Una familia tiene un hijo con una vida disipada: boliches, alcohol, mujeres, etc. su madre se la pasa orando para conseguir la ayuda divina que le permita cambiar su corazón. Tiene un accidente que lo deja paralítico. El tratamiento médico le permite volver a caminar y se incorpora en la mesa familiar, cambiando totalmente su vida.
Esta escena es un reflejo de la realidad espiritual de cada uno de los hijos de la Familia Trinitaria = Dios.
Otra imagen: Todos los hijos de Dios somos como los que tienen la enfermedad genética (pecado original), llamada síndrome de Down.
Es como si Dios nos sanara de esa discapacidad espiritual, por medio de la gracia; nos va capacitando para ser dócil a su Espíritu y además para comprender las realidades espirituales.
Así como todos necesitamos de Dios, El también crea una dependencia respecto de nosotros. Si bien no nos necesita, lo hace para darnos la oportunidad de ejercitar el amor, que es la única materia a aprobar.
Desde nuestra posición fetal (mirando el ombligo), comenzamos la vida centrándonos en el ego. Por el bautismo, la gracia de Dios, la Iglesia nos da la vida del Espíritu, que además nos capacita para pararnos (espiritualmente), para poder “ver” a Dios.
Esta tendencia perdurará durante toda la vida, pero en la medida que se crece espiritualmente, el ego pierde fuerza, porque el Espíritu Santo da la libertad.
Somos la perla fina por la que Dios vendió todo lo que tenía (su propio Hijo) y la compró (Mt 13.45-46).
Para que le sirvamos al proyecto que Dios tiene sobre cada uno de nosotros, debe hacernos crecer el docilidad y dependencia espiritual = disponibilidad.
Esto implica un “proceso” doloroso para hacer morir nuestro ego, que se manifiesta a través del orgullo.
Hoy lo está haciendo “aceleradamente” con toda la humanidad y nosotros podemos comprobarlo, con lo que estamos padeciendo en el país.
Dios brinda la oportunidad a todos (Muchos son los llamados y pocos son elegidos Mt 22.14), los que no cierran su corazón por el orgullo. De esta manera “pueden” escuchar su voz: Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré a su casa y cenaremos juntos. Ap 3.20
Para afirmar la docilidad y estimular su crecimiento se debe vivir en humildad, porque en su defecto se deberán producir situaciones críticas, que son las humillaciones.
Las humillaciones son un ancla que nos mantiene “unidos”, “bien firmes” en tierra, que es nuestra realidad. La palabra humildad proviene de humus = tierra, otra acepción: verdad.
En principio humillación es toda limitación que afecta a nuestra naturaleza física y espiritual, a deseos, ilusiones y proyectos, y que nos hacen aterrizar.
La necesidad de Dios en la vida del hombre, está determinada en la inseguridad emocional inherente a la condición humana, que nos hace necesitados de puntos de apoyo, que nos brinde confianza para poder sostenerla.
Estos puntos de apoyo son como el centro de gravedad en el que se apoya cualquier objeto físico.
Desde que nacemos nos apoyamos en el ego, que en el transcurso de la vida se va desplazando en múltiples manifestaciones: dinero, poder, sexo, etc. Estos pasan a ocupar el lugar que Dios ha dispuesto para si mismo. Por tal motivo, para dar la oportunidad del encuentro con Dios, el Espiritu Santo toma la iniciativa, desplazando el centro de gravedad hacia El.
Al apoyarnos en el ego mediante el orgullo, las pasiones, etc., nos sentimos frustrados porque prometen, pero no cumplen con las necesidades del corazón. Por el contrario, al desplazarlo hacia Jesús, el Espiritu Santo trabaja con nosotros y a favor nuestro, construyendo la confianza.
Esto requiere de nosotros fidelidad y perseverancia. Nuestra propia naturaleza juega en contra de ella, porque al ser emosionalmete fluctuantes e inestables se quiebra la fidelidad y perseverancia en la confianza.
Como el Espíritu Santo conoce los deseos, sentimientos y disposiciones del corazón, así como las limitaciones y las múltiples oposiciones, concede la gracia de Dios, según la necesidad particular de cada uno, para crecer en la confianza y en todas las demás virtudes.
Para que el Espíritu Santo encuentre un corazón dispuesto y dócil es necesaria nuestra voluntaria colaboración, mediante la recepción de la fortaleza que viene de Dios, por medio de la oración y los sacramentos.
Esto va condicionando a una dependencia espiritual en Cristo, por medio del Espíritu Santo, convirtiéndonos en instrumentos aptos y dignos para cumplir las misiones que Dios estime convenientes y oportunas en tiempo y forma, según su proyecto providencial.
Como nuestra naturaleza es débil, además de educarnos en una pedagogía divina, e infinita paciencia, también en la mayoría de los casos nos evita el conocimiento de lo que nos pedirá hasta el preciso momento en el que debamos ocuparnos. Uno de los motivos es para protegernos del orgullo, que en este caso sería el de atribuirnos a nosotros los méritos, cuando en realidad “todo” es obra de Dios, que se vale de nuestra “colaboración”, para hacerlo El a través nuestro. Esto que es una verdad, es una expresión concreta de lo que es humildad.
Aquellos… que no ponen límites al amor de Dios, se hacen generosos y deseosos de poder servir a Dios con docilidad ilimitada. Esto le permite utilizarlos para servicios ordinarios y fundamentalmente “extraordinarios” que son necesarios para el desarrollo de su plan salvador – redentor.
Llegará “el día” de la gran manifestación mundial del Espiritu Santo y aquellos que estemos como las cinco jóvenes prudentes que se proveyeron de aceite para sus lámparas y estaban preparadas para cuando venga el esposo (Mt 25.1-13), de la misma manera estaremos preparados para recibir la gracia.
Esta gracia será proporcional a la capacidad y disponibilidad del corazón para recibirla y por consiguiente para ejercitar dones “extraordinarios” en una forma hasta hoy no desarrollados.
Dios nos esta capacitando, sosteniendo y estimulando para que no aflojemos. Todos somos testigos de como en los grupos de oración su amor nos estimula por medio de las profecías, a un crecimiento constante y permanente en la confianza. Esto solo se puede hacer con los que lo escuchan, aman y desean corresponder a su amor.
TESTIMONIO: Hice un trabajo inspirado en el Espíritu Santo para un mensaje “muy” importante y minutos ante de comenzar la alabanza, en el grupo de oración, el servidor me aconsejó dejarlo de lado por un interés superior, por parte del Señor.
Como no tenía duda de que esto provenía del Señor, aquí surge un interrogante: ¿Para quién trabajo? ¿Para mí o para Dios? (yo lo tenía bien claro).
Para mí: ¿Para mi vanidad por medio del orgullo?
Para Dios: ¿Cuál sería el motivo de un cambio en un giro de 360 grados?
Como lo tenía bien claro, no me costó el renunciamiento emocional y la entrega, aunque el shock inicial me dificultó comprender el pedido.
A los pocos minutos, dentro del grupo surgió proféticamente la cita de Mt 19.23-30, que no solamente confirmó mi acertada decisión, sino que también es una confirmación para que continúe con un mayor compromiso y entusiasmo aún. Este trabajo es fruto de ello.
En esta cita Jesús nos dice que debemos ser pobres para entrar en el cielo. En esto debemos comprender que lo que aún es lícito pensar que las riquezas que Dios nos concede para la construcción de la Iglesia (dones y carismas), por la natural debilidad, se transforman en una trampa, porque nos apegamos emocionalmente a ellas.
Al despegarnos de ellas (dejando casa, hermanos, padre…Mt 19.29) estamos libres para las empresas que Dios providencialmente disponga.
Naturalmente tendemos a estructurarnos, esto nos brinda seguridad, al desestabilizarnos quedamos como “en el aire”, obligándonos a una confianza ilimitada en la Providencia de Dios.
Esta confianza favorece el crecimiento del amor a Dios, que al concretarse en la persona de Jesús, le da autenticidad.
Si bien siempre somos “útiles” porque Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman (Rom 8.28), sin embargo es justamente en este momento cuando nos hacemos aptos para colaborar activamente en el proyecto que Él dispuso, cuando nos pensó desde toda la eternidad, para cada uno, todos sus hijos.
No malogres el don espiritual que hay en ti (1Tim 4.14), no seas irresponsable, sino trata de saber cual es la voluntad del Señor. Ef 5.17
¡El que tenga oído, que oiga! Mt 11.15.
Dice Jesús*: En el correr de los siglos habrá seminarios, de ellos saldrán sacerdotes porque en su adolescencia mi invitación se hará oír con una voz celestial en muchos corazones, y ellos la seguirán. Pero con la juventud y la madurez oirán otras voces, y la mía no se escuchará más. Mi voz que habla a los siglos sus ministros, para que sean siempre lo que vosotros sois ahora: los apóstoles en la escuela de Jesús. El vestido lo siguen teniendo, pero el sacerdote ha muerto. Durante el correr de los siglos a muchos sucederá esto. Sombras inútiles y borrosas que no serán fermento de masa, cuerdas que jale, fuente que la sed, trigo que quite el hambre, corazón que sepa compadecer, luz en las tinieblas, voz que repita lo que el Maestro le ordena. Sino que serán para la pobre raza humana un peso de escándalo, un peso mortal, parásitos, putrefacción… ¡Horror! ¡En el futuro los más grandes Judas los tendré entre mis sacerdotes!
Amigos: estoy en la gloria y sin embargo lloro. Tengo compasión de esas multitudes infinitas, greyes sin pastores o con muy pocos. Siento una piedad infinita. Pues bien: lo juro por mi divinidad que les daré pan, agua, luz, voces, que los elegidos a esta obra no quieren hacer. Repetiré en el correr de los siglos el milagro de los panes y de los pescados. Con poco, con unos pescadillos y con trozos de pan, almas humildes y laicas, daré de comer a muchos y se saciarán, y habrá para los siguientes, porque “tengo compasión de este pueblo” y no quiero que perezca.
Benditos los que merecerán ser tales. No serán benditos por ser tales, sino porque lo habrán merecido con su amor y sacrificio. Y tres veces benditos los sacerdotes que permanecerán apóstoles: pan, agua, luz, voz, descanso, y medicina de mis pobres hijos. Resplandecerán en el cielo con una luz especial. Os lo juro, Yo que soy la Verdad.
*Extraído de la pág. 710 Tomo XI de la obra El Hombre-Dios, de la mística María Valtora, Centro Editoriale Valtoriano, Italia
Yo te envío a Jesé, el de Belén, porque he visto entre sus hijos el que quiero como rey, pero el Señor le dijo a Samuel: no te fijes en su aspecto ni en lo elevado de su estatura, porque yo lo he descartado. Dios no mira como mira el hombre, porque el hombre ve las apariencias, pero Dios ve el corazón. Jesé lo hizo venir: era de tez clara, de ojos hermosos y buena presencia. Entonces el Señor dijo a Samuel: levántate y úngelo porque es este. 1Sam 16.1, 7, 12
La descripción que Samuel hace de David es la de una persona con rasgos “feminoides”. Este detalle es de “suma” importancia en el contexto socio-cultural oriental, donde hoy todavía se discrimina la mujer.
Es un hecho psicológico “muy fuerte” elegir por rey a una persona con estas características que conlleva un prejuicio discriminatorio. Desde lo humano, peor opción, no podría hacerse y menos para elegir un rey.
Siempre que Dios busca a una persona que cumpla un designio especial, elige a alguien que tenga una limitación o carencia especial, para que se ponga claramente en evidencia de que quién realiza dicha obra, es Dios.
Cuando Dios decide intervenir providencialmente en este sentido, deja su huella indeleble, para que no queden dudas. Este es un llamado a la fe, para los que no creen, y para afirmar a los que creen.
Esta huella se produce porque: Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale. Así, nadie podrá gloriarse delante de Dios. 1 Cor 1.27-29
Dice Jesús*: Me gusta servirme de nadas, que el amor y la humildad hacen tan queridas a mi Corazón, para hacer resplandecer mi Potencia. Si cogiese tan solo a los “perfectos”. Los pobres hombres ¿cómo podrán tener esperanza de entrar en el Cielo?. Tomo a los débiles, los pecadores que solo saben tener confianza, esperanza, afecto por Mi –no digo “amor”, porque si amaran, no serían débiles y pecadores- tomo a estos hijos que mezclan en sus imperfecciones vetas de perfección, y les convierto en luces y maestros de sus pobres hermanos más débiles y pecadores que ellos. Les inflamo amor, les hago hambrientos de sacrificio, aceptos sus ofrendas. Llegados al estado de “victimas”, les consagro en su misión.
*Pág. 389 de la obra Los Cuadernos 1943, de la misma autora
Dice Jesús*: Dios esta con quien lo ama. La señal de cómo mis fieles estarán en Mí, será el número y potencia de pródigos que obrarán en mi nombre para glorificar a Dios. Un mundo que no tenga milagros, sin calumniarlo se le podrá decir: “has perdido la fe y la justicia. Eres un mundo sin santos”. Pensad siempre que cualquier don es una prueba más que un don, una prueba de nuestra justicia y voluntad. A todos os he dado las mismas cosas. Lo que a vosotros os sirvió, a Judas arruinó. ¿Fue acaso una cosa mala el don? No. La voluntad suya era mala…
*Pág. 776 y 777 del mismo tomo de la obra El Hombre-Dios
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