viernes, 30 de diciembre de 2011

¿Para qué fuimos creados?

Para gloria y alabanza de su Nombre
La alegría de Dios no necesitaba de nada.  El se bastaba a si mismo.  Todo lo creado no ha aumentado en nada su infinita alegría, belleza, vida, potencia.  Sino que todo lo hizo para la creatura que quiso como rey de la obra que creó.
Dios quiso poner un rey en el universo que había creado de la nada, un rey que por naturaleza de la materia fuese el primero entre todas las creaturas hechas como el.  Un rey que por naturaleza del espíritu fuese poco menos que divino, unido con la gracia.
Lo creó a su imagen y semejanza para conocer y admirar la infinita belleza que la mano de Dios sembró en el universo, y para que participe del gozo de su amor que parte de la Familia Trinitaria.
El único mérito que podemos tener frente a la justicia de Dios, parte de la voluntad ejercida por y con amor, y para poder concretarla es necesaria la libertad, la de escoger ser otro Cristo, en Cristo.
Como Dios conoce todos los sucesos aún los más recónditos de los siglos, cuyos ojos ven todo cuanto era, es y será; y que mientras contempla el pasado, y mira el presente, también llega hasta la última cosa futura y no ignora como morirá el último hombre.
Sabía que el hombre sería ladrón y homicida, y como su amor eterno no tiene límites, antes de que la culpa viniese, pensó en los medios para borrarla.  El medio:  Jesús.  El instrumento:  María.
Desde toda la eternidad Dios diseñó un proyecto salvador-redentor, para rescatar al hombre cuando se frustre su proyecto original, para restaurarlo.
Al romperse el orden espiritual con el pecado original cometido por Adán y Eva, restauró ese proyecto por medio de la redención de Jesús y María.
A la desobediencia de Adán y Eva, se opuso la obediencia de Jesús y María y por medio de ella, nos brinda la oportunidad de ser hijos adoptivos en Cristo: 
Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, nos eligió desde toda la eternidad a ser sus hijos adoptivos, por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia que nos dio en su Hijo muy querido (Ef 1.3-6), a través de aquellas buenas obras que Dios preparó de antemano, para que las practicáramos.  Ef 2.10
Fuimos creados para alabar la gloria de Dios, que se manifiesta a nosotros a través de la gracia que recibimos constantemente, por los méritos de Jesús.
Por medio de la alabanza concretamos el proyecto espiritual de Dios sobre nosotros, y la plena realización humana en su unidad de cuerpo, alma y espíritu, según su proyecto salvador previsto eternamente para cada uno, todos sus hijos.

Nuestro destino eterno y gozoso es ese, y si comenzamos a participar de este espíritu aquí y ahora, también comenzamos a gozar anticipadamente de sus beneficios, es decir del cielo aquí en la tierra.
La primera expresión del corazón no es de alabanza, precisamente, sino de queja porque el orgullo impide asumir las consecuencias del pecado, culpando a Dios de toda dificultad, dolor, etc. 
Queja
El Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña.  Trató con ellos un denario por día y los envió a su viña.  Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, les dijo:  Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo.  Y ellos fueron.  Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo.  Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo:  ¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?.  Ellos le respondieron:  Nadie nos ha contratado.  Entonces les dijo:  Vayan también ustedes a mi viña.  Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo:  Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros.  Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario.  Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario.  Y al recibirlo, protestaban contra el propietario, diciendo:  Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada.  El propietario respondió:  Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario?.  Toma lo que es tuyo y vete.  Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti.  ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas mal que yo sea bueno?  Mt 20.1-15
Al destacar la gratuidad del llamado y la igualdad de la retribución, Jesús muestra que el amor misericordioso de Dios trasciende el concepto humano de justicia.  La escala de valores del Reino de Dios es completamente diferente a la del mundo.
La queja del obrero era injusta, no porque a otro le pagaron igual por menor trabajo, sino porque el propietario había cumplido con lo acordado.  Cada vez que nos quejamos cometemos un acto de injusticia semejante. 
Injusticia
Otra forma que asume la queja es la injusticia:
El Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos.  Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda.  El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole:  Señor, dame un plazo y te pagaré todo.  El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.  Al salir, este servidor encontró a uno   de sus compañero que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo:  Págame lo que me debes.  El otro se arrojó a sus pies y le suplicó:  Dame un plazo y te pagaré la deuda.  Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía.  Mt 18.23-30
Antes de ser desagradecida, la persona comete un acto de infinita injusticia, como la desproporción de la deuda perdonada.  Un talento equivalía a seis mil denarios (o el salario por seis mil días de trabajo).  Diez mil talentos equivaldrían a sesenta millones de denarios.  La diferencia entre esta suma y los cien denarios mencionados, es intencionalmente exagerada.
Desagradecimiento
El desagradecimiento, también es un deprecio; desprecio al amor de Dios:
Un hombre preparó un gran banquete y convidó a mucha gente.  A la hora de cenar, mandó a su sirviente que dijera a los invitados:  Vengan, todo está preparado.  Pero todos, sin excepción, empezaron a excusarse.  El primero le dijo:  Acabo de comprar un campo y tengo que ir a verlo.  Te ruego me disculpes.  Y un tercero respondió:  acabo de casarme y por esa razón no puedo ir.  A su regreso, el sirviente contó todo esto al dueño de casa, y este, irritado, le dijo:  Recorre en seguida las plazas y las calles de la ciudad, y trae aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los paralíticos.  Volvió el sirviente y dijo:  Señor, tus órdenes se han cumplido y aún sobra lugar.  El señor le respondió:  Ve a los caminos e insiste a la gente para que entre, de manera que se llene mi casa.  Porque les aseguro que ninguno de los que antes fueron invitados ha de probar mi cena.  Lc 14.16-24
Justicia, agradecimiento y alabanza
Jesús, al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle:  ¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!.  Al verlos, Jesús les dijo:  Vayan a presentarse a los sacerdotes.  Y en el camino quedaron purificados.  Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias.  Era un samaritano.  Jesús le dijo entonces:  ¿Cómo no quedaron purificados los diez?.  Los otros nueve, ¿dónde están?.  ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?.           Lc 17.12-18
Para acentuar esta imagen espiritual, Jesús eligió el agradecimiento de un samaritano.  Entre los samaritanos y los judíos había una enemistad que tenía hondas raíces en la historia de Israel.
Para comenzar a desarrollar el tema sobre el agradecimiento tomaré citas del Deuteronomio y Crónicas, que fueron escritos alrededor del siglo VIII a C.  Probablemente sus palabras tengan unos tres mil años, y al ser palabras de Dios, son eternas, y… ¡todavía tienen vigencia!...
Ustedes se alegrarán en la presencia del Señor, su Dios, junto con sus hijos y sus hijas, sus esclavos y también con el levita (sacerdote) que viva en las ciudades.  Deut 12.12
Todo Israel subió el Arca de la Alianza del Señor entre aclamaciones y al son de cuernos, trompetas, címbalos, arpas y cítaras.  Cuando el Arca de la Alianza del Señor entraba en la Ciudad de  David, Mical, la hija de Saúl, estaba mirando por una ventana, y al ver al rey David saltando y bailando, lo despreció en su corazón.  1Cron 15.28-29
La oración más antigua aceptada y testimoniada por la Escritura es el Salmo.  Esta oración de la que participó Jesús era danzada con alegría y gozo.  Por medio de ella expresaban con el cuerpo, alma y espíritu el amor agradecido al Dios benevolente a sus infidelidades, al Dios misericordioso a sus debilidades.
En los Salmos hay unos rasgos constantes:  la simplicidad y espontaneidad de la oración, el deseo de Dios mismo a través de la creación, y con todo lo que hay de bueno en ella.  Esta orientada a la alabanza.  Recopilados en función del culto de la asamblea, son invitación a la oración y su respuesta.   
La alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios.  Le canta por el mismo, le da gloria no por lo que hace, sino por lo que él es.  Participa en la bienaventuranza de los corazones puros que le aman en la fe antes de verle en la gloria.  Mediante ella, el Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios, da testimonio de Jesús en quién somos adoptados y por quién glorificamos al Padre.  La alabanza integra las otras formas de oración y las lleva hacia Aquel que es su fuente y su término:  Un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y por el cual somos nosotros. 
Ofrece al Señor un sacrificio de alabanzas y cumple tus votos al Altísimo.  Sl 50.14
El que ofrece sacrificios de alabanza, me honra de verdad.  Sl 50.23
¡Den gracias al Señor, invoquen su Nombre, canten al Señor con instrumentos musicales, pregonen todas sus maravillas!  ¡Gloríense en su santo Nombre, alégrense los que buscan al Señor!  Sl 105.1-3
Aclame al Señor toda la tierra, lleguen hasta él con cantos jubilosos.  Sl 100.1-2
Aplaudan, todos los pueblos, aclamen al Señor con gritos de alegría.  Sl 47.2
Glorifiquen a Dios con sus gargantas.  Sl 149.6
¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor!  Sl 106.1
¡Aclamen al Señor, hijos de Dios, aclamen la gloria y el poder del Señor!  Sl 29.1
Aclamen, justos, al Señor:  es propio de los buenos alabarlo.  Sl 33.1
Bendice al Señor, alma mía, que todo mi ser bendiga su santo Nombre.  Sl 103.1
Bendeciré al Señor en todo tiempo, su alabanza estará siempre en mis labios.  Sl 34.2

Al llegar la plenitud de los tiempos, Dios se reveló a través de su Hijo Jesucristo:
La eucaristía, sacramento de nuestra salvación realizada por Cristo en la Cruz, es también un sacrificio de alabanza en acción de gracias por la obra de la Creación.  En el sacrificio eucarístico, toda la Creación amada por Dios es presentada al Padre a través de la muerte y resurrección de Cristo.  Por Cristo, la Iglesia puede ofrecer el sacrificio de alabanza en acción de gracias por todo lo que Dios ha hecho de bueno, de bello, y de justo en la Creación y en la humanidad. 
La eucaristía es un sacrificio de acción de gracias al Padre, una bendición por la cual la Iglesia expresa su reconocimiento a Dios por todos sus beneficios, por todo lo que ha realizado mediante la Creación, la redención y la santificación.  “Eucaristía” significa, ante todo, acción de gracias.
La eucaristía es también el sacrificio de alabanza por medio del cual la Iglesia canta la gloria de Dios en nombre de toda la Creación.  Este sacrificio de alabanza solo es posible a través de Cristo:  El une los fieles a su Persona, a su alabanza, y a su intercesión, de manera que el sacrificio de alabanza al Padre es ofrecido por Cristo y con Cristo para ser aceptado en El. 
A través del Evangelio, el Señor nos confirma la actualidad de la alabanza, y el poder que Dios le otorga a través del Espíritu Santo:
Ofrezcamos sin cesar a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los labios que confiesan su Nombre.  Heb 13.15
Eleven constantemente toda clase de oraciones y súplicas animados por el Espíritu.  Ef 6.18
Oren sin cesar.  Den gracias en toda ocasión:  esto es lo que Dios quiere de todos ustedes, en Cristo Jesús.  1Tes 5.17-18

También nos advierte que la consecuencia de la falta de alabanza (= queja) nos lleva a la autocondenación, por el odio implícito que encierra esta actitud de soberbia y egolatría:
Hermanos, no se quejen, para no ser condenados.  Stg 5.9
La ira* de Dios se revela desde el cielo contra la impiedad y la injusticia de los hombres, que por su injusticia retienen prisionera la verdad.  Porque todo cuanto se puede conocer acerca de Dios está patente ante ellos:  Dios mismo se lo dio a conocer, ya que sus atributos invisibles  -su poder eterno y su divinidad-  se hacen visibles a los ojos de la inteligencia, desde la creación del mundo, por medio de sus obras.  Por lo tanto, aquellos no tienen ninguna excusa:  en efecto, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron ni le dieron gracias como corresponde y su mente insensata quedó en la oscuridad.  Haciendo alarde de sabios se convirtiera en necios y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por imágenes que representan a hombres corruptibles, aves, cuadrúpedos y reptiles.  Rom 1.18-23
* La ira no es más que la actitud de Dios frente al pecado:  su santidad y el pecado son incompatibles y Dios no puede menos que pronunciar un juicio condenatorio sobre los que conocen la verdad y no obran conforme a ella.
Por eso, los dejó abandonados a los deseos de su corazón ya que han sustituido la verdad de Dios por la mentira, adorando y sirviendo a las criaturas en lugar del Creador, que es bendito eternamente.  Y como no se preocuparon por reconocer a Dios, el los entregó a su mente depravada para que hicieran lo que no se debe.  Están llenos de toda clase de injusticia, iniquidad, ambición y maldad:  colmados de envidia, crímenes, peleas, engaños, depravación, difamaciones.  Son detractores, enemigos de Dios, insolentes, arrogantes, vanidosos, hábiles para el mal, rebeldes con sus padres, (¿y por qué no con el conyugue e hijos?), insensatos, desleales, insensibles, despiadados.  Y a pesar de que conocen el decreto de Dios, que declara dignos de muerte a los que hacen estas cosas, no solo las practican, sino que también aprueban a los que las hacen.  Rom 1.24-32
Todos están extraviados, igualmente corrompidos; nadie practica el bien, ni siquiera uno solo.  Su garganta es un sepulcro abierto:  engañan con su lengua, sus labios destilan veneno de víboras, su boca está llena de maldición y amargura.  Sus pies son rápidos para derramar sangre, en sus caminos hay ruina y miseria, no conocen la senda de la paz.  El temor* de Dios no está ante sus ojos.  Rom 3.12-18
* Miedo a ofender, molestar, incomodar, disgustar, etc., a quién se ama, motivado por amor:  respeto por amor.
Alaben a Dios en su Santuario,
alábenlo en su poderoso firmamento;
alábenlo por sus grandes proezas,
alábenlo por su inmensa grandeza.

Alábenlo con toques de trompeta,
alábenlo con el arpa y la cítara;
alábenlo con tambores y danzas,
alábenlo con laúdes y flautas.

Alábenlo con platillos sonoros,
alábenlo con platillos vibrantes,
¡Que todos los seres vivientes
alaben al Señor!

¡Aleluya!  Sl 150       

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