viernes, 30 de diciembre de 2011

La angustia: ¿qué es y para que sirve?

La angustia es un dolor espiritual que nos provocamos nosotros mismos y nace como consecuencia de la puja entre “no tu voluntad, sino la mía” en oposición a: que no se haga mi voluntad sino la tuya (Lc 22.42).  Es uno de los frutos del pecado y de la frustración de la soberbia.
Por lo general la angustia se produce como consecuencia de la falta de paz interior, por tal motivo es fundamental “protegerse” espiritualmente para no perderla por cualquier circunstancia, incluso las accidentales.
Eviten la amargura, los arrebatos, la ira, los gritos, los insultos y toda clase de maldad y no participen de las obras estériles de las tinieblas.  Porque nuestra lucha no es contra enemigos de carne y sangre, sino contra Principados y Potestades, contra los soberanos de este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que habitan el espacio.  Cuídense del mal en todas sus formas, del demonio, que los tiene cautivos al servicio de su voluntad.  Ef 4.31; 5.11; 6.12; 1Tes 5.22; 2Tim 2.26 
Así como el apetito de los alimentos responde al instinto de conservación de la vida, el sexual, a la preservación de la especie, el espiritual, a la trascendencia a la vida que no tiene fin.  Este apetito espiritual está motivado por, con y en el amor hacia todo lo que pensemos, deseemos, o hagamos, pero saliendo de nosotros mismos.
Por muy buenos cristianos que seamos, si no tenemos un proyecto diario en el cual incluyamos el de Dios, asociándonos a su empresa salvadora-redentora, transformándonos en cosalvadores y corredentores por el amor, estamos condenados al fracaso.
Comprendámoslo bien, Dios no necesita de nosotros, pero “quiere hacerse necesitado” para darnos la posibilidad de participar de su gloria y de su gozo eterno.  Para tal fin nos brinda “todas las posibilidades” para que por medio del amor podamos concretarlo.
Los proyectos en los que no están incluidos los de Dios, producen un vacio existencial que no se puede llenar.  Este vacio es el mayor generador de angustia.  Al no conocer su causa , se busca solución con automedicación de psicofármacos, e incluso consulta siquiátrica.
Algunos ejemplos:
·      Cuando queremos resolver un problema y no está en nosotros la posibilidad de lograrlo.
·      Pretendemos comprar o conseguir algo que deseamos que no esta a nuestro alcance.
·      Deseamos una felicidad que responda a nuestros íntimos anhelos y nos sacrificamos de mil    maneras, pero no lo conseguimos y lo que conseguimos no nos satisface.
·      Nuestras propias limitaciones y carencias, motivos por los cuales nos sentimos humillados.

La lista es interminable. La va incrementando todo lo que para la persona represente una limitación en su expectativa sobre algo.  La falta de aceptación de la realidad produce inconscientemente intolerancia, ansiedad, y por último angustia:  No se angustien por nada. Flp 4.6
Este proceso se desactiva automáticamente con la confianza puesta en la Divina Providencia, por la cual Dios dispone hasta de nuestros errores, fracasos y frustraciones, para un bien mayor: Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman (Rom 8.28).  Para la economía de Dios todo se transforma en un bien, la razón humana no lo puede comprender, porque es un misterio.
También existe un tipo de angustia más profunda y grave, la que se encuentra en nuestra propia historia personal, nuestro pasado.
·      Reproches a nosotros mismos y a los demás, por lo que pudimos llegar a ser y no somos.
·      Fracasos:  matrimonial, profesional, laboral, económico, etc.
·      Frustraciones de cualquier orden, que para toda persona tienen gran importancia, porque afectan su autoestima.
·      Remordimientos, por reconocer nuestra responsabilidad y culpabilidad en múltiples hechos y conductas equívocas del pasado.

Para caminar, al igual que para correr, debemos mirar hacia adelante, en donde se encuentra la meta u objetivo; no se puede ir hacia adelante mirando para atrás;  Olvidándome del camino recorrido, me lanzo hacia adelante y corro en dirección a la meta.  Flp 3.13-14
De la misma manera esto se realiza espiritualmente; si para Dios no existe el pasado, ¿por qué para nosotros si?  No me acordaré más de sus pecados (Heb 8.12). ¿Pretendemos ser más que Dios?, es evidente que sí.
Los hechos y circunstancias negativas y dolorosas del pasado vuelven al presente para refregarnos en el rostro el resentimiento y el reproche, como una espina que se clava en el corazón para quitarnos la paz.
A este juego de la mente se suma el demonio, que al conocer nuestra debilidad se aprovecha de ella para sus instigaciones:  El demonio ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar.  1Ped 5.8
Es posible sanar, restaurar todo nuestro pasado, para lograrlo es necesario “entregar” toda nuestra historia a Dios, ofreciéndosela en la oración diaria, y con la ayuda de los sacramentos.
Nuestra pobre y miserable condición humana no tiene ningún mérito delante de Dios y menos aún nuestros actos mezquinos y egoístas, pero el arrepentimiento sincero del corazón lo hace acreedor del amor de Cristo, que con sus méritos cubre todos nuestros pecados.
Cuando “podamos” concretar esta entrega no desde la mente, sino desde y con el corazón (esto en si mismo ya es una gracia de Dios, por haber alcanzado una sanación), recién entonces “comenzaremos a agradecer” a Dios por todos fracasos, frustraciones, sufrimientos, humillaciones, etc., que formaron nuestra historia personal, porque gracias a ella somos lo que somos; por los méritos de Jesús estamos justificados,  hemos crecido en el conocimiento y en el amor a Dios y a los hombres.
Los católicos, gracias a Dios, tenemos dos hermosos ejemplos que deseo sirvan como testimonio que nos estimule:  Tenemos una santa que fue una prostituta, María Magdalena, no por esa condición, sino a pesar de ella, porque tanto amó (amor crístico), tanto se le perdonó.  El otro es el de San Agustín, quién vivió en la lujuria hasta los treinta y tres años, pero la gracia de Dios no fue estéril en él, porque llegó a ser Doctor de la Iglesia.
Si nos viene la tentación de los recuerdos de nuestro pasado, recordemos a Magdalena y a Agustín.  Si miramos para atrás, de hecho no estamos confiando en el perdón total e infinita misericordia de Dios, fruto del insondable amor infinito por cada uno de nosotros.
Esta desconfianza nos produce angustia, lo cual provoca falta de paz interior.  Como la paz es una gracia que Dios concede por medio del Espíritu Santo, al despreciar o menospreciar esta gracia con la desconfianza, el Espíritu Santo la tiene retenida hasta el “momento oportuno”:  Que la paz de Cristo reine en sus corazones: esa paz a la que han sido llamados.  No entristezcan al Espíritu Santo.   Col 3.15; Ef 4.30
Así como El espíritu del Señor se había retirado de Saúl y lo atormentaba un mal espíritu y Satán instigó a David a hacer un censo de Israel; piensa que también tú puedes ser tentado.  1Sam 16.14; 1Crón 21.1; Gál 6.1
Todo lo que es verdadero y noble, todo lo que es justo y puro, todo lo que es amable y digno de honra, todo lo que haya de virtuoso y merecedor de alabanza, debe ser el objeto de sus pensamientos.  Flp 4.8
Como Dios nos protege (Él te encomendó a sus ángeles para que te cuiden Sal 91.11), continuamente nos brinda la oportunidad de salir, de liberarnos de las influencias del demonio.  Al respetar nuestra libertad, si nosotros irresponsablemente rechazamos todas las oportunidades que nos ofrece con su gracia para crecer en el amor a Dios y a los demás; inevitablemente nuestra condenación se concretará, pero no por parte de Dios, sino de nosotros mismos, cuando el Señor nos diga: Muéstrame tus frutos de amor…, recibe tu paga siervo bueno (¿o malo?, usted dirá…).
Volviendo al tema meta-objetivo, reiteraré este concepto.  Todos los hombres necesitamos conocer para que hemos sido creados a fin de realizar aquellas buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos (Ef 2.10) y además tener metas que se conviertan en un proyecto de vida.
Este proyecto comienza en “un presente”, y desde este presente se prolonga hasta la eternidad, dependiendo de nuestros objetivos.
De niños, pensamos en ser grandes, de adolescentes, en tener novio/a ; de jóvenes en formar una familia, de mayores, en ser abuelos.
Existen proyectos para cumplir durante el día:  llevar el auto al mecánico, una consulta al odontólogo, hacer una cobranza, etc.  Hay otros proyectos sobre vacaciones, remodelación de la casa, compra de indumentaria o artículos para el hogar, estudios, etc.
Dios tiene un proyecto para cada uno de nosotros y desea que nos sumemos a el, es más, está pensado contando con nuestra participación.  Él desea que lo tengamos en cuenta en nuestros proyectos diarios: llevar el auto al mecánico y…, manifestarme simpático, e interesarme por la persona que me atienda, cuando vaya al odontólogo, interesarme por este profesional, por sus problemas, preocupaciones; cuando vaya a hacer una cobranza, agradecer el pago, o en su defecto comprensión hacia su situación económica, también mantener un diálogo con alguna persona que necesite una información, consejo, etc.
Debo aclarar que Dios no nos necesita, somos nosotros los que necesitamos de él, en esto consiste la participación de nuestra vida en su proyecto.
Si no contamos con un proyecto, la vida se nos hace vacía, sin contenido, es como una nave sin timón, que navega sin rumbo fijo.  A falta de un proyecto, la vida se transforma en una carga que hay que sobrellevar, en un peso intolerable para muchos que “se dicen” cristianos, en una cruz, cuando en realidad la cruz para el cristiano debería ser un signo de “descanso”, porque por ella el dolor y el sufrimiento (no queridos por Dios y consecuencias del pecado) llegan a tener un sentido trascendente:  Carguen sobre ustedes mi yugo, porque mi yugo es suave y mi carga liviana (Mt 11.29-30) y además porque Cristo ya cargó con mi cruz.
Nuestro creador, cuando nos diseñó en su infinita sabiduría, al otorgarnos los distintos apetitos para las necesidades biológicas y espirituales, también nos puso el deseo de la trascendencia.  Nos puso la necesidad de tener un objetivo que fuese como una brújula en nuestras vidas.
Los medicamentos tienen muchas limitaciones, una de ellas y la fundamental es que no puede curar los males del alma.  El único que puede curar el espíritu es Dios, lo único que pueden hacer en estos casos, es mitigar los efectos, pero no pueden evitar la causa que los origina.
Según la Palabra de Dios, la curación de un enfermo debe consistir:  primero, en recurrir a Dios; y tal vez el camino predilecto sean la recepción de los sacramentos, y después en una consulta médica:
-Sacramento Unción de los Enfermos:  Si está enfermo que llame a los presbíteros de la Iglesia, para que oren por él y lo unjan con el óleo en el nombre del Señor.  St 5.14
-Sacramento de la Reconciliación:  Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.  Jn 20.23
-Sacramento de la Eucaristía:  Cuerpo y Sangre de Jesús.  El nombre de Jesús significa:  Dios sana=Dios salva (en el pueblo hebreo el nombre significaba la misión).
-Después, deja actuar al médico, porque el Señor lo creó.  Ecli 38.12
Como no tenemos fe, no “le” creemos a Dios, comenzamos y terminamos por el final.  Es como querer comenzar a construir una casa por el techo, sin tener vigas y paredes donde apoyarlo  (¡en el aire!... , delante de Dios, esto es una necedad).  No procedan como necios, sino como personas sensatas.  Ef 5.15
Los sacramentos son una “fuente de sanación”*, cada uno de ellos son portadores de gracias sanadoras especiales y específicas, pero el orgullo humano los desprecia. Desprecia la sanación de Dios para ir detrás de curanderos y de cualquier “manochanta”.

*Título de la obra del Padre Darío Betancourt, donde explica el poder sanador de los Sacramentos, con testimonios de cada uno de ellos.
    
     
A la pregunta:  ¿para que sirve la angustia?, debo responder con la realidad:  para enfermar el alma.  La enfermedad del ama se llama depresión y consiste en cortar el vínculo amoroso con las personas y con Dios, al no escuchar las sugerencias del Espíritu Santo.
Al igual que un perro cuando gira en círculo tratando de morderse la cola, la depresión produce un círculo vicioso en el que rumiando sentimientos angustiosos se retroalimenta a si misma y si no se corta a tiempo puede llevar a un siquiátrico y hasta la muerte:  Porque la tristeza lleva a la muerte (Ecli 38.18), pero otra tristeza produce un arrepentimiento que lleva a la salvación. 2Cor 7.10
Llegar a la depresión, no es un proceso que lleva tiempo puede ser en un instante, depende de dos factores: 1-intensidad de la angustia y 2-sensibilidad debido a heridas recibidas en el transcurso de la vida (que esta registrado en el inconsciente como “historia emocional-afectiva”), que lo condiciona desfavorablemente.
También existe otro tipo de angustia a la que denominaré histérica.  Al que tiene un espíritu orgulloso, la angustia lo puede llevar a un carácter irascible (es el que se levanta como si se hubiera sentado sobre agujas y además colérico), que levanta presión como agua hirviendo.
Al igual que un automóvil con el “motor acelerado”, cuando se saca de golpe el pie del embrague, con el cambio en segunda marcha, produce una patinada en los neumáticos; de la misma forma el angustiado-histérico, vive con alto nivel de adrenalina en sangre y cuando toma una decisión (por la adrenalina), sus reflejos son hiperestimulados,  lo que produce una respuesta instantánea y desproporcionada.
Vive en conflicto interno con todo y con todos, es como si estuviera drogado, sí, con adrenalina.  Este tipo de angustia suele estar asociada con el estrés, convirtiéndola en una de las mayores causas de problemas cardíacos y por ende causales de muerte.
Su espíritu sin paz y la mente caliente hacen que se encuentre motivaciones donde no existen, que lo transforma en una potencial fuente de conflictos.  Es como un “mono con un revolver cargado”, es mejor tomar distancia para no recibir el disparo que efectuará.
Así como nos preocupamos de mil maneras del estado y condición física, también debemos hacerlo con el espíritu.  Nos ocupamos “demasiado” sobre la alimentación, ¿hacemos lo mismo con respecto al espíritu?
Los baches de nuestra negligente irresponsabilidad, los cubre el Espíritu Santo, pero no es posible tirarle siempre a Él nuestra responsabilidad, alguna vez tenemos que madurar…
Necesitamos informarnos y formarnos espiritualmente, alimentar el espíritu con todo lo que es bueno y sale de Dios.  Necesitamos hacer una lectura diaria sobre un tema espiritual que sea de nuestro agrado, lo que el Espíritu Santo nos inspire.
No es conveniente alimentarnos solamente con verduras, necesitamos las proteínas que están en la carne, y viceversa, de la misma forma Dios creó el apetito y los alimentos espirituales: ellos son los siete Sacramentos y la Palabra de Dios contenida en las Sagradas Escrituras.
Estos en si mismos son medios mas que suficientes, pero Dios en su infinita riqueza siempre es pródigo y por ello nos provee de infinidad de medios para enriquecernos, como por ejemplo:  la belleza de la música y pintura, la riqueza encerrada en la literatura, etc.
Para evitar las recidivas de angustia en las instigaciones del demonio, bastará con ir construyendo diariamente un presente en el cual Jesús sea el Rey, el Señor de nuestros afectos y sentimientos.  Este presente irá desplazando nuestro pasado infeliz, como una regrabación en la memoria de la historia de nuestra vida.
Valiéndonos de esta técnica, por el acto de fe la gracia se manifiesta en una sanación real y concreta y no solamente un hecho psicológico atribuible a autosugestión.  Hay infinidad de testimonios que prueban esto y constantemente se manifiestan en los distintos grupos de oración en los que se ora con docilidad al Espíritu Santo.     

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