viernes, 30 de diciembre de 2011

El llamado

Cuando Jesús dice: El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga (Mt 16.24), ¿qué nos está queriendo decir, cuál es el alcance de sus palabras?

Jesús invita, exhorta, aconseja, pero no se impone, para ello Dios nos otorgó inteligencia, libertad y voluntad; pero al quedar debilitados espiritualmente como consecuencia del pecado original, nos ayuda con su gracia para poder hacer la opción de fe.

Renunciar a sí mismo es renunciar a poseer y disponer como bien propio los atributos recibidos de Dios: juventud, salud, inteligencia, etc. También todos los bienes materiales y espirituales que nos producen bienestar, placer, agrado, alegría y felicidad.

Pero la renuncia más preciada es la libertad para decidir, sobre: descanso, esparcimiento, afecto, etc., comodidades para: viajar, comer, dormir y hasta las básicas necesidades fisiológicas, cuando y donde él quiera, renunciar a mis proyectos.

Esto puesto en unas pocas palabras escritas es muy frío, pero para la persona que el Señor levanta de la cama una noche cruda de invierno, o sacrifica el sueño de una noche, o el único día de la semana que tiene para compartir con su hijo pequeño que lo necesita, que no le gusta viajar, etc., parece un sacrificio muy grande. Sí, lo es. Más aún, si este sacrificio no tiene límites en el tiempo.

En la medida en que se crece en el amor, estas renuncias por obra de la gracia, van dejando de serlo, de tal manera que si bien el sacrificio existe, no se siente como tal. Por el contrario, el crecimiento en el amor lo convierte en una “respuesta de amor”, lo que es un honor y un privilegio

La renuncia que Jesús nos pide es total y definitiva, al igual que los inundados de Santa Fe que perdieron la casa con todas sus pertenencias y recuerdos, su historia, sin posibilidad de reconstruir nada de aquello, ni de su pasado.

Esto brinda una oportunidad única para comenzar una vida nueva que no cargue con el lastre de la anterior (odios, resentimientos, envidias, celos, etc.); porque el que vive en Cristo es una nueva criatura: lo antiguo ha desaparecido, un ser nuevo se ha hecho presente.  2Co 5.17

La renuncia adquiere un sentido profundo, porque por ella cedemos nuestra voluntad y libertad a Cristo, para recuperarla por y con su amor a través de la gracia.

El camino del hombre es el libertinaje (oposición a la voluntad de Dios), el de Cristo es la obediencia y humildad. Cuando hay resistencia a la obediencia y humildad, sobreviene la humillación (humillación, hasta la muerte más indigna). Jesús al hacerse Camino (Jn 14.6), nos enseña el de la renuncia para recorrerlo.

En este sentido la renuncia permite aceptar su voluntad sin condiciones ni límites, porque se hace carne en nosotros por medio de la adhesión de nuestro espíritu a su Espíritu, cumpliéndose la Palabra donde dice: Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí.  Gal 2.20

De tal manera que nos convertimos en testigos vivos y vivientes de la Palabra, es más, la Palabra se hace carne en y a través nuestro, sus testigos.

Para concretar su proyecto sobre cada uno de sus hijos, Dios nos lleva a distintas renuncias, para lograr desapegos a la voluntad y proyectos propios que cuando no son por adhesión, son por padecimiento:

· Permite problemas económico – laborales, para que vayamos creciendo en la confianza en su amor, manifestado como Providencia.
· Problemas familiares y de salud, que desestabilizan emocionalmente y que coartan la independencia por la autosuficiencia de la vitalidad física. Es una de las formas de ayudarnos para que el espíritu se vaya haciendo más humilde.
· Fracasos y frustraciones en todas sus formas según sea la proporción del orgullo que ocasione la ceguera espiritual (Mt 13.15) y que impide abrir el corazón (Ap 3.20), para que se vaya haciendo carne el espíritu de la Palabra: Dios dispone todas las cosas para el bien.  Rom 8.28

Demás está decir que Dios acompaña todo este proceso con su gracia, concediéndonos discernimiento, o revelaciones para que vayamos comprendiéndolo y principalmente aceptándolo, evitando su rechazo.

Cargar con la cruz significa aceptar con buena voluntad los dolores y sufrimientos propios ocasionados por padecimientos físicos y/o espirituales, así como también los fracasos y frustraciones de planes y proyectos, y limitaciones en cualquier sentido de nuestros legítimos deseos y aspiraciones.

Cargar mi cruz no significa aceptar la cruz de la persona a la que quiero, porque al aceptar su cruz: 1- estoy alterando el proyecto providencial proyectado por Dios para ella, 2- al aceptar la cruz de otro, inconscientemente pero en forma real, hay un rechazo de la mía, del proyecto que Dios tiene para mí, es una mala lectura de cuál es mi cruz, en definitiva una evasión.

También consiste en poner toda nuestra historia: pasado, presente y futuro en las manos de Jesús, que incluyen fracasos y frustraciones, que por sus méritos infinitos (Dios dispone todo para el bien. Rom 8.28), se transforman en nuestra riqueza espiritual: Olvidándome del camino recorrido, me lanzo hacia adelante y corro en dirección a la meta.  Flp 3.13-14

Al entregar también el presente, se trasforma en una realización plena como persona, con la plenitud de gozo y felicidad, según el proyecto providencial que Dios diseñó desde toda la eternidad para todos, cada uno de sus hijos: Todo lo que hasta ahora consideraba una ganancia, lo tengo por pérdida, a causa de Cristo. Por él, he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo y estar unido a él. Flp 3.7-9

Se aproximó un  escriba y le dijo: Maestro, te seguiré donde vayas. Jesús le respondió: Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza. Mt 8.19-20

Cuando una persona tiene un proyecto que cumplir debe concentrar toda su energía en ese objetivo, empeñando tiempo, esfuerzo y dedicación. No puede distraerse en otra ocupación que le impida concretarlo. En este sentido, salvo las necesidades fisiológicas fundamentales, todas las demás desaparecen hasta que se concrete el proyecto. En ese preciso momento vuelven a aparecer con la misma fuerza que antes.

Jesús vivió una pasión dentro de su Pasión (Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!  Lc 12.49), que consistió en hacer la voluntad del Padre, concretar su proyecto salvador – redentor.

Dentro de esta misión en la que se jugaba el destino eterno de cada uno, de todos los hijos de Dios y toda la creación entera junto con ellos, lo que menos importaba era dónde reclinar la cabeza durante los tres años de su vida pública, que fue itinerante. En ese contexto, ello pasaría a ser una nimiedad, que el sólo mencionarlo es no comprender, no tener sentido común, más que discernimiento.

También está diciendo: Los que me quieran seguir tienen que vivir desprendidos de todo, sin apego a ninguna cosa o persona, para que yo pueda disponer de ustedes en el tiempo y forma que yo desee.

Esto tiene que ver con la disponibilidad para cubrir con docilidad espiritual, las permanentes y cambiantes necesidades pastorales que se presenten. Estas son tantas que no alcanzarían los pastores, pero que el Señor con su Misericordia y Providencia compensa, aunque no siempre puede lograrlo, por la resistencia de los corazones.

Otros de sus discípulos le dijo: Señor, permíteme que vaya antes a enterrar a mi padre. Pero Jesús le respondió: Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos.  Mt 8.21-22

Las excusas siempre son un intento de justificar lo injustificable: mentira, rebeldía, etc. Es como si dijera: mañana, Señor, mañana. Sabemos que mañana es “nunca”.

Las palabras de Jesús se refieren a los muertos espirituales. Es como si dijera: Tú que estás vivo, sígueme, pues te haré pastor de vivos y para la Vida, ellos que están muertos en vida, no pueden hacer otra cosa que enterrarse a sí mismos.

Otro le dijo: Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos.  Jesús le respondió: El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios.  Lc 9.61-62

El que conduce un arado o cualquier vehículo, no puede desviar la vista sin arriesgarse a ocasionar un accidente. El mirar para atrás es mucho más grave aún. Está marcando una incapacidad emocional – espiritual para tomar una decisión correcta. Es un pusilánime.

Un hombre corrió hacia él y arrodillándose, le preguntó: Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna? Jesús le dijo: Tu conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honrarás a tu padre y a tu madre. El hombre le respondió: Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud. Jesús lo miró con amor y le dijo: Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme.  Mc 10.17-21

Para seguir a Jesús no hay que poseer algo determinado, por el contrario, hay que “vaciarse” de todo lo que es propio y aun legítimo, para poder ser “llenado” por él y además para que le otorgue lo que crea conveniente en tiempo y forma a través de su Providencia.

El problema mayor consiste en el orgullo que nos hace creer que nuestras capacidades humanas y espirituales pueden por sí mismas obtener logros espirituales.

El error consiste en que el orgullo hace un proyecto propio, prescindiendo del que Dios pensó desde toda la eternidad para cada uno: Fuimos creados a fin de realizar aquellas buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos.  Ef 2.10

¿Creemos realmente esto? Mucho de los actos testimonian que no (Tit 1.16).

El al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. Mc 10.22

¡Cuántos son los que rechazan a Dios, por sus bienes!... Como el orgullo enceguece, no son conscientes de ello, pero su espiritu se enfría, y si no muere es por uno de los milagros de la Misericordia de Dios.

Pedro, tomando la palabra, dijo: Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos tocará a nosotros?. Jesús les respondió: Les aseguro que en la regeneración del mundo, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, ustedes, que me han seguido, también se sentarán en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y el que a causa de mi Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más y obtendrá como herencia la Vida eterna. Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros.  Mt 19.27-30

El amor de Dios no tiene límites, por ello al asociarnos a su proyecto salvador – redentor, nos asocia a su Pasión y glorificación.

También a nosotros nos participa los méritos de su glorificación, que comienza desde aquí y ahora, a través de la retribución que se encarga de poner en los corazones de los que lo amamos de verdad.

Al hacer la opción de fe renunciando a nosotros mismos, para que obre en y por nosotros, le otorgamos autoridad y de hecho lo constituimos en rey de nuestros actos y sentimientos.

Esto libera las manos de su Providencia con sobreabundancia de dones. La expresión más profunda es la de incluirnos “junto” con sus primeros apóstoles.

En la vida religiosa de los consagrados por votos, es muy natural ver cómo la Providencia manifiesta el amor de Dios prodigado con abundancia. Uno de los testimonios más grandes es la Obra de Don Orione.

En cuanto a laicos y sacerdotes que están en el servicio incondicional al Señor, somos testigos de cómo Él los asiste en todo momento y con infinitos “detalles”, con los que a través de la Providencia manifiesta su amor.

Es como si dijera: Mira cómo te mimo. Así como te hago este regalito de lo que tanto te gusta, estoy en cada una de tus necesidades, para decirte a través de ellas cuánto te amo.

La respuesta incondicional al llamado de Cristo, genera el amor que se manifiesta de la misma forma de como lo hacemos nosotros, pero mucho mayor aún. Nos acerca a su corazón como hijos predilectos, como dice la Palabra: seremos “los primeros”, considerados al igual que sus primeros apóstoles.   

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