viernes, 30 de diciembre de 2011

(Únicamente) Yo Soy (Ex 3.14) el Camino (Jn 14.6)

Nuestra obra consiste en que conociendo verdaderamente a Dios, nos conozcamos a nosotros mismos  y a los demás, con el criterio de Dios (amor).  Así conoceremos cual es nuestra obra, aquello que fue predestinado desde todos los tiempos para que nosotros la lleváramos a cabo:  Fuimos creados en Cristo Jesús, a fin de realizar aquellas buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos.  Ef 2.10
El pecado es una desobediencia al proyecto de Dios y si no hay una corrección en la conducta, su consecuencia es el dolor y la muerte.  Dios no quiere el dolor ni el pecado, pero al conceder la libertad al hombre, debe asumir las consecuencias no queridas por el mal uso de ella.
Todo emprendimiento del hombre guiado exclusivamente por su espíritu, con el tiempo, indefectiblemente debe llevar a un fracaso o frustración, que es una de sus manifestaciones.  Como consecuencia, Dios utiliza lo negativo del hombre, dándole una oportunidad al Espíritu Santo, para que mediante el dolor y el sufrimiento vaya formando la imagen de Cristo en el alma de cada uno de sus hijos.  Permita su señorío:  Todo depende no del querer o del esfuerzo del hombre, sino de la misericordia de Dios.  Rom 9.16
En el otro extremo, están los que se dejan guiar por el Espíritu y viven en disponibilidad a la Providencia.  Ya están viviendo la plenitud de este señorío.
En el medio se encuentran los que están en ese camino de docilidad, pero que por debilidad caen en el orgullo de hacer planes y proyectos, creyendo de buena fe que son del Señor.  A estos, el Señor los tiene que ir llevando al señorío a través de fracasos, que son muy cuestionadores.  El fracaso le descubre la verdad en forma contundente:  ese proyecto no era la voluntad de Dios.  Como consecuencia, naturalmente surge una pregunta por demás lógica:  ¿para quién trabaja?
Solamente en un corazón vacio de deseos propio, Dios puede trasmitir el suyo.  Para ello se debe estar en una actitud y disposición de “escucha”, pero con el oído del corazón al igual que los enamorados.  Esta invitación no se hace esperar por aquello de “amor con amor se paga” y Dios (que) es Amor (1Jn 4.8), no se deja ganar en el amor.
Por el corazón orgulloso con el que rigen sus vidas, deben fracasar la política y los políticos, la economía y los economistas, la ciencia y los científicos, la filosofía y los filósofos, la teología y los teólogos, etc.  También los grupos de oración, los servidores, coordinadores, porque se guían con espíritu de criterio humano:  Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.  Mt 16.23
De la misma manera debe fracasar el sacerdote en su servicio pastoral, si no se deja guiar por el Espíritu Santo.  De hecho esto sucederá, porque hoy más que nunca el espíritu de desobediencia y rebeldía está enquistado dentro de la Jerarquía:  Porque Dios sometió a todos a la desobediencia, para tener misericordia de todos.  Rom 11.32
Es necesario que Cristo reine hasta que ponga a todos los enemigos debajo de sus pies.  El último enemigo que será vencido es la muerte, ya que Dios todo lo sometió bajo sus pies.  Pero cuando diga:  Todo está sometido, será evidentemente a excepción de aquel que le ha sometido todas las cosas.  Y cuando el universo entero le sea sometido, el mismo Hijo se someterá a aquel que le sometió todas las cosas, a fin de que Dios sea todo en todos.  1Cor 15.25-29
Donde la Palabra dice el “universo entero”, no se limita al orden físico, sino que está expresando una totalidad.  Esta incluye a todas las intenciones y acciones del hombre, aún las más triviales.
La semejanza perfecta es la de los enamorados, que pasan las horas con el pensamiento y el corazón puestos en el/la amado/a.
De esta manera se concretará el reinado del amor de Dios en los corazones, siendo el “todo en todos”.
Tal vez se haga la objeción de que los carismáticos no pueden fracasar, porque están guiados por el Espíritu Santo, a lo cual el mismo Espíritu les dice:  Cada árbol se reconoce por su fruto. Lc 6.44
El discernimiento sobre si los frutos son o no de Dios, pasa por poder responder a:  ¿pueden decir que sus frutos son de verdadera conversión, santidad (=sanidad), y son duraderos?
El árbol bueno produce “mucho” fruto y de “buena calidad”, no mezquinamente, sino “generosamente”.  Los frutos del Espíritu son generosos en conversión y sanidad espiritual.  De manera que si se dan en forma escasa, limitada, estaría confirmando que está enfermo.  Que el árbol se está muriendo.
El Señor lo ha podado, abonado y regado, pero no encuentra los frutos que esperaba:  Hace años que vengo a buscar frutos y no los encuentro.  Córtalo, ¿para qué malgastar la tierra? (mis gracias).  Pero él (Espíritu Santo) respondió:  Señor, déjalo todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de él y lo abonaré.  Puede ser que así de frutos en adelante.  Si no, lo cortarás.  Lc 13.7-9   

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