Según el diccionario placer es: Gusto, sensación agradable, satisfacción producida por la realización de algo que gusta o complace. Goce, disfrute espiritual.
El amor produce placer, es fuente inagotable de placer…
Otro placer que no sea fruto del amor, es producido por un amor desordenado (fuera del orden establecido por Dios) que genera egocentrismo y condiciona al egoísmo. Produce frustración emocional, depresión, etc.
El orden consiste en que primero nos amemos a nosotros con el mismo amor con el que Dios nos ama, no con el que nosotros nos fabriquemos o sustituyamos por su carencia.
Cuando tengamos este amor, o seamos sanados de heridas emocionales ocasionadas por carencias afectivas, recién podemos llegar a amar a los demás, con ese mismo amor, como referente, como medida.
Esto produce placer en el espíritu, que al asociarse al placer físico en cualquiera de sus múltiples manifestaciones de los sentidos, llega a su plenitud, porque esta plenitud se encuentra en el Espíritu, pues el Espíritu da Vida (la plenitud de ella) 2Cor 3.6
El amor es una fuerza centrípeta que atrae todo hacia su centro, retroalimentándose y reproduciéndose, multiplicándose, generando vida. El amor se reproduce a si mismo.
El amor es exuberante pero pocos lo interpretan, es humilde pero a su vez es ostentoso de sus virtudes, es perfecto pero pocos lo valoran, es hermoso pero pocos tienen ojos limpios para admirarlo, es suave pero pocos tienen el oído dispuesto a su llamado.
El “amor” (=Amor = Dios Jn 14.6) produce placer, que es el goce de la vida que su Espíritu da a toda carne.
El que vive dócil al Espíritu descubre una nueva dimensión del placer:
1.Una corriente paralela que es la del goce en y desde el Espíritu.
2.Otra que plenifica el goce de los sentidos, espiritualizándolos.
Jesús dice*: Cuando se posee a Dios se ama perfectamente y cualquier otra perfección viene tras la caridad. También se perfeccionan los sentidos humanos, por lo cual todo lo que está a nuestro alrededor adquiere luz, voz, color distinto, y sobre todo; lleva un signo que solo ven los poseedores de Dios: el suyo, santo e inefable.
*Pág. 508 del libro: Los Cuadernos 1943, de la mística María Valtorta, Editoriale Valtortiana, Italia.
Vivir haciendo la voluntad de Dios, conducidos por él, como fruto del Espíritu, produce el mayor de los placeres.
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