viernes, 30 de diciembre de 2011

El pecado es una radiografía

Cuando Luzbel, príncipe de los ángeles, por su rebelión se convirtió en Lucifer, Satanás, príncipe de los demonios, junto con ellos fue precipitado al infierno.
¿Por qué motivo Dios no lo destruyó a todos en ese momento y permitió el mal y el maligno?  Como Dios conoce todas las cosas antes de que sucedan, conocía la caída de Luzbel y la del hombre, esto entra dentro de su misterioso proyecto providencial.
De esta manera el mal y el maligno en las manos de Dios se transforman en una herramienta “preciosa” , para el trabajo espiritual en el corazón humano:  Si, como la arcilla en las manos del alfarero, así están ustedes en mi mano.  Jr 18.6
Para que exista una opción como la tuvo Satanás y todos los ángeles, es necesario la libertad.  La libertad para hacer una opción implica un riesgo, el riesgo de equivocarse y esto está motivado por el orgullo.  
El motivo de la opción, es para que a través de ella, por la voluntad sea probado el amor, y se transforma en una escalera ascendente por medio del mérito en el crecimiento del espíritu.
Por medio de la fe y de lo que en ella se revela, nos facilita el camino, y está en nosotros la decisión permanente de aceptar la invitación constante de Dios.
El pecado es el rechazo al amor de Dios, y esto que en si mismo es un mal, para él por medio de su amor y misericordia se convierte en una herramienta que trabaja a favor de su designio providencial.
El pecado produce debilidades y esclavitudes que mantienen prisionera al alma (El Espíritu del Señor me envió a anunciar la liberación a los cautivos, a dar la libertad a los oprimidos Lc 4.18), pero la acción del Espíritu Santo genera oportunidades, a través del deseo y voluntad de ser liberada.
En la medida de que Dios ve esta disposición del corazón, a la que se suman los auxilios de los sacramentos, brinda su gracia en forma proporcional, conveniente y necesaria.
Los que se “dejan conducir” por el Espíritu Santo, pueden llegar a comprender este misterioso proyecto providencial, que Dios tiene misericordiosamente con cada uno, todos sus hijos.
Por este motivo al dejarse conducir por el Espíritu, esta herramienta:  pecado y Satanás, por la colaboración de nuestra fe y voluntad adquiere un mayor poder sanador.  
El pecado es una radiografía en la que el divino cirujano determina los límites del área enferma y que ocupará su atención quirúrgica.
Un ejemplo:  cometo un pecado de ira.  Al ponerse en evidencia no lo racionalizo, sino que instantantaneamente pregunto:  Señor, ¿qué insanidad me condiciona a esta esclavitud?  Te la entrego para que la sanes.
Por medio de esta entrega se expresan:  fe, rechazo, renuncia, humillación amor, confianza y glorificación a Dios.
Ante esta disponibilidad Dios no puede ser indiferente (nunca lo es, es una expresión para resaltar la idea), se siente amorosamente estimulado a responder por y con amor, porque amor con amor se paga y si bien el amor es la debilidad de Dios, nunca se deja ganar.
La persona que está unida a Cristo no peca porque él la protege:  El que ha nacido de Dios no peca, porque el germen de Dios permanece en él; y no puede pecar.  1Jn 3.9
Debido a la debilidad humana y la permanente acechanza del demonio, vemos que en la realidad cristiana muchas veces rompemos la unión con Cristo y aparece el pecado.
El pecado mortal se comete cuando se quebranta uno de los Diez Mandamientos deliberadamente, es decir, sabiendo y queriendo una cosa contraria a la Ley divina.  Este destruye en nosotros la caridad y nos aparta de la gracia, que sería igual que caer en desgracia.   
Generalmente son producidos por arranques emocionales cuando expresamos juicios críticos, murmuraciones, ira, resentimiento, etc.
El venial constituye un desorden moral consecuencia de heridas emocionales) que puede y es eficazmente reparado por la caridad, que este deja subsistir en nosotros. 
Si bien los veniales, son verdaderos pecados, por ser consecuencia de la debilidad humana y no de la libre intencionalidad, no son tenidos en cuenta por la Justicia de Dios, sino por su Misericordia.
Esto no significa que podamos justificarlos en nosotros mismos, porque si lo hiciéramos, su reiteración nos debilita espiritualmente y “es el camino de entrada para los pecados capitales”  por lo tanto no se puede transigir con ellos, porque los pecados son consecuencias de insanidad que coartan la libertad.  
Sin ser estrictamente indispensable, si lo es necesaria y conveniente la confesión de los pecados veniales, que es recomendado vivamente por la Iglesia.  En efecto, las confesión habitual de los pecados veniales ayuda a formar la conciencia, a superar las malas inclinaciones, a dejarse curar por Cristo y a progresar en la vida del Espíritu. 
Los efectos espirituales del Sacramento de la Confesión son:
-Salud:  respecto a sus consecuencias conmigo, Dios, la Iglesia y el prójimo.
-Libertad:  destruye el condicionamiento (esclavitud) a reiterar el pecado.
-Fortalecimiento:  ayuda en la caída, por debilidad de la voluntad.

El pecado original nos dejó la tendencia viciada a caer en el orgullo, y la persona por más crecida que esté en el amor a Dios, mantiene la tendencia a la independencia, a la autodeterminación, autosuficiencia.
Es como un niño que llevado por el entusiasmo se desprende de la mano del padre y en la multitud no puede reencontrarse, se extravía.  El niño no pudo medir las consecuencias, pero el padre debe preverla, y nuestro Padre las prevé.
Como Dios conoce todas nuestras debilidades, siempre nos protege providencialmente de caer en pecados, aún de los veniales, pero a veces los permite; porque Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman.  Rom 8.28
A veces se hace necesario tener una “caída” que nos humillen para permitirnos volver a pisar tierra (esta es una acepción del significado de la palabra humillación), y siguiendo con la imagen del niño, reencontrar la mano del padre.
Esto es una protección para no caer en el pecado de orgullo, y este se convierta en la puerta de entrada para la soberbia y todos los pecados que vienen de ella.
El antiguo enemigo, sin dejar de serlo, por docilidad al Espíritu Santo, se transforma en un aliado que trabaja a favor nuestro.
No obstante merece el respeto como toda creatura de Dios:  Los ángeles superiores en fuerza y en poder (arcángel Miguel, Rafael y Gabriel) no pronunciaron ningún juicio injurioso contra ellos en presencia del Señor.  El mismo arcángel Miguel, cuando se enfrentaba con el demonio y discutía con él, respecto del cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir contra él ningún juicio injurioso, sino que dijo solamente:  Que el Señor te reprima.  2Ped 2.11;   Js 9  
Es como el hecho de no tenerle miedo al fuego, pero no por ello debemos dejar de ser precavidos para evitar quemaduras por imprudencia.  Esto significa ser responsable y valorar agradecidamente la protección recibida por los ángeles custodios, y en base a los méritos de la pasión redentora de Jesús.
Nuestro enemigo no está fuera, sino dentro de nosotros mismos, en nuestro corazón (Es del interior del corazón de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino Mc 7.21-22), y es a través de la razón que le abrimos la puerta a las sugerencias de las distintas entidades demoníacas.
Nuestra seguridad consiste en dejarnos guiar por las mociones, inspiraciones e insinuaciones del Espíritu Santo en el corazón, sagrario viviente del Dios viviente:  ¿O no saben que sus cuerpos son templo del Espíritu Santo que habita en ustedes y que han recibido de Dios?  1Cor 6.19
Cuando racionalizamos cualquier impulso “bueno” del corazón, sofocamos al Espíritu Santo, despreciando el amor de Dios, para dejarnos guiar por el orgullo que alimenta el ego:  Todo lo que es bueno y perfecto es un don de lo alto y desciende del Padre. Porque Dios es el que produce en ustedes el querer y el hacer, conforme a su designio de amor.  Sant 1.17; Flp 2.13
Aprovechemos entonces cada pecado como un trampolín que nos permita pegar un salto para zambullirnos en la profundidad del corazón misericordioso de Dios.
Desde esta profundidad él nos rescata como a la perla fina (Un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró Mt 13.45-46), por la cual pagó el precio con la Sangre de su único Hijo, Jesús (:Dios Sana = Dios Salva) y de esta manera tener la oportunidad de una sanación, para el crecimiento espiritual en el amor porque:  Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.  Rom 5.20
Dios desea nuestra salud mucho más que nosotros mismos, porque de esta manera se concreta su proyecto sobre cada uno, todos sus hijos desde que nos pensó, y cuando nos amó con un amor eterno.  Así se cumple su Palabra en la que dice que fuimos hechos a su imagen y semejanza.  En Dios no existe la mediocridad, sino la plenitud y la salud es una más.
Esto se manifiesta fundamentalmente, por lo menos por tres motivos:
1-A mayor salud espiritual, menor desperdicio de la gracia que constantemente el Señor derrama a través del Espíritu Santo.
2-Esto permite un mayor crecimiento espiritual en el amor a Dios y los hermanos, que se manifiesta a través de la docilidad y disponibilidad al Espíritu Santo.
3-Además nos pone en las mejores condiciones para confiar las herramientas:  dones y carismas, para colaborar en su divino proyecto, en la construcción de la Iglesia, en la forma que Dios providencialmente disponga para cada uno.
Mientras me quedé callado, mis huesos se consumían entre continuos lamentos, porque de día y de noche tu mano pesaba sobre mí.  Pero yo reconocí mi pecado, no te escondí mi culpa, pensando:  Confesaré mis faltas al Señor.  ¡Y tú perdonaste mi culpa y mi pecado!  Sal 32.3-5            

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