Estamos en una guerra y el campo de batalla es el corazón humano, porque nuestra lucha no es contra enemigos de carne y sangre, sino contra los Principados y Potestades, contra los Soberanos de este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que habitan en el espacio. Ef 6.12
En una guerra no se puede ser neutral, porque al estar involucrado, necesariamente se debe hacer una opción: El que no está conmigo, está contra mí. Lc 11.23
En esta guerra Dios y sus ángeles son los vencedores, pero para participar de su victoria, también debemos hacernos solidariamente responsables y por amor, de sus batallas, por lo tanto debemos luchar con él, por su victoria, en nuestro propio corazón.
El cristiano que vive responsablemente comprometido, es como el automóvil que sube una pendiente inclinada y no puede parar el motor, dejando la caja de cambio en punto muerto y sin frenos, porque retrocedería.
En una palabra, el que comienza un camino de fe no puede dejar de crecer, la detención ya es un retroceso. Se convierte en un ladrillo crudo, que raja la pared de la Iglesia, o más bien en un estorbo. Es como estar en el umbral de la puerta: no pasa ni deja pasar a los que vienen detrás.
Si se sofoca al Espíritu, se detiene el crecimiento espiritual, favoreciendo el crecimiento del orgullo que alimenta la soberbia. Nos apoyamos en Cristo, a través del Espíritu Santo, o en el dios ego = orgullo. No existe otro dios fuera de Dios.
Antes del Concilio Vaticano II lo que espiritualmente podría haberse interpretado como libertad de conciencia, por indiferencia religioso-moral finalizó.
Durante este Concilio el Papa Juan XXIII, dijo: “El humo de Satanás ha entrado en la Iglesia”, a lo que agrego: y simultáneamente el Espíritu Santo se comenzó a prodigar sensiblemente como un nuevo Pentecostés para toda la Iglesia.
Cuando Dios creó los virus y bacterias, también creó los anticuerpos que son las defensas de nuestro sistema inmunológico.
De la misma manera lo hace con el permiso que le concede a Satanás, para zarandear a la Iglesia, y al efectuar una nueva efusión del Espíritu Santo, no solamente está reactivando las defensas del sistema inmunológico espiritual, sino que fundamentalmente le inyecta vida divina. No solamente la purifica, sino que la Misericordia de Dios la lleva a un grado de santidad, que de otra manera por la Justicia y el cumplimiento de la Ley no lo lograría.
A partir de entonces se ha marcado una división cada vez más profunda entre las realidades humanas y las espirituales. Las primeras han mostrado una degradación ético-moral en una caída mucho más que vertiginosa en todos los órdenes: desde las personalidades que rigen los destinos políticos y económicos de los países, pasando por las autoridades religiosas denunciadas por delitos, hasta el incremento permanente de todo tipo de violencia.
Las realidades espirituales son una semilla que recién están germinando, y solo pueden ser vistas por aquellos a quienes el Señor les otorga el discernimiento.
Países enteros decrecen en la fe, creciendo en ellos el hombre puramente natural (1Cor 2.14), que se apoya en el amor desordenado al ego (diabólico).
Otros, como el nuestro por ejemplo, están creciendo espiritualmente en el amor crístico, mediante la ayuda solidaria. De una manera u otra están involucradas nueve millones de personas en acciones solidarias.
Cada día se va incrementando la distancia que hay entre el hombre natural y el espiritual, y a su vez el primero se va identificando cada vez más con su padre el demonio (Jn 8.44), mientras que el segundo, siguiendo el camino de Jesús se va santificando más y más.
El Señor se ocupa del crecimiento de cada uno, todos sus hijos y para que él pueda hacerlo necesita que el corazón le de permiso, por ello nos dice: El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a si mismo. Lc 9.23
La renuncia que Cristo nos pide es total: libertad para disponer del descanso, esparcimiento, afectos, etc., comodidades para viajar, comer, dormir y hasta las básicas necesidades fisiológicas, cuando y donde él quiera.
Esto puesto en palabras parece muy frío, pero para la persona que el Señor levanta de la cama en una noche cruda de invierno, sacrifica el único día de semana que tiene para compartir con su pequeño hijo, que no le gusta viajar, etc., parece un sacrificio muy grande si, lo es. Mas, aún, si este sacrificio no tiene límites en el tiempo.
Si, es un sacrificio, pero a medida de que se crece espiritualmente estas renuncias por obra de la gracia, el amor se va haciendo cada vez mas pleno, y deja de ser un sacrificio para convertirse en una “respuesta de amor”.
A esta respuesta Dios compensa con libertad interior, paz en el corazón, gozo espiritual permanente, sanación interior personal, matrimonial y con los hijos, y lo hace testigo privilegiado e instrumento de su gloria y poder.
De tal manera que la entrega generosa e incondicional se transforma en un círculo virtuoso que se retroalimenta a si mismo convirtiéndose en espiral ascendente que lleva al crecimiento más que vertiginoso en el amor y la alegría plena, anticipando el cielo, aquí y ahora.
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