecer el mandato de Jesús de evangelizar proclamando el Kerigma con el poder de los signos, prodigios y milagros (2Cor 12.12), no producen liberaciones y sanaciones que confirmen el mensaje de salvación. Esto es grave no solo por sus consecuencias, sino fundamentalmente porque trata a Dios de mentiroso.

Es un testimonio de falta de fe, llamado antitestimonio, que la Palabra lo explicita así: Hacen  profesión de conocer a Dios, pero con sus actos lo niegan.  Tit 1.16

En los grupos carismáticos católicos y pentecostales (protestantes) esta práctica habla de la inmensa riqueza que concede el Espíritu Santo como fruto de la disponibilidad  y docilidad espiritual.

Por este motivo, el testimonio se vive con la vitalidad primitiva, rescatando una riqueza casi perdida, dándole el lugar que Dios le quiso dar por medio de Cristo, en el diseño de su plan pedagógico para la evangelización.

Jesús no invitó a sus apóstoles a transmitir teorías o ideas abstractas, sino a testificar lo que habían visto y oído: Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído (Hch 4.20). La evangelización debe partir del testimonio de quienes han tenido una experiencia con Cristo resucitado.

La evangelización es una obra eminentemente divina, porque se trata de instaurar el Reino de Dios en este mundo, mientras que por otro lado, se engendra la vida divina en el corazón de los hombres. Y esto no es posible sin el concurso del testimonio y a través de él.

La gran mayoría del pueblo católico no ora a Dios, porque no tiene fe o porque la que tiene es muy débil: ¿Cómo invocarlo sin creer en él? ¿Y como creer sin haber oído hablar de él, si nadie lo predica? (mensaje kerigmático).  Rom 10.14

¿Cómo van a predicar a Dios Amor, si no conocen el amor de Dios? Los sacerdotes tienen heridas emocionales (como todos los mortales, pues no son una excepción), y hasta no sanarlas no pueden trasmitir el amor, porque Dios es Amor. Jn 14.6

Conocer, según el lenguaje bíblico, es tener una experiencia profunda (bautismo en Espíritu Santo y fuego  Mt 3.11;  Hch 1.5), llamado Pentecostés Personal) que los sana, convirtiéndolos en testigos.

Al no ser testigos, sus testimonios se transforman en un antitestimonio de fe: dios respeto, dios temor, dios juzgador, dios castigador, etc. Aunque este mensaje no sea explícito, el espíritu inconcientemente lo capta así, porque el mensaje espiritual se trasmite espiritualmente.

Lo que hemos escuchado y lo que hemos visto nos desafía. El evangelizador, si no es un testigo que haya tenido un encuentro personal con Cristo resucitado, se convierte en un propagandista de teorías abstractas. El mismo, debe haber experimentado en carne propia la salvación para poder asegurar a los demás: lo que me pasó a mí, te puede suceder a ti.

Al finalizar la misa, antes de la bendición final, debería incorporarse como parte de la Liturgia la acción de gracias a través del testimonio público de un fiel preparado a tal efecto. Este debería ser: corto, conciso y cristocéntrico. Esto daría un mensaje optimista y esperanzador: la comprobación de que Dios se ocupa y preocupa constantemente de cada una de sus obejas. También alimenta la fe, la afirma, reafirma y confirma.

Lejos está todavía la Renovación Carismática  de desarrollar todo su potencial. Existen distintas posibilidades que no están implementadas.

Dentro del grupo de oración se testimonia el trabajo realizado por el Espíritu Santo, como resultado de la alabanza, y de lo que él fue haciendo en el corazón y en toda nuestra vida durante la semana.

Todavía falta el testimonio mutuo de la propia conversión, de lo que Dios hizo y cómo obró para llamarnos a seguir su camino y la estimulación en el crecimiento espiritual. Este es un testimonio de santificación personal obrada por el Espíritu Santo y es mucho más importante leerlo en el corazón humano que en los libros escritos para dar testimonio en otro tiempo. Hoy los tenemos al lado nuestro y despreciamos estas gracias.

Esta riqueza es inmensa y todavía está desaprovechada. Podría ser el medio para motivar muchas conversiones y sanaciones.

El campo del testimonio hace pocos años ha sido reconocido científicamente por la medicina y hoy está aplicado masivamente en grupos de apoyo en la recuperación de las distintas adicciones, problemas sicológicos-siquiátricos y de auto ayuda, como por ejemplo: violencia familiar, mujeres golpeadas, alcohólicos anónimos, obesos, anorexia y bulimia, etc.

El testimonio en si mismo tiene poder, porque la palabra (y los actos) es generadora (creadora) de vida o muerte (destrucción). Si a ello se le suma la fe, la voluntad del testigo obtiene la gracia conveniente para llevar a cabo la obra dispuesta por el Espíritu Santo en el  corazón de quién lo reciba.

El testimonio de la incoherencia o falta de fe de la jerarquía de la Iglesia, testimonia un espíritu farisaico e hipócrita que escandaliza: espanta y ahuyenta a las ovejas más débiles, que quedan como ovejas sin pastor, expuestas a todos los peligros del «enemigo».

Estamos ante hechos y acontecimientos apocalípticos, donde se perdió todo respeto sobre los principios morales que sustentan nuestra civilización cristiana. De cristiana queda poco, todavía queda algo de autoridad de la jerarquía de la Iglesia, de la que Cristo va a hacer una «limpieza», para confirmar a aquellos que les son dignos.

Nunca se ha sabido que un laico pueda tratar de mentirosos y falso a un sacerdote u obispo, sin faltar a la caridad, y por obra del Espíritu Santo.

Pese a su infinito poder y sabiduría, Dios no sabe cómo hacer (sin violentar la libertad humana), para que el clero se convierta aceptando su Divina Misericordia, antes de que se manifieste su Divina Justicia.


TESTIMONIO: En la extensa Homilía del Viernes Santo, un sacerdote al predicar sobre la Pasión de Nuestro Señor, en ningún momento mencionó el «amor» de Dios, ni el «amor» de Jesús. Reiteró, sí, la obediencia de Jesús al Padre, y nuestra obediencia a Dios, pero tampoco la atribuyó al «amor». Expreso estos hechos para que se compruebe el «cómo» se cumple todo lo expresado en este tema.

Si este sacerdote fuera bautizado por Jesús, en Espíritu Santo y fuego, la predicación de la Pasión, sin negar los padecimientos de Jesús, la centraría en el amor = Vida (Jn 14.6) = Cristo Resucitado; que es tema para un extenso retiro.

La Pasión de Jesús es fundamentalmente espiritual: saber que su sacrificio iba a ser inútil para muchos de sus hijos, porque iban a rechazar la salvación y no podía hacer nada por ellos. Esta es la Pasión del corazón amante del Amor (Jn 14.6). Sólo el sacerdote que «conoce» el Amor, puede predicar el amor,

«La Encíclica del Papa Benedicto XVI sobre el amor, está poniendo en evidencia que la Iglesia hasta no hoy ha podido dar un mensaje (testimonio) creíble. Al dar este mensaje directamente a todo el pueblo de Dios, lo hace fundamentalmente para saltar el orden jerárquico, desautorizándolo por su ineficacia para poder trasmitirlo».

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