Según el diccionario, dócil es: suave, apacible, que recibe fácilmente la enseñanza, obediente. Según el Espíritu es: ceder la conducción y orientación de “toda” nuestra vida, a los designios amorosísimos y providenciales de Dios y aceptar a estos como propios. Esto no supone una actitud de abandono irresponsable, sino por el contrario una mayor responsabilidad para responder con deseos de fidelidad a la voluntad de Dios que bien sabe que es lo mejor para nosotros, pues nadie nos ama como Dios.
Tampoco supone perder la libertad en las propias decisiones, sino subordinarlas a los criterios y deseos de Dios para cada uno, en todo momento, siguiendo el ejemplo de Cristo: Lo que yo busco no es hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió. No hago nada por mi mismo. Jn 5.30; 8.28
Es no hacer proyectos propios, sino tratar de concretar aquellos que el Señor me inspire. Es concretar aquello que el Señor está esperando de mí aquí y ahora, que es distinto de mañana y para cumplir una misión que él ha establecido para mí y para cada uno desde toda la eternidad, a fin de realizar aquellas buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos. Ef 2.10
Es un imaginario pin pon en el cual vamos respondiendo a las sugerencias del Espíritu Santo, y Dios siempre responde con amor, dejando su huella de paz y gozo en el corazón.
Un cristiano no debería mirar con un criterio exclusivamente humano, sino que debería hacerlo a través de los ojos de Cristo: Ya no conocemos a nadie con criterio puramente humano; y si conocimos a Cristo de esa manera, ya no lo conocemos más así. 2Cor 5.16
La docilidad espiritual representa de hecho un sometimiento y que proporcionalmente a la rebeldía de cada uno puede convertirse en una humillación de la voluntad del hombre y la adhesión a la voluntad de Dios. De esta manera, se produce también de hecho un acto de alabanza y glorificación a Dios. En esta adhesión a los sentimientos de Cristo (Nosotros tenemos el pensamiento de Cristo. 1Cor 2.16), estamos encarnando la Palabra de Dios: Y la Palabra se hizo carne. Jn 1.14
También es tener disponible y atento el oído del corazón para escuchar aún en el silencio, en el cual el Amor, habla a nuestro corazón.
Por medio del sufrimiento Dios nos da la oportunidad para que nos desprendamos de la pesada carga del orgullo, que fuimos construyendo durante la vida y que oprime el corazón. Este desprendimiento se produce por medio de un proceso doloroso (acelerado o prolongado, según la apertura del corazón), que es fundamentalmente de humillación espiritual.
Su fin es la aceptación del reinado de Cristo en nosotros y para ello debe producirse el derrocamiento del rey y dios ego, sobre el cual giran nuestras vidas y continuamente le rendimos pleitesía. Al aceptar su reinado, su voluntad se hace carne en nosotros, por medio de la adhesión total e incondicional de nuestro espíritu a su Espíritu.
Esto al comienzo es muy difícil (por no decir imposible), debido a la tendencia (pecado original) que heredamos de nuestros primeros padres, Adán y Eva. Se puede comparar al esfuerzo que hace un ciclista para vencer la fuerza de gravedad desde la inmovilidad, luego, al tomar velocidad, debido a la inercia le resulta menos esforzado.
Espiritualmente se produce de la misma manera, a la voluntad y perseverancia probadas, viene en auxilio la gracia de Dios, como una mano en la espalda del ciclista para que arranque, luego vaya más rápida y descansada.
La docilidad espiritual es el proyecto de Dios para todos sus hijos y para que comprendamos la importancia que quiso darle no encontró otra forma más contundente que manifestarlo a través de su Hijo Jesús, que dio el máximo ejemplo de docilidad, testimoniándolo con su propia muerte.
A través de la docilidad Dios quiere trasmitir su amor en el mundo, utilizándonos como a conductores eléctricos, por donde se distribuye su gracia.
Docilidad, espiritualmente es sinónimo de santidad. Proporcionalmente vamos siendo dóciles al Espíritu Santo (vamos dejando de oponernos a sus designios), él va santificándonos y haciéndonos una copia viviente de Cristo. Esta es su misión.
Produce una dependencia amorosa a los dictados del amor de Dios y sus frutos son: libertad interior, paz, alegría, gozo y plena realización como hijos de Dios.
Los exhorto a que se dejen conducir por el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren. Se sabe muy bien cuáles son las obras de la carne: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas, rivalidades y violencias, ambiciones y discordias, sectarismos, disensiones y envidias, ebriedades y orgías y todo los excesos. Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, magnanimidad, afabilidad, bondad, confianza, mansedumbre y temperancia. Si vivimos animados por el Espíritu dejémonos conducir también por él. Gal 5.16-17,19-23,25
Los camiones tienen un instrumental indicador para controlar el régimen de vueltas del motor. Existe un límite máximo del cual no se debe pasar y también otro por debajo del cual no se deben efectuar los cambios de velocidad para no forzar el motor, perjudicándolo. Existen especificaciones de fábrica para todo tipo maquinarias, herramientas y artículos electrodomésticos, para su conservación, mantenimiento, para que su funcionamiento sea óptimo y su rendimiento sea el esperado por el usuario.
De la misma manera, para que el hombre rinda al máximo, para que cumpla con lo que se espera de él, se deben obedecer las especificaciones del Creador, Divino Ingeniero y Diseñador del proyecto humano.
Dice Jesús: He obedecido el deseo del Padre para limpiaros del mayor pecado. “El mayor pecado era desobediencia al mandato de Dios”. De ahí había venido la sed de poder, soberbia y concupiscencia. Las tres furias que os tienen siempre en su poder cuando no la sabéis aniquilar con una vida vivida en Dios. Yo he reparado con mi obediencia la desobediencia inicial*.
*Pág. 516 del libro Los Cuadernos 1943, de la mística María Valtorta, Centro Editorial Valtortiano, Italia.
Atravesemos la corriente de los siglos, más allá de los límites del tiempo. ¿Quién fue el que echó a perder el corazón del hombre?, lo sabéis. Fue Satanás, la Serpiente, el Adversario, el Enemigo, el Odio. Llamadlo como queráis, pero ¿por qué lo echó a perder? Por ser muy envidioso: no pudo soportar que el hombre fuese destinado al cielo del que él había sido arrojado. Quiere que el hombre participe del destierro al que ha sido condenado. ¿Por qué fue arrojado? Por haberse rebelado contra Dios. Lo sabéis. ¿En qué se rebeló? No obedeciendo. En el principio del dolor hay una desobediencia. ¿No es pues lógico que, para restablecer el orden, que es siempre alegría, deba existir una obediencia perfecta? Es difícil obedecer sobre todo en cosas de monta. Lo difícil causa dolor a quién lo cumple. Pensad pues si Yo, a quién el Amor pidió si quería devolver el gozo a los hijos de Dios, no debo sufrir infinitamente para cumplir la obediencia al Plan de Dios. Debo, pues, sufrir, para borrar no uno o mil pecados, sino el mismo pecado por excelencia que, en el espíritu angélico de Lucifer o en el que animaba a Adán, fue y será siempre, hasta el último ser viviente, pecado de desobediencia a Dios. Vosotros debéis obedecer en cierto límite eso poco (que os parece mucho, pero no lo es) que Dios os pide. Os pide, teniendo en cuenta su justicia, lo que podéis dar. Vosotros de la voluntad de Dios conocéis sólo lo que podéis realizar. Pero yo conozco todo su Pensamiento, en los sucesos grandes o pequeños. No se me han impuesto límites en conocer y en ejecutar lo que sé. El sacrificador Amoroso, el Abraham divino, no perdona su Víctima y su Hijo. Es el Amor insatisfecho y ofendido que exige reparación y ofrenda. Si viviese miles y miles de años, nada sería, si no consumiese el Hombre hasta la última fibra, así como nada hubiera sido ab aeterno no hubiese dicho Yo “Sí” a mi Padre, disponiéndome a obedecer como Dios Hijo y como Hombre, en el momento que mi Padre juzgó ser el oportuno. La obediencia es dolor y es gloria. La obediencia, como el espíritu, jamás muere. En verdad os digo que los verdaderos obedientes serán como dioses, pero después de una lucha continua contra sí mismos, contra el mundo, contra Satanás. La obediencia es Luz: cuando más se es obediente, tanto más se es humilde para nuestro prójimo. La obediencia es caridad, porque es un acto de amor: cuanto más obediente se es, tanto más los actos son numerosos y perfectos. La obediencia es heroicidad. Y el héroe del espíritu es santo, el ciudadano de los cielos, el hombre divinizado. Si la caridad es la virtud en que se encuentra de nuevo al Dios Uno y Trino, la obediencia es la virtud en que me encuentro Yo, vuestro Maestro. Haced que el mundo os re conozca como a mis discípulos por una obediencia absoluta a todo lo que es santo.*
*Pág. 541 vol. 9 de la obra El Hombre-Dios, de la misma autora.
Jesús: Mamá, cuando estés sola, ¿con quién estarás? María: Con quién dispusieres, Hijo mío. Antes de tenerte, te he obedecido, continuaré haciéndolo después que me hayas dejado. Le tiembla la voz, pero heroicamente sonríe. Jesús: Sabes obedecer. ¡Cómo descanso cerca de ti! Porque… Mira, Madre, el mundo no puede comprender, pero Yo encuentro descanso en los obedientes… Si. Dios descansa junto a los que obedecen. Dios no hubiera tenido que sufrir, que fatigarse, si no hubiese entrado la desobediencia en el mundo. Todo esto sucede porque no se obedeció. Por esto el mundo sufre… por esto, nuestro dolor. María: Pero también nuestra paz, Jesús, porque sabemos que nuestra obediencia consuela al Eterno. ¡Oh, sobre todo para mí es un gran pensamiento! A mí, que soy una criatura, se me ha concedido consolar a mi Creador. Jesús: ¡Oh, alegría de Dios! ¡No sabes, oh gozo nuestro, que cosa significan estas palabras para Nosotros! Sobrepujan a las armonías de los coros celestiales… ¡Bendita! ¡Bendita! que me enseñas la última obediencia, y haces que al cumplirla me sea tan agradable pensar en ello! María: Tú no tienes necesidad de que te enseñe, Jesús mío. Todo lo he aprendido de ti. Jesús: El Hombre, Jesús hijo de María de Nazaret, todo lo ha aprendido de ti. María: Era tu luz que salía de mí. La Luz que Tú eres, y que llegaba, la Luz eterna aniquilada bajo la forma de hombre*…
*Pág. 425 vol. 10 de la misma obra.
La obediencia de María fue causa de su propia salvación y la de todo el género humano. El nudo de la desobediencia de Eva lo desató la obediencia de María. Lo que ató la virgen Eva por su falta de fe, lo desató la Virgen María por su fe. La muerte vino por Eva, la vida por María. CIC 494
Si no nos dejáramos amar por Dios, no podríamos trasmitir su amor (al igual que un cortocircuito eléctrico), lo que produce toda clase de desequilibrios en nuestra frágil naturaleza humana.
Esto nos provoca casi todas las enfermedades y dolencias. Sufrimos y padecemos primero en el espíritu, en su caída , este arrastra a la psiquis y esta a su vez a todo el organismo.
En definitiva, al oponernos al Amor, por orgullo nos convertimos en verdugos al predestinarnos a una vida de dolor y sufrimientos; no es otra cosa que anticipar el infierno aquí y ahora.
Fuimos llamados a ser imagen y semejanza de Dios, a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el Primogénito entre muchos hermanos (Rom 8.29). Al no serlo por docilidad espiritual, la otra alternativa, es serlo como hombre de dolor.
El que siembra para satisfacer su carne, de la carne recogerá sólo corrupción; y el que siembra según el Espíritu, del Espíritu recogerá la Vida eterna. No nos cansemos de hacer el bien, porque la cosecha llegará a su tiempo si no desfallecemos. No se engañen: nadie se burla de Dios. Se recoge lo que se siembra. Gal 6.8-9, 7
¿Podemos decir que: nosotros obramos con docilidad al Espíritu Santo? 2Cor 6.6
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