Dios tiene un proyecto de vida para cada uno de sus hijos, que se va concretando con las permanentes opciones, por medio del libre albedrío.
¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre que está en el cielo. Ustedes tienen contados todos sus cabellos. Mt 10.29-30
Nuestra felicidad consiste en la realización humana como él lo tiene pensado, porque de esta manera se logra nuestra plena realización como persona.
En Adán y Eva, Dios nos propuso una relación amorosa como la dependencia cariñosa de un niño con sus padres. En ellos, cada uno, todos le dijimos: Señor, como tu nos diste el libre albedrío, queremos hacer lo que nos guste (que no es lo mismo, lo que nos conviene).
Dios que todo lo conoce antes que suceda, ¿no podría haber evitado esta oposición a sus proyectos? No. Para Dios el mérito humano que lo glorifica, consiste en la voluntad del hombre, ejercida en plena libertad, pero de acuerdo con su voluntad.
Para corregir esa desobediencia, Dios diseñó el proyecto redentor que Jesús concretó en la Cruz.
Pese a ser bautizados vivimos una vida como de paganos, como si no existiera Dios. Durante toda nuestra vida, Dios, por medio del Espíritu Santo y la intercesión de la Santísima Virgen ante su Hijo, con infinita paciencia nos llama continuamente (El Señor llamó: ¡Samuel! ¡Samuel! * El respondió: Habla, porque tu servidor escucha 1 Sam 3.10), sin violentar nuestra libertad, pero condicionándola favorablemente para que todas nuestras decisiones y aún los errores, siempre contribuyan al crecimiento en el espíritu del amor.
* Debemos reemplazar el nombre de Samuel por nuestro propio nombre, porque la Palabra de Dios tiene un mensaje personal.
Según su estado espiritual, cada persona puede abrir su corazón a lo que Dios quiere manifestarle. Por este motivo, lo primero que Dios tiene que hacer por medio de su Espíritu es lograr que una persona le abra la puerta de su corazón: Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos. Ap 3.20.
Cuando somos adultos, nuestro orgullo nos hace sentir autosuficientes, no lo necesitamos a Dios. Para que haya lugar para la existencia de Dios, posibilitando realizar su proyecto salvador en nosotros, pese a nosotros mismos, debe ir quitando uno a uno todos los puntos de apoyo en el que se sustenta nuestra autosuficiencia.
Según la historia emocional-afectiva y espiritual, Dios va haciendo la poda de los sarmientos, pero cuidando de no perjudicar la salud espiritual de cada uno, procurando que cada vid produzca más fruto: El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto lo poda para que dé más todavía (Jn 15.2). Ejemplos: permite una enfermedad, un problema económico, laboral, familiar, accidentes, ausencias de seres queridos (transitorias, prolongadas, permanentes) por separación, divorcio o fallecimiento, etc.
Estos, cada uno por separado, o sumados, con múltiples asociaciones circunstanciales que tienen implicancias espirituales, determinan un llamado de Dios para esa persona. Este llamado tiene vigencia permanente y de no tener una respuesta, por el hecho de su vigencia, es espiritualmente acumulativo. En el próximo llamado, en forma automática es eficazmente activado, favoreciendo una actitud de entrega espiritual, que es la base sobre la que Dios puede llegar a modelarnos como el barro en manos del alfarero: Si, como la arcilla en la mano del alfarero, así están ustedes en mi mano. Jr 18.6.
Para Dios, todos somos hijos rebeldes. ¿Por qué? Porque hacemos planes sin contar con lo que él desea, en cada circunstancia de nuestra vida cotidiana, y al hacer lo que nosotros queremos (y no su voluntad), vamos por un mal camino: ¡Ay de los hijos rebeldes, que hacen planes sin contar conmigo, que concluyen planes contrarios a mi espíritu. Tendí mis manos incesantemente hacia un pueblo rebelde, que va por un mal camino, tras sus propios designios! Is 30.1; 65.2.
Para poder apoyarse en Jesús hay que dejar de apoyarse en uno mismo ¿Cómo se logra esto? Jesús nos propone: El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo (Mt 16.24). ¿Qué significa renunciar a si mismo?, es renunciar a criterios (forma personal de interpretar «todas» las realidades de nuestra vida), proyectos, ideales, opiniones, etc.
En el Evangelio tenemos un testimonio: Jesús elogia a Pedro por haberlo reconocido como hijo de Dios: Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Mt 16.17
Luego lo rechaza diciéndole: ¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres. Mt 16.23
¿Cómo se puede entender esta contradicción? Dios nos propone como objetivo, el amar según su criterio. Si Pedro en ese momento se hubiera puesto a amar según el corazón de Jesús, no hubiera podido hacer esa elucubración desde su propio criterio.
Aunque nuestro orgullo nos acompañará toda la vida, Jesús por medio del Espíritu Santo nos ayuda y santifica, justificándonos ante Dios Padre, porque separados de mí nada pueden hacer. Jn 15.5. Dispone tu corazón, no dudes y no te inquietes en el momento de la desgracia. Apóyate en el Señor y no te separes, para que al final sea enaltecido. Acepta todo lo que te suceda como voluntad de Dios y ten paciencia ante la humillación. Porque el oro se purifica en el fuego y los que agradan a Dios en el crisol de la humillación. Confía en él y él vendrá en tu ayuda. Ecli 2.2-6.
Dios nos vuelve a proponer una relación cariñosa, con la que nos quiere beneficiar, y para lo cual nos pide solamente que confiemos afectuosamente como un niño, al igual que la propuesta original con Adán y Eva.
La disposición del corazón de Dios hacia nosotros, hijos rebeldes, la encontramos en Lc 15.20: Cuando todavía estaba lejos su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro… (Cuando éramos rebeldes, Dios nos tenía constantemente presente en su corazón y envió a Jesús para salvarnos, mediante su sangre redentora).
Todos necesitamos confiar en nuestros seres queridos. El amor produce confianza y ella nos brinda la seguridad afectiva y emocional que necesitamos para construir la convivencia. El esposo confía que al llegar a su casa su esposa le tendrá preparada la cena y la ropa; la esposa, que él sea proveedor de las necesidades familiares y el apoyo en la crianza de los hijos y/o viceversa.
Nosotros, que somos imperfectos, confiamos en la imperfecta naturaleza humana de nuestros seres queridos, que muchas veces por el egoísmo natural no nos brindan el amor que necesitamos, entonces, ¿por qué no confiamos por lo menos con el mismo amor, en el Ser que pensó desde toda la eternidad en cada uno de nosotros, y cuando nos pensó, nos amó con un amor eterno?
Si nuestra convivencia está basada en la mutua confianza, que es producida por el vínculo de los afectos, también Dios quiere relacionarse con nosotros de la misma manera. Por medio de este vínculo amoroso él se compromete a darnos todo lo que necesitamos, como todo padre (según su criterio y en tiempo y forma que él establece), sin que se lo pidamos, con la única condición de que nos ocupemos de «sus intereses» y no de los nuestros. Este intercambio basado en un acto de amorosa confianza está expresado en Lc 12.31: Busquen más bien su Reino y lo demás se les dará por añadidura.
En el verso siguiente, completa el mensaje: No temas, pequeño rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino (Lc 12.32). La palabra «Reino» debe interpretársela como posesión de una totalidad, no de una parcialidad. Con esta expresión Dios promete darnos «todo» lo que tiene, porque el es plenitud y no puede dar menos de lo que es.
Por eso les pido que se confíen a Mí: si esta entrega no fuese perfecta, me atarían las manos y Yo no podría actuar según mi voluntad* (11-3-74).
* Extraído del libro A los Sacerdotes Hijos Predilectos de la Santísima Virgen, editado por el Padre Esteban Gobbi, fundador del Movimiento sacerdotal Mariano.
Por medio del proyecto corredentor con el que Dios asoció a la Santísima Virgen , quiso manifestar en ella su rostro materno, para que a partir del amor maternal se haga más accesible el amor de Dios, a nuestra «limitada» naturaleza humana, por medio de la sensibilidad afectivo–emocional, como muy queridos hijos de mamá.
Por lo tanto, esta palabras de la Virgen María debemos interpretarlas como dichas por Dios, en el «deseo» del Padre, la «voluntad» del Hijo, y la «acción» del Espíritu Santo, que en la unidad de la Santísima Trinidad expresan el eterno e inmutable amor al que nos quiere hacer partícipe, a partir del uso de nuestra libre voluntad ejercida con amor y por amor.
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