viernes, 30 de diciembre de 2011

Mi historia, por Jesús, es un tesoro y para salvación

En el Patriarca José, Dios nos muestra como diseña providencialmente nuestra historia personal, para que sea un instrumento de salvación personal, de nuestra familia, de las personas con las que nos relacionamos, y con toda la Iglesia, como cuerpo místico de Cristo.
Por la riqueza del texto, aunque es extenso, es conveniente leerlo todo:  Gn 37.1-36 y 39.1 a 47.6   Una síntesis la tenemos en el discurso de Esteban:
Los patriarcas, movidos por la envidia, vendieron a su hermano José para que fuera llevado a Egipto.  Pero Dios estaba con él y lo salvó de todas las tribulaciones, le dio sabiduría, y lo hizo grato al Faraón, rey de Egipto, el cual lo nombró gobernador de su país y lo puso al frente de su casa real.  Luego sobrevino una época de hambre y de extrema miseria en toda la tierra de Egipto y de Canaán, y nuestros padres no tenían que comer.  Jacob, al enterarse de que en Egipto había trigo, decidió enviar allí a nuestros padres.  Esta fue la primer visita.  Cuando llegaron por segunda vez, José se dio a conocer a sus hermanos, y el mismo Faraón se enteró del origen de José.  Este mandó a llamar a su padre Jacob y a toda su familia, unas setenta y cinco personas.  Hch 7.9-15
Naturalmente consideramos que nuestra historia personal es una consecuencia de aciertos y errores en las decisiones tomadas a través del tiempo.  Esto es cierto, pero es solamente una parte de la verdad, la otra consiste en que Dios también es integrante y actor en nuestra historia.
Aunque conscientemente no le hayamos dado injerencia en ella, de hecho él está mas en nosotros que en el cielo, porque ha hecho de nuestro corazón su cielo, su propio templo:  ¿O no saben que sus cuerpos son templo del Espíritu Santo, que habita en ustedes y que han recibido de Dios?  1Cor 6.19
Dios aprovecha nuestros errores, para que en su infinita sabiduría, estos vayan construyendo nuestra propia historia de salvación (camino de santificación), que por otra parte está misteriosamente, providencialmente proyectada en cada uno de sus ínfimos detalles.  Esto es humanamente imposible poder comprenderlo, pero se logra por con la ayuda de la luz del Espíritu Santo.
Esta mirada espiritual se llama contemplación.  Es descubrir la presencia de Dios, su voz, su pensamiento en nuestra rutina cotidiana, donde está impreso el amor íntimo y profundo por su creatura.  Es descubrir que Dios nos habla personalmente a través de un lenguaje que solo nosotros podemos comprender, porque forma parte de nuestros secretos, de nuestros secretos más íntimos, de nuestra imaginación, de nuestro modo de ver las cosas.
Consiste en ver la acción de Dios que está constantemente dirigiendo todas las cosas y acontecimientos, para llevarnos a cada uno, a todos, a la salvación.  Nada queda fuera de esta mirada de fe.  Es mirar con los ojos de Dios y comprender toda la realidad con su mirada de amor.
Mirada de esta manera, nuestra historia de salvación proyectada por Dios, tiene dos características fundamentales:

a)   Como nuestra salvación es por misericordia, Dios interviene en nuestra historia para que podamos ser justificados por ella, ante la Divina Justicia y esto está motivado por el amor.
b)   Para que esta historia sea una riqueza, pues al haberla asumido por fe, se transforma en una herramienta para construir la Iglesia.  Esta herramienta es el carisma particular, que en el ejercicio de la caridad, se convierte en el don personal.
El mal siempre es un mal y Dios no desea el mal, pero lo permite porque pertenece a la consecuencia de la libre opción de la libertad humana (lo dejó librado a su propio albedrío Ecli 15.14), y además al misterio de su proyecto providencial, de su infinito amor por el hombre y toda su creación.
Al hacer una ofrenda de nuestra historia de fracasos, frustraciones, dolores y sufrimientos, por el acto de fe otorgamos a Dios autoridad sobre ellas, para que su poder obre una transformación, porque el designio de Dios “transforma el mal en bien”.  Gn 50.20
Esto sucede ”constantemente” y con “todos” los que hacen este acto de fe, porque:  Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman.  Rom 8.28
Hasta la vida mas desgraciada (si se pudiera decir así), puesta en las manos de Dios, por los méritos de Cristo, se transforma en una riqueza que beneficia y en “mucho” a la Iglesia.
Esto se concreta dentro del misterio que hace a su designio providencial, pero existe uno que se hace muy visible, consiste en la riqueza del testimonio de lo que el Señor hizo en mí.  Este testimonio transforma al Evangelio = Buena Noticia, en palabra hecha carne.  Es lo mismo que decir:  ¡Mira lo que hizo en mí Jesús!...
Para las almas generosas, es decir disponibles a responder a la llamada de Jesús, para colaborar en su empresa como apóstoles y discípulos, existe otra característica fundamental.  Para ellos, su historia se convierte en una oportunidad para adquirir la misericordia como virtud probada, y así poder ejercerla con autoridad en el servicio a los demás con un corazón cristocéntrico.
Dice Jesús*:  (En la primer aparición como resucitado, a los apóstoles) Santiago se lamenta: ¿Por qué nos has hecho esto, Señor?  Sabias que somos nada y que todo viene de Dios.  ¿Por qué no nos diste las fuerzas para estar a tu lado? (se refería al abandono que sufrió Jesús por todos sus apóstoles, excepto Juan, cuando fue camino al Calvario y en la Crucifixión)  Los desprecios, las burlas, el orgullo, el celo exagerado son cosas que se opondrán al éxito.  Pero como ninguna cosa, ni nadie os hubiera convencido para que usaseis de           bondad, condescendencia, caridad para los que están en las tinieblas, fue necesario                            -¿comprendéis?-  que hubierais una vez aplastado vuestro orgullo de apóstoles, para comprender solo la verdadera sabiduría de vuestro ministerio, la mansedumbre, la paciencia, compasión, amor sin límites, que os asemejara a mí.  (A Pedro le dijo:)  ¡Ay de ti si no hubiera reducido a tal estado tu corazón!  Serías no un pastor, sino un lobo.
*Pág. 693 y 697 del tomo 11 de la obra El Hombre-Dios de la mística María Valtorta, Centro Editoriale Valtortiano, Italia.
Lo que es mas difícil para Dios (es una forma de decir para resaltar la idea) es poder conseguir un alma generosa, que no le ponga límites a las exigencias de su amor y que le diga como Santa Teresa:  Pídeme lo que quieras, pero dame lo que me pidas.
A estas almas generosas Dios las elige entre las que tengan alguna limitación o carencias especiales, para que se ponga en evidencia que es él quién lo realiza, por este motivo:  Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale.  Así, nadie podrá gloriarse delante de Dios.  1Cor 1.27-29
Volviendo al comienzo de este tema, la historia de nuestra vida de dolor y toda clase de sufrimientos, por no haberla vivido unida a Cristo, se transforma en un poderoso testimonio para nosotros mismos, que nos ayuda en el proceso de conversión, ¡y como!…  Además nos ayuda para afirmar y confirmar nuestra fe.  Esto está expresado por Jesús en:  A aquel a quién se le perdona poco, demuestra poco amor.  Lc 7.47
En esa oportunidad, se refería a la prostituta María Magdalena, hermana de Lázaro, su más querido amigo, de la que habían salido siete demonios.  Lc 8.2
Su arrepentimiento, espíritu de expiación y cambio de vida, fue tan ejemplar, que le mereció el privilegio de ser la única en tocar los pies de Jesús recién resucitado, privilegio que no tuvieron sus apóstoles.
Jesús le dijo:  No me retengas, porque todavía no he subido al Padre (Jn 20.17), en otras traducciones dice:  No me toques.  El sentido de ambas es el de reverencia y adoración la divinidad de Jesús, a través del beso a sus pies.
Este gesto es una repetición del que tuvo cuando María cuando se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume.  Lc 7.38
María Magdalena, al entregar su historia en las manos de Jesús, se convirtió en la gracia necesaria para su conversión perfecta que le mereció los honores de la Iglesia, llegando a ser hoy Santa María Magdalena.
¿Podemos decir como Pablo y María Magdalena, que:  Por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no fue estéril en mí (1Cor 15.10)?

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